La noche de los tanques indecisos
Muerte y desconcierto en las horas que precedieron al fracaso golpista,
Los golpistas que derrocaron a Gorbachov y que detuvieron dos días la marcha de la perestroika huyeron ayer en desbandada dejando tras de sí muerte, confusión y desconcierto. Cinco muertos, según unos, y tres, de acuerdo con otras fuentes, fue el resultado de la batalla campal que enfrentó a medianoche a 50.000 moscovitas partidarios de Borís Yeltsin y de la perestroika con los tanques enviados por los golpistas a amedrentar a los diputados atrincherados en la sede del Parlamento ruso. A la tensión que suscitó el toque de queda, y que alcanzó su punto culminante poco después de las doce de la noche, siguió a mediodía de ayer un intenso alivio: los golpistas trataban de escapar. Huían de Moscú y de la historia. La resistencia de los tanques a atacar a los manifestantes leales a Yeltsin y el apoyo de la práctica totalidad de las repúblicas a la perestroika abonaron el fracaso del golpe.
La noche anterior a la retirada fue la más dramática de esta guerra brevísima contra la perestroika. Se inició a las ocho de la tarde con el anuncio del decreto que establecía el toque de queda a partir de las 11 de la noche. A esa hora se recrudeció la guerra callejera que a medianoche conoció su momento más violento en los alrededores del Parlamento ruso, en Moscú. Los partidarios de Yeltsin habían levantado adoquines de las calles cercanas al Parlamento y habían construido barricadas en las inmediaciones del edificio donde se atrincheraba su líder y por donde debían pasar los tanques que obedecían a los golpistas.Al tiempo se distribuían máscaras de gas en el interior del propio Parlamento, aunque crecía en Moscú la sospecha de que el golpe se estancaba. Ingresó en un hospital el primer ministro Pavlov, miembro del Comité de Seguridad, víctima de hipertensión arterial.
Por otra parte, las subsecuentes dimisiones del ministro de Defensa, Yázov, y del jefe del KGB, Kriutchkov, aunque no totalmente esclarecidas, abonaban la tesis de que la posición de Yánayev ("soy un pobre hombre que sustituye a Gorbachov mientras éste se recupera") se desmoronaba. Los tanques parecían robustecerlo, sin embargo, frente a los adoquines aquellos podrían ser decisivos. La marcha de los blindados causó entre tres y cinco muertos entre los leales de Yeltsin, pero tanto el despliegue como la concentración de manifestantes hicieron temer un drama de mayores dimensiones. Fue el principio del fin del golpe.
Tensión
Durante la tarde que precedió a esta escalada de la tensión, tanto en Moscú como en el resto de la Unión Soviética se estrechaba el cerco contra los golpistas. Dentro del Parlamento, personalidades de la vida soviética, como el ex ministro Shevernadze, el poeta Yevtuchenko y la viuda del premio Nobel Sajarov, Elena Bonner, prestaban su apoyo a la perestroika, y lo mismo hicieron, desde su sede, los sindicatos soviéticos.El apoyo vino de todas partes, menos de Azerbaiyan, la república más opuesta a Gorbachov, que mantuvo su apoyo a los golpistas. El líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa exigía que los golpistas permitieran a Gorbachov dirigirse a su país. El presidente Nursultan Nazarbayev, de Kazakistan, hacía una demanda similar, rodeado de miles de manifestantes que, como él, siempre se habían mostrado leales al presidente derrocado.
En Ukrania los líderes parlamentarios de la república declaraban nulas e ¡legales en su territorio las decisiones de los golpistas del Kremlin. Vitautas Ladsbergis, presidente de Lituania, adoptaba la misma posición y llamaba a la desobediencia abierta contra las nuevas autoridades soviéticas.
El Parlamento moldavo declaraba "legales" todas las acciones de los golpistas y comenzaba la sesión en que proclamó su apoyo a la perestroika con un minuto de silencio "por las víctimas de la dictadura" entonces aun en vigor. Letonia, a punto de tomar resoluciones similares y de declararse a sí mismo independiente en desafío contra las nuevas autoridades soviéticas sufre la suspensión de todas sus conexiones telefónicas. Las tropas leales a los golpistas responden a esta situación de protesta generalizada tomando el control de varias estaciones de radio y televisión en Estonia y Lituania.
Se suceden las noticias contradictorias sobre las dimisiones y las enfermedades de los miembros de la Junta, y la gente sigue en la calle en diversas repúblicas soviéticas. Una manifestación en Leningrado simboliza ese clima: miles de manifestantes llevan una única pancarta que sobresale: "¡Abajo la Junta!".
En esa atmósfera de oposición generalizada a los golpistas,:. y en medio también de la propia confusión sobre su solidez tras las enfermedades o dimisiones producidas en su seno, los hombres de Yánayev habían anunciado el toque de queda que habría de mantenerse desde las once de la noche hora de Moscú (una hora antes en España) hasta las cinco de la madrugada de la capital soviética.
