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Marx ha muerto y Rousseau esta enfermo

"Vivimos en una época", escribía Oswald Spengler a principios de siglo, "de confianza absoluta en la omnipotencia de la razón. Las ideas universales de libertad, derecho, humanidad, progreso son sagradas. Las grandes teorías son evangelio". Las palabras del filósofo alemán vuelven a la memoria en esta época en la que asistimos al desplome de la última gran teoría. La confianza en la razón ha entrado en crisis, las ideas universales han perdido lustre. ¿Podía preverse en el espacio de un siglo el ocaso de las ideologías?Segun Spengler, sí. La obra que lo hizo famoso, El ocaso de Occidente, fue publicada en 1917. El estilo era redundante; las afirmaciones apodípticas, con frecuencia arbitrarias; las referencias a los diversos ramos del saber se amontonaban de forma desordenada y sólo un lector con una erudición enciclopédica podía verificar su validez. El juicio de la cultura académica fue negativo; después de algún tiempo, Spengler pasó de moda.

Pero la tentativa de encuadrar en una morfología de la historia los acontecimientos de 5.000 años presenta siempre, pese a todo, aspectos sugestivos. Las grandes civilizaciones, dice Spengler, son organismos y se someten ineludiblemente a las leyes orgánicas que determinan su ciclo: crecen, florecen, maduran, se marchitan y mueren (o se petrifican, manteniendo estructuras ya sin vida, como las civilizaciones china o india). Cada estadio del ciclo expresa determinadas formas (por ejemplo, en sucesión a través de los siglos, periodo feudal, monarquía absoluta, democracia, cesarismo) que se repiten en cada una de las civilizaciones, obviamente con características distintas pero con la ineluctabilidad de los fenómenos biológicos, lo cual ofrece una clave de interpretación para el pasado y permite intuir la evolución futura.

Las ideologías políticas son también la manifestación inevitable de un determinado periodo histórico y surgen en todas las civilizaciones. Su terreno de crecimiento es la welstadt, la gran metrópoli, "el desierto de piedra" que se forma cuando la civilización ha consumido su fase creativa y, ya cansada, queda dominada por el materialisrno y el utilitarismo.

Los hombres, llegados al final de su aventura, se preparan ,a ganar (el dinero es el déspota de la weIstadt) y a vivir bien, e intentan racionalizar la existencia, gobernarla según la lógica, mejorarla, eliminar las asperezas y las injusticias de las que la naturaleza está llena pero que nuestro raciocinio rechaza.

Las ideologías son la tentativa, de por sí meritoria, de construir una existencia geométricamente perfecta en la que todo está subordinado a conceptos de justicia y de progreso, por ejemplo la República de Platón; pero también el Estado comunista, planificado desde el centro, calculado en todos sus mínimos pormenores según un criterio formidable: de cada uno según sus capacidades y á cada uno según sus necesidades.

En la civilización occidental, en nuestro Abendland, la era de las ideologías se abre en el siglo XVIII, cuando el optimismo de los iluministas inducía a creer que "se pueden mejorar situaciones desagradables mediante conceptos". Nacieron así el liberalismo, el socialismo, el comunismo. El problema de Spengler no está en saber quién lleva razón y quién no: "Si estas teorías son verdaderas o falsas, es una pregunta sin sentido para la historia política. La refutación del marxismo pertenece al mundo de las discusiones académicas o de los debates públicos, en los que cada uno lleva razón y los otros están siempre equivocados". Lo que cuenta es la fuerza que asume una ideología si los hombres creen en sus principios, hasta el punto de arriesgar la vida por ella "en las barricadas o en los campos de batalla".

El mundo no se organizará según las ideas expresadas por los ideólogos, utópicas o imposibles de ser actualizadas (Siracusa entra en crisis, escribe Spengler, cuando Platón intenta aplicarle su teoría); pero el Contrato social o el Manifiesto se convierten en formidables instrumentos de poder en las manos de los hombres de acción, salidos de las filas de los partidos y capaces de utilizar las convicciones de las masas.

La eficacia de las ideologías queda limitada en el tiempo: se agotan en el espacio de un par de siglos. En el caso de la civilización occidental, el periodo de las grandes teorías va, más o menos, desde el Siglo XVIII al siglo XX. Al final, las bellas construcciones intelectuales del ideólogo no son ya ni siquiera objeto de disputa; se hacen más bien aburridas: "Rousseau es aburrido desde hace mucho tiempo y Marx lo será dentro de no mucho. No se abandona ya la fe en esta u otra ideología, sino en las ideologías en cuanto tales... No se puede dudar de que la época de las teorías está destinada a acabar también para nuestra civilización. Los grandes sistemas del liberalismo surgieron entre el 1750 y el 1950. El de Marx tiene ya un siglo de vida, y es el último que ha permanecido... ".

Se han hecho muchas críticas a El ocaso de Occidente, pasado de moda también, lo mismo que de las ideologías que cubre de desprecio irónico. Se le ha acusado de haber abierto el camino al nazismo. Ciertamente, la obra de Spengler gustaba a los secuaces de Hitler, aunque Spengler no fue un nacionalsocialista militante (murió en 1936, cuando el régimen estaba comenzando). Pero ello no impide que Spengler haya acertado algunas veces. En nuestro caso, más interesante aún que, la liquidación del marxismo lo es la certidumbre que albergaba de que se habría cerrado, en el espacio de medio siglo, la era de las ideologías. ¿No es acaso cierto que ninguna teoría, ninguna doctrina sustituye a las que han caído en el ocaso, juzgadas "aburridas" aun antes que "falsas"? ¿No es cierto que resulta cada vez más difícil distinguir a los partidos por sus programas ideológicos en todos los países de Occidente? ¿Qué separa hoy a los laboristas de los conservadores en el Reino Unido, a los republicanos de los demócratas en Estados Unidos, a excepción, de vez en cuando, de alguna decisión fiscal o de presupuestos?

Queda preguntarnos qué vendrá después. El ciclo biológico de las civilizaciones, previsible como el de un individuo de quien sabemos que envejecerá y morirá, conduce a Spengler a imaginar qué futuro le espera a la nuestra. Si las grandes ideologías y, por tanto, los grandes ideales se desploman, la política se convertirá sobre todo en una cuestión de hombres: de personajes dotados de instinto de líderes que encontrarán acogida en las masas de ciudadanos (los habitantes de la welstadt), deseosos sobre todo de una vida cómoda y de diversiones: panem et circenses. Nuestra civilización occidental, como las que la precedieron, resbalará hacia el cesarismo. Ya hemos tenido algún aviso.

Las exigencias espirituales serán satisfechas por lo que Spengler llama "la segunda religiosidad": un sentido religioso vago y genérico, no ya articulado rigurosamente según dogmas y ritos precisos; una confusa búsqueda de Dios, no importa bajo qué credo, Ya que se tenderá a pensar que todas las fes son iguales (baste pensar en las buenas relaciones ya existentes entre las distintas Iglesias cristianas, entre católicos, protestantes, ortodoxos, etcétera, antaño enemigos acérrimos) y una proliferación de sectas esotéricas.

¿Será cierto todo esto? Espero que no, porque en ese caso acabaríamos añorando a Marx, a Rousseau, y también sus teorías.

Piero Ottone es cofundador de La Repubblica y, en la actualidad, ombudsman del diario.

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