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Pequeñas chabolas junto a los grandes chalés

Gabriela Cañas

Los marroquíes han venido a demostrar que el chabolismo no es un fenómeno exclusivamente urbano.Allí donde hay campo abierto, chalés de lujo, grandes casas de piedra y granjas de cerdos no queda sitio para ellos.

Narten oficia de anfitrión en Valdemoríllo accediendo gustoso a mostrar las casas de sus amigos.

Una de ellas es un viejo establo de paredes de mampostería. No tiene más de doce metros cuadrados, pero caben hasta siete colchones. Ocho hombres duermen allí diariamente.

De los clavos de las paredes cuelgan algunas ropas y el único trozo de pared que queda libre hay una pequeña bombona de camping-gas. Con ella hacen sus comidas. No hay retrete. La luz y el agua no existen.

Fuera, un sofá de skay hecho polvo sirve para hacer tertulia al aire libre. Hoy ha llovido un poco y se han refugiado dentro.

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Sentados sobre los colchones tornan té y oyen música marroquí a través de un viejo transistor. Alguien, un vecino del bello Valdemorillo, les cobra 15.000 pesetas mensuales por vivir aquí.

Algo menos pagan los diez hombres que se cobijan en otra chabola de complicada distribución que da a habitaciones de inverosímil dimensión.

Hay que andar sorteando colchones y con cuidado de no pisar a nadie. Aquí, al menos, disponen de una. bombilla y de una estancia diminuta donde cocinar.

Dos enormes naves agrícolas, ya en la afueras del pueblo, sirven también a los marroquíes de vivienda habitual. Narten las señala a lo lejos desde el camino. En una viven quince hombres; en la otra, unos diez. ¿Condiciones? Las mismas.

Informe municipal

Hechos como estos han movido al grupo municipal de Izquierda Unida de Collado-Villalba a anunciar la presentación en el próximo Pleno de una moción de debate, según informó la agencia Efe.

La intención de ese grupo de Concejales es solicitar información del equipo de gobierno local socialista sobre la situación de los 800 inmigrantes marroquíes que residen en esa población madrileña.

Izquierda Unida propone que estos inmigrantes se beneficien de los servicios locales municipales y utilicen las salas de los centros culturales del ayuntamiento para organizar conferencias y coloquios.

Además, la coalición de izquierda solicita la creación de un servicio de atención al inmigrante para informar y asesorar al colectivo.

Mientras todo eso ocurre, al caer cada tarde el joven marroquí Narten regresa a la plaza de su pueblo, Valdemorillo, que se ha vuelto a llenar de inmigrantes.

Anda ligero pero también pensativo.

"En Marruecos no podemos vivir. En Marruecos no hay dinero, no hay trabajo. Aquí vivimos mal. Allí, peor..." "Nosotros, no tener suerte".

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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