Odio
Ahora que andan rematando el último lote de migas de muro para hacerse pendientes, hete aquí que estamos levantando con toda presteza otro muro interior, una dura frontera que linda con la ferocidad y la burricie. Estoy hablando del racismo, esa gran batalla que se acerca. Porque, dentro de poco, este conflicto ocupará la primera línea de combate, será el rincón más escocido de la carne social. Veo cómo crece alrededor y siento vértigo.Desdeñamos a los moros y a los negros, pero sobre todo padecemos esa mala fiebre del entendimiento que es la violencia contra los gitanos. Una amiga mía dice que, en estos casos, habría que actuar como con Suráfrica. ¿Que un pueblo manifiesta un brote de racismo? Pues se aísla la zona: no habrá artistas que quieran actuar en sus fiestas locales, se suspenderán los tratos comerciales y, para más chinchar, hasta se les puede quitar el descuento de los días azules. Admito que es. una idea tentadora, pero a la postre resultaría injusta: probablemente el boicoteo lo sufrirían los más pobres. Ya lo decía un manifestante antigitano el otro día: en los barrios de los ricos nunca se plantean estos conflictos. Sí, es verdad, en La Moraleja no habrá jamás un asentamiento de chabolas. Pero también es verdad que su actitud, por mucho que lo nieguen, es racista. Sus problemas no se van a resolver con la irracionalidad y el fanatismo.
Lo que más me preocupa es la velocidad con que se extiende el mal, lo mucho que prolifera el bacilo de la cólera. Porque es una enfermedad, sin duda alguna. De otro modo, ¿Cómo puede entenderse que una mujer normal vaya a la puerta del colegio a llamar asesino a un crío de seis años? Pero lo peor de todo ha sido ver esa foto de unos chavales payos de cinco años insultando a los niños gitanos. Son los hijos del odio. Qué vergüenza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.