Mal tiempo
Shevardnadze, antiguo amigo de Gorbachov, ex ministro de Exteriores y profeta del golpe, abandonaba la sede del Parlamento ruso y acudía al lugar donde miles de personas se concentraban al atardecer para prevenir el ataque al Parlamento ruso. "A pesar del mal tiempo, aquí están los jóvenes", gritó Shevernadze, y recibió una ovación.Cuando el ex ministro de Exteriores abandonaba el lugar, a las 21.15 de la noche del martes, se escucharon los primeros tiros disparados con armas automáticas cerca del Parlamento. Los blindados avanzaban y los concentrados proseguían la paciente construcción de barricadas con adoquines. Los tanques, imparables, seguían su paso en medio de jóvenes vociferantes que los atacaban con piedras, con cócteles molotov y con ramas de árboles a lo largo del bulevar Kolso, próximo al Parlamento.
Una mujer vestida de azul, muy elegante, lanzaba su bolso contra un tanquista. En medio de esta batalla desigual, un joven manifestante moría aplastado por un carro de combate que seguía. su curso levemente incendiado por uno de los cócteles lanzados contra su carcasa.
Un cuarto de hora más tarde otro hombre aparecía muerto cerca de la Embajada norteamericana. La confusión sucedía a la consternación de los propios tanquistas, que protagonizaban insólitas escenas de confraternización con los manifestantes.
En coincidencia con ese clima que se alternaba con la tragedia, dos voces diplomáticas se dejan escuchar: el secretario general de ONU, Pérez de Cuéllar, y el propio Shevardnadze ponían en guardia a golpistas y manifestantes: prudencia, dice el representante de la ONU, cuidado con los llamamientos a la huelga general y a la desobediencia civil. El ex ministro no ahorra un ataque al líder ausente: nunca debió irse de vacaciones. Lo dice ante la televisión norteamericana.
Los muertos
La confrontación callejera coincidía con la presión política, que a su vez provocaba la reacción violenta de los golpistas: en torno a la medianoche, Estonia se suma a las declaraciones de las restantes repúblicas contra los golpistas y declara su independencia, votada por la unanimidad de su Parlamento, y sucesivamente los tanques golpistas atacan la torre de televisión en la capital estona. Los partidarios de Yelsin se apoderan e seis carros e combate leales a los golpistas y la madrugada abre paso a una tregua repleta de tensión. Yeltsin, que durante estos días se ha cambiado de camisa -blanca, con corbata gris perla- pero nunca de chaqueta, recibe al amanecer varios apoyos diplomáticos.El combate de Yeltsin
Yeltsin no cesa de recibir llamadas: Walesa, desde Polonia; Havel, desde Checoslovaquia; Mayor y Margaret Thatcher desde Londres; Mitterrand, desde Francia; Bush, desde Estados Unidos. Todos le ofrecen la solidaridad de sus respectivos países en lo que el presidente francés ama "el combate que usted protagoniza".
Pero la comunicación que más le tranquiliza es la que le pone en contacto con el médico de Gorbachov: el líder de la perestroika goza de buena salud. Lo contaría luego en el Parlamento, antes de que se disolviera el golpe.
Mientras tanto, las escenas de la batalla amainan cerca del Parlamento ruso y quedan sólo los restos de una guerra desigual. Media hora después de la medianoche, entre la lluvia y la niebla, la acción de los tanques había causado ya cinco muertos cerca del Parlamento, según un diputado ruso, tres según otras fuentes. Entre los fallecidos en el combate, un norteamericano alcanzado por el rebote de una bala. En el balance, diez heridos entre los manifestantes.
Yeltsin, mientras tanto, recibe una oferta de los golpistas, representados en esta ocasión por el jefe del KGB, cuya dimisión parece confusa a esa hora, de acompañarle a Crimea para visitar a Gorbachov y comprobar por sí mismo la situación en que se halla el líder derrocado.
Boris Yeltsin rehusa. Su consejeros consideran que es muy arriesgado que vaya precisamente él, y proponen que sea una delegación que le represente la que se desplace al lugar de veraneo y destierro del impulsor de la perestroika.
Acaba de comenzar la mañana del tercer día del golpe. Atrás quedó la, noche que lo hizo fracasar. En la calle, los jóvenes dejan a un lado las botellas de vodka con las que habían preparado hasta entonces los cócteles explosivos, Los tanques parecen arrugarse, como en los dibujos animados, y Yeltsin recibe en su estrado del Parlamento una noticia que luego corre como la pólvora: los golpistas han tratado de huir al aeropuerto para escapar del país y de la historia. Los propios soldados, que horas después recibirían la orden de abandonar la zona del Parlamento con sus tanques, explicaron gráficamente el final de la noche más larga del golpe: "Nos vamos. Nos vamos para siempre".
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