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"Morito bueno; morito trabajador"

Cientos de marroquíes malviven en las zonas de lujo

Gabriela Cañas

Los pueblos residenciales de la zona norte de Madrid ya estaban acostumbrados a acoger extraños en sus lindes. Salpicados por verdes y lujosas urbanizaciones, madrileños y extranjeros pudientes forman parte del paisaje desde hace años. Pero ahora otros foráneos menos agraciados invaden sus plazas. Son los marroquíes; los nuevos jornaleros. Se les contrata con facilitad y por un salario barato para hacer todo tipo de chapuzas en construcciones y jardines, y no suelen pedir relación contractual. Pero cada día son más, y algunos han empezado a asustarse.

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Pequeñas chabolas junto a los grandes chalés

Los lugares que han elegido son Majadahonda, Pozuelo de Alarcón, Collado-Villalba, Boadilla del Monte o Valdemorillo. Estos dos últimos se han convertido por azar en los focos más importantes de contratación. Las plazas de ambas localidades se han acostumbrado ya a su presencia.A ellas acuden los marroquíes bien de mañana a esperar pacientemente que alguien les señale con el dedo desde la ventanilla de un coche. Así está establecido el sistema desde hace meses.

Lo único que sabía

"Al principio iban por las casas pidiendo trabajo", dice una vecina de Valdemorillo. "La primera vez que vi a uno de ellos fue en la puerta de mi casa. Llegó y me dijo: 'morito bueno; morito trabajador'. Yo creo que es lo único que sabía decir en español".

En la pescadería que hay junto a la plaza de este pueblo aseguran que antes se les contrataba más barato. "Ahora ya no se dejan engañar; no crea".

Un marroquí cuesta ahora entre 6.000 y 7.000 pesetas al día. Los hay que se conforman con mucho menos. "Son muy trabajadores", dice Antonio López, que regenta un restaurante-bar y además es teniente de alcalde por Izquierda Unida. "Lo que pasa es que no son capaces de hacer trabajos elegantes. No están preparados".

Cada uno de estos hombres que ocupan los bancos céntricos de Boadilla o de Valdemorillo alimenta a una recua de gente en su país. Pero consiguiendo trabajo dos días a la semana pueden sacar alrededor de 60.000 pesetas mensuales, lo que allí es una fortuna.

Mohamed sólo tiene 28 años. Vive aquí desde hace dos, y tiene tres hijos. Nazar tiene cuatro. Mohamed Ulad Alí, que puede mostrar satisfecho hasta su carné de conducir español, es uno de los pocos que ya está legalmente en España.

Ulad figura en el censo de Valdemorillo y ha podido llevar a cabo el sueño de todos ellos: traerse a su familia. Es ya un jardinero reputado en la zona, y hoy vive con su esposa y sus seis hijos en Fresnedillas.

En Boadilla, cuyo censo es de 12.016 habitantes, se calcula que hay una población flotante de marroquíes qué ronda los quinientos.

En Valdemorillo, con sólo 2.575 habitantes, se cree que hay entre doscientos y trescientos. "Tenemos al pueblo en contra porque es un espectáculo que estén siempre puestos ahí, en la calle", dice Nieves Fernández Crespo, del Partido Popular, alcaldesa de Boadilla. "Desde luego nunca han creado problemas, pero a mí me preocupa tener tanta gente ilegal sin ningún tipo de control. ¿Se imagina que un día tengamos un brote de cólera, por ejemplo? Llevo años hablando de este tema con el delegado del Gobierno de turno, porque creo que esto tiene que solucionarlo el Gobierno".

El alcalde de Valdemorillo, Mariano Gamella, también. del Partido Popular, confiesa estar un poco perdido en este tema. "No sabemos cómo podemos solucionarlo. Creo que es el Gobierno el que debería hacer algo. De momento no han causado problemas, pero yo creo que en el futuro sí los puede haber. Ahora han empezado a motorizarse. Compran coches viejísimos que abandonan donde sea cuando tienen un percance". Uno de ellos atropelló a un joven que circulaba en moto y le causó la muerte.

Una gente que no existe

Hay una convivencia pacífica, pero moros y cristianos viven dándose la espalda. Raramente se mezclan. Algunos bares les prohíben la entrada, pero, en general se puede afirmar que les toleran.

"Aquí nadie dice ser racista", cuenta Antonio, el teniente de alcalde. "Yo tengo a quince gratis en una finca, pero la mayor parte de la gente les cobra y, cuando quiere desalojar el sitio por lo que sea, llaman a la Guardia Civil, porque como están ilegales... "

"¿Hacer casas para ellos?", dice la alcaldesa de Boadilla. "Mire, tenemos un problema importante de escasez de viviendas. Estamos intentando hacer casas sociales para los parados, para los necesitados que ya tenemos aquí. ¿Cómo vamos a procurar suelo público para una gente que no existe legalmente?".

"¿No fuiste tú a Holanda"

Un parroquiano que toma un café en la barra hace un ostensible gesto de desprecio cuando oye hablar de los marroquíes, y Antonio López, que regenta este bar de Valdemorillo, le recrimina: "¿Qué pasa? ¿No te fuiste tú a Holanda a trabajar? Pues lo mismo hacen ellos; buscar trabajo". "Vas a comparar, hombre", contesta algo aturdido el otro.Jalid es un chaval que lleva sólo nueve meses en España. Todas las mañanas se aposta junto a otros treinta o cuarenta marroquíes en la plaza de Boadilla. Sonríe permanentemente. "Sí, sí, muy racistas, aquí"; y sigue sonriendo cuando dice: "Vivimos en chabolas..." "No luz..." "No agua..." "Sí, muy mal".

Jalid comparte chabola en Boadilla con otros cuatro compatriotas. Es lo habitual. Madrid es una ciudad prohibida. Sus precios de los alquileres son ciencia ficción para ellos; sólo las mujeres pueden subsistir en el servicio doméstico, y algunos hombres en la venta ambulante. Muchos han encontrado casa en Navalagamella o en Fresnedillas, pueblos de 500 habitantes, más baratos, donde hay más techos bajo los cuales refugiarse. En verano, muchos duermen al raso. En invierno, cuando estos pueblos quedan reducidos a su población real, los que pueden vuelven a Marruecos a ver a su familia.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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