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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La caza del kurdo

TURQUÍA HA emprendido en los últimos días operaciones militares de cierta envergadura en el Kurdistán iraquí para perseguir -según los comunicados del Estado Mayor de Ankara- a los "terroristas separatistas" del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). La aviación ha realizado unas cien salidas y ha bombardeado diversas aldeas. Todo ello tiene lugar en una especie de no man's land que se ha creado en la zona norte de Irak, fronteriza con Turquía.Al final de la guerra del Golfo, EE UU y otros países (España entre ellos) enviaron tropas para proteger los campamentos en los que se acogía a los kurdos amenazados por las represalias de Sadam Husein. Esas tropas aliadas se han retirado. En la actualidad, los movimientos kurdos de Irak están negociando en Bagdad -sin éxito por el momento- una autonomía para la región. Pero el Ejército iraquí no ha vuelto a ocupar el territorio donde ahora se ha producido el ataque turco.

El Gobierno de Ankara invoca, como razón justificativa de su acción militar, el hecho de que las bases de los grupos armados del PKK -que han realizado últimamente varios atentados causando víctimas militares- están al otro lado de la frontera. Sin embargo, es absurdo pensar que los bombardeos de la aviación tienen eficacia para destruir a grupos de guerrilleros desperdigados en una zona sumamente montañosa. La acción turca debe tener otras motivaciones, difíciles de percibir. En todo caso, la víctima de esos bombardeos es siempre la población civil kurda. El Gobierno turco parece contradecir con esta acción la política más liberal que había iniciado en el problema kurdo durante la guerra del Golfo, cuando el presidente Ozal anunció que la lengua kurda sería legalizada. Era un momento en que Turquía participaba en la guerra contra Sadam Husein y estaba interesada en unir a todas las fuerzas contra el enemigo común, que entonces era el dictador iraquí. Ulteriormente, la promesa de legalizar el kurdo no se ha materializado. La decepción es cada vez mayor entre las masas kurdas, y ello explica que incluso el PKK, con su política radical y sus métodos de lucha armada, goce de mucha simpatía entre ellas.

Turquía no puede ignorar el efecto negativo que va a causar en la opinión europea el recurso a los bombardeos y a las operaciones militares para perseguir a los combatientes kurdos. Al margen del empleo de la violencia por parte del PKK -lo cual merece una condena rotunda-, el fondo del problema es que la represalia turca adquiere tintes- indiscriminados contra un pueblo. En Turquía habitan 12 millones de kurdos, con una identidad cultural claramente diferenciada, y es un hecho que no se puede ignorar. Durante mucho tiempo, la política turca ha sido negar esa realidad y tratar como traidor a todo el que se considerase kurdo.

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Por otro lado, las operaciones militares de estos días no son una novedad: durante mucho tiempo ha existido un acuerdo entre Irak y Turquía que permitía a cada parte perseguir a los guerrilleros kurdos en el territorio del otro país. Método muy propio del dictador Sadam, pero que no ha dado ningún resultado positivo a Turquía. Prueba de ello es que el PKK se ha reforzado. Y la realidad kurda, en términos más generales y por encima de las prohibiciones legales, se afirma de modo incontenible en la sociedad turca.

Ahora, cuando incluso el dictador iraquí Sadam está obligado a negociar con los movimientos nacionales kurdos, ofreciéndoles una autonomía que les permita conservar su idioma y su cultura, resulta incomprensible que Turquía sólo sea capaz de abordar este problema con operaciones militares. Para poner fin a la acción de grupos armados, el camino sensato es aislarlos de las masas kurdas con una política liberal que otorgue a éstas unas satisfacciones efectivas. Lo contrario de las operaciones militares en curso.

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