Grandes momentos de Carmen Maura en 'Chatarra', única película española
Mario Monicelli recibe un León de Oro por el conjunto de su obra
Mario Monicelli, maestro de la comedia italiana de los años cincuenta y uno de los supervivientes de la edad dorada del cine europeo, presentó ayer Rossini, Rossini, su última película, en la que tiene un importante papel la española Assumpta Serna. Otra gran actriz española, Carmen Maura, creó algunas admirables escenas en el filme de Félix Rotaeta Chatarra, único español en concurso. La película es irregular, pero con destellos de buen cine. Finalmente, el alemán Werner Herzog ofreció El grito de piedra, un conjunto de bonitas estampitas alpinistas con aires trascendentales, pero completamente vacías.La Mostra sigue en tono muy bajo. No hay una sola película redonda. Sólo de cuando en cuando destellos de talento dispersos en escenas, y casi siempre a cargo de los intérpretes, que logran transmitir libertad a los espectadores con frecuencia, a pesar de que los directores y los guionistas se empeñan en no transmitir nada.
Entre las películas con destellos, sólo con destellos (y la mayoría, ni eso) de buen cine, está la española Chatarra, segundo largometraje de Félix Rotaeta, que ya realizó hace unos años El plácer de matar, más convincente que Chatarra, aunque ésta tenga escenas con riesgo y altura. Por ejemplo, el largo plano sostenido en un encuadre fijo sobre Carmen Maura en la bañera de su casa es antológico, y en él la actriz, sin otra apoyatura que un monólogo narrativo y no dramático, alcanza cimas dramáticas de una fuerza inesperada, cosa sólo posible en una actriz en la plenitud, dueña de registros irrepetibles y capacitada para aguantar inmóvil, sin las espaldas guardadas, sola frente a la cámara, una toma fija de larguísima duración y hacer en ella que la pantalla viva, conmueva a la gente y genere ese silencio casi audible que se produce en una sala abarrotada cuando el público intuye que está viendo algo tan singular que se escapa de toda norma.Es lo que ocurrió ayer durante la proyección de Chatarra. Por desgracia, momentos como éste escasean en la película, aunque hay otros -como la escena final de Mario Gas- que, sin llegar a su perfección, se acercan a ella. Rotaeta arriesga mucho en estos instantes, y eso indica que es un cineasta importante. Pero en Chatarra ha sido demasiado indulgente con el guión, que está muy mal ordenado, y en un thriller de persecución como es éste, incurre en el error mortal de carecer del sentido del crescendo y así caer en arritmias que distraen al público y que incluso le hacen reír en los momentos serios y no reír en los momentos cómicos. Como conjunto, la película es fallida y sólo quedan esos destellos, tan abundantes en esta mediocre Mostra, a que antes nos referimos.
Herzog, genio y figura
El grito de piedra es una película en la que el alemán Werner Herzog, cineasta espeso donde los haya e inclinado a hacer metafísica de catecismo -recuérdese Fitzcarraldo o Aguirre, la cólera de Dios-, pretende aliviar un poco su habitual carga de trascendentalismo. Pero, genio y figura, no lo consigue y vuelve a metemos, en medio de una espectacular aventura de alpinismo, en vericuetos éticos y en disquisiciones sobre el bien y el mal, sobre el silencio de Dios y la venganza de la naturaleza contra el hombre vulnerador de sus leyes. Tal conjunto de retórica intelectualoide termina por aburrir al respetable, mientras asiste a una divertidísima escalada a la cumbre del Cerro Torre, en la Patagonia. El majestuoso espectáculo de la ascensión es degradado por la pretenciosidad de Herzog, que, con sólo dejar libres a los escaladores y a la cámara para narrar la escalada, podría haber conseguido una aventura visual apasionante. Pero, a tenor de lo visto, Herzog es capaz de convertir a una expedición al Everest en un seminario de teología en El Esconal.
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