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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dorsal comunista

TRAS LA conferencia política del Partido Comunista de España (PCE) celebrada en abril del año pasado, Anguita declaró que lo importante era la estrategia política, el proyecto, y no el partido, mero instrumento al servicio de aquélla. Así, aunque el borrador de nuevo manifiesto-programa que se aprobó no se pronunciaba sobre la eventual disolución del PCE en Izquierda Unida (IU), se ponían las bases para un debate no crispado sobre esa cuestión. A la luz de lo que ha venido pasando desde entonces en el Este, tal vez habría sido conveniente que la dirección avanzase propuestas concretas orientadas a ir preparando tal disolución, de manera gradual y tratando de adelantarse a los acontecimientos.No se hizo así. Por el contrario, el proyecto definitivo de manifiesto, aprobado por el comité central a fines de julio, incluye numerosas reticencias contra la perestroika desde la nostalgia por la nitidez de antaño. El resultado es que el debate se plantea ahora bajo el fuego graneado de todo tipo de presiones. Pues resulta sorprendente la cantidad de personas que, tras lo ocurrido en la URSS, se muestran interesadas en salvar al PCE de sí mismo. Y más que sorprendente, irritante, que entre los ultimatos de unos y las bravatas de otros se cuelen los sarcasmos de Santiago Carrillo -"la opción es entre enterrar o embalsamar el cadáver"- o las insinuaciones envenenadas de algunos socios que nunca han dejado de considerar a los militantes comunistas como carne de cañón, buena para llenar mítines y pegar carteles.

Pero cuando alguien se siente muy presionado de mal humor es bastante probable que comience él mismo a desbarrar. Anguita y los suyos tienen perfecto derecho a reclamar calma, pero responder al acoso a que se les está sometiendo con desplantes como que lo ocurrido en Moscú confirma "ahora más que nunca" sus posiciones conservacionistas (de las siglas) resulta poco razonable. Pues no fueron sus enemigos, sino los propios dirigentes del PCE quienes, en las últimas elecciones, protestaron porque los socialistas y algunos medios de comunicación se refirieran a ellos como los comunistas y no como Izquierda Unida, que era la formación que presentaba candidaturas.

Por lo demás, es cierto que Anguita (y cualquier bachiller) sería capaz de encontrar toda clase de argumentos sobre la verdadera naturaleza de IU, su necesidad objetiva o su transformación dialéctica; pero seguramente su existencia se debe más que nada a la conveniencia, por motivos electorales y políticos, de presentar una imagen de marca diferente a la desacreditada de comunista: IU nació en 1984 como un cortafuegos que detuviera el incendio que había hecho perder al PCE más de la mitad de sus votos entre. 1979 y 1982.

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Por lo mismo, tampoco es cierto que se tratase de una genial anticipación respecto a lo que años después y en condiciones mucho más dramáticas emprendería Acchille Occhetto. Pues lo que el italiano comprendió, sin esperar a que Yanáiev y el KGB dieran su golpe contra Gorbachov, fue que el ciclo vital del comunismo, iniciado con la creación de la Tercera Internacional, había concluido; y que era preciso, por ello, recomponer la unidad quebrada en los años veinte. Mientras que los teorizadores de IU como proyecto político o estratégico del partido comunista -el cual debería perpetuarse como corriente dinamizadora de aquél- se hacen la ilusión de que esa unidad ya se realiza en el interior de la coalición, puesto que en ella están integrados los verdaderos socialistas. Y hasta es posible que uno de los motivos de la aparente marcha atrás de Anguita sea su temor a que una renuncia a los símbolos y a la tradición comunistas afloje los mecanismos de identificación de la base con la dirección, en favor de esas corrientes parasitarias cuyo principal mérito es el de disponer de dorsales de otro color.

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