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Tribuna:EL ASFALTO
Tribuna
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El Sur propiamente dicho

Juan Cruz

Hasta la eternidad es efímera si la cuenta un periodista. Madrid está lleno de periódicos inservibles porque son de ayer, y los chicos que esperan en las estaciones sin asiento los usan para pasar allí las horas muertas. Hojas de anuncios por palabras, papeles con la situación caliente de Yugoslavia y diarios que han hecho de agosto su mes más cruel porque han desaparecido como vinieron, con ruido y con colorines. El resto es silencio.Madrid es una gran estación de tránsito. Los que viven aquí se van y los que vienen los reemplