_
_
_
_
Tribuna:EL MAPA DE ESPAÑA / 14 - CASTILLA Y LEÓN / y 2
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vuelven los vencejos

La BañezaDescanso forzoso en La Bañeza, junto a la leonesa vega del Órbigo, por catástrofe digestiva de mis acompañantes debida al abusivo consumo de mantecadas de Astorga, compradas en un despacho de dulcerías llamado La Confianza, cerca del gaudiniano Palacio Episcopal. Al llegar aquí, en La Bañeza, en lugar de someterse a un higiénico ayuno y limitarse a admirar la espléndida plaza del Ayuntamiento, se empeñaron en juzgar por sí mismos si la fama de sus alubias y ancas de rana respondían a la realidad. Satisfechos con la comprobación, se entregaron a experimentar con las yemas y los célebres imperiales, que constituyeron industria ya a finales del XIX y alcanzaron, triunfales, la modernidad portando la siguiente proclama: "Murió el ruso imperial en el exilio, / del imperio español sólo hay retales, / mientras Dios conserve hijos de Emilio, / habrá imperio español y habrá imperiales".

El camino desde Valladolid a León, entrando por Tierra de Campos, discurrió bajo un calor sofocante del que sólo aliviaba la belleza del paisaje. Los campos de cereales se sucedían, majestuosos, cerca de Sahagún, en un silencio solemne, casi sobrehumano. La trilla mandaba, de vez en cuando, briznas de oro que cruzaban, lentas, el espacio inmóvil. Entramos por el Arco de San Benito, parte de la antigua puerta del antiguo monasterio de Sahagún, como sumidos en un sueño del que resultaba imposible saber si salíamos o entrábamos, deslumbrados por las tonalidades rojizas del ladrillo de la iglesia románica de San Tirso.

Afortunadamente, la temperatura es, en tierras leonesas, tan contrastada como su paisaje y la noche, declaradamente fría, estimuló al paseo por las viejas y estrechas calles del barrio antiguo de León que llaman al vino y al tapeo y conduce luego a la Casa Botines de Gaudí, a la elegante fachada barroco-clasicista del Ayuntamiento Viejo, al palacio de los Guzmanes, o a la catedral gótica más hermosa de la Península. Afortunadamente, el interior de esta catedral no quedó malogrado en, su esbeltez -como sucedió en otras catedrales góticas españolas- por la ortopédica presencia posterior del coro. En nuestra visita a la catedral, al panteón real de San Isidoro, con sus admirables pinturas románicas, y al Museo Arqueológico Provincial se reprodujo una escena similar a las que ha escandalizado a Anke en otros museos visitados durante el viaje: grupos de adolescentes que, ante un cuadro o representación escultórica, se preguntan por el significado de títulos como Descendimiento, Anunciación, Pentecostés, Asunción, Verónica... El baterista, triunfal, le explicó que la religión ha dejado de ser asignatura obligatoria en la enseñanza; yo le expliqué al baterista que una cosa es la religión como asignatura obligatoria, que sólo enseñaba a rezar, y otra la cultura. El baterista sufre una juventud sensata, y asiente.

Salamanca

"Gira, zumba y canta", dijo Iliá Ehremburg refiriéndose a la plaza Mayor de Salamanca. Y tan briosas palabras podrían extenderse a la ciudad entera. Pocas urbes peninsulares reciben al visitante con esa atmósfera de encendido jolgorio y sensualidad casi italiana. Si mi joven baterista no anduviera aún tan prendido de su pudor adolescente, le hubiera vendado los ojos para conducirlo hasta el centro de la plaza Mayor y, una vez allí, devolverle la libertad visual para que recibiera, de repente, una de las mayores impresiones estéticas de este viaje. Pero no sólo me lo impidió el respeto a las aprensiones ajenas, sino el sol que se derramaba sobre la plaza, y opté por buscar acomodo en la terraza de un café con intención de contemplar los cambios de luz, y del color de la piedra, al lento caer de la tarde.

Nuestra centroeuropea ha reaparecido hoy, tras dos días de misteriosa fuga. La dejamos anteayer en el hotel, ordenando las notas que había tomado en Toro y Zamora sobre doña Urraca, y, al despedimos, establecimos posterior cita en la entrada del colegio mayor Fonseca, cuyo encantador patio renacentista pretendía yo revisitar. El antiguo Colegio de los Irlandeses estaba cerrado al público, y en vano estuvimos esperándola. Según nos ha contado hoy la mañana en que la dejamos trabajando en el hotel se sintió repentinamente abrumada por los avatares existenciales de doña Urraca y decidió disfrutar de la luminosa jornada salmantina, aventurándose al exterior. Visitó el convento de las Dueñas y su lujurioso claustro renacentista; visitó San Esteban, donde las filigranas platerescas de la fachada empezaron a cosquillearle el ánimo; llegó a las Escuelas Menores, cuyo patio confundió con el salón de Afrodita; alcanzó la universidad, asegura que oyó a fray Luis y a Unamuno impartiendo sabiduría; ascendió y descendió, varias veces, la famosa escalera y dice que lo hizo al vuelo para no pisar semejante suntuosidad, y, finalmente, se hallaba contemplando la fachada del edificio cuando el plateresco se le subió a la cabeza, y también ella, como la plaza Mayor, empezó a girar, a zumbar y a cantar. Un joven rubio se le ofreció como guía capaz de introducirla en la simbología de la fachada, después el rubio se le ofreció como guía de la rubia ciudad, al anochecer le confesó no ser guía profesional sino torero que se ganaba el pan como podía en los difíciles inicios de una carrera que el éxito no tardaría en coronar... En fin, Anke ha regresado esta mañana a sus clásicos, sin guía y sin torero. Lee a Unamuno y me ha preguntado qué significa vencejos. Una clase de pájaros. Le he recordado que los hemos visto, durante el viaje, volando en el honzonte, negros, de forrna parecida a la de las gaviotas, pero más pequeños, presagiando el estancamiento de nubes. Anke ha vuelto al poema de Unamuno: "...ya vuelven los vencejos, las cosas naturales siempre vuelven". Martí, sensible a la desdicha de la centroeuropea burlada, ha intentado devolverle la esperanza sugiriendo que el falso guía, el falso torero, tal vez el falso rubio, quizá vuelva a la ciudad cualquier lunes de agua y, cronica del pasado histórico salmantino en mano, el baterista nos ha leído lo siguiente: "Pasada la Semana Santa, el lunes siguiente después de Pascua, autorizaba el Concejo salmantino, allá por los esplendores del siglo XVI, que volvieran a la ciudad las mujeres que habían sido apartadas de los burdeles desde que comenzara la mortificación cuaresmal. Cumplida la abstinencia, los estudiantes, sopistas y gorrones, en grandísima algarabía, subían a buscar a las damas en sus retiros, Tormes arriba, en toda clase de barcas y esquifes que ornaban para la ocasión con los primeros brotes primaverales".

Soria

Tras despedimos de Anke en Ávila, donde decidió quedarse hasta quién sabe cuándo, sumida en una melancolía nada carmelita, emprendimos, Martí y yo, un desordenado deambuleo por tierras segovianas. Segovia, ciudad, aparecía esplendorosa desde el Alcázar, a orillas del Eresma, y el regodeante bullir urbano nos incitaba a rebelarnos contra los rígidos dictados del ya más que apretado calendario, sumo castrador de felicidad. Los reales sitios, ya serranos (La Granja de San lldefonso, Riofrío) soportaban con resignación la sequedad agosteña que mengua su afrancesada belleza, pero no logra anularla. En el llano, los verdes pinares, en las comarcas de Cuéllar, Coca y Santa María de Nieva, dulcificaban la señorial vetusteza de castillos y memorables iglesias y murallas. No nos detuvimos en Nava de la Asunción donde, hasta no hace mucho, hubo una casa solariega a la que el poeta Jaime Gil de Biedma, ya desaparecido, "siempre acababa por volver". La verja del cementerio, apartado del pueblo, estaba cerrada y dejamos que la habanera de Carmen sonara, potente, en el radiocasete del coche aparcado. Un paseante nos miró, sorprendido, y, luego, reemprendió el paso, sin entender.

La risueña Alameda de Cervantes, en Soria, bulle a la hora del paseo de la tarde, llena de veraneantes que van y vienen de la ajardinada avenida al comercial Collado. Es nuestro último día de viaje y Martí ha insistido en volver a la plaza de la Audiencia, solitaria y magnífica en su sencillez. Rodeando el impresionante palacio renacentista de los condes de Gómara, repetimos visita a Santo Domingo. Veo al joven baterista frente a la fachada románica más bella del mundo, y la fragilidad del casi adolescente se suma a la de la belleza de la piedra: siento un ligero sobresalto. Adivino que, durante los próximos días, me perseguirá la visión de la ligera figura del baterista paseando por entre los arcos de San Juan de Duero, o por el lírico y arbolado camino de San Saturio; le veré contemplando la estremecedora ciudad, desde el Mirón, y le recordaré frente a la destartalada entrada del instituto Antonio Machado. Y experimentaré un ligero remordimiento: la joven sensibilidad del baterista merecía mejor guía para descubrir lo que sólo hemos entrevisto. Le he hecho jurar que, nunca más, cometerá insensatez semejante a la que acabamos de hacer: recorrer tanta maravilla en tan poco tiempo. Ha levantado una mano al cielo castellano, asintiendo, y ha completado el juramento con una seriedad aleccionadora: "Ni intentaré resumirla en diez folios". Luego, me ha comunicado que, antes de partir, quiere dar un paseo, solo, "por abajo". Y ha señalado el Duero. Creo que, a pesar de todo, algo ha entendido.

Mañana: Galicia / 1

En el día de la patria gallega

Manuel Vázquez Montalbán

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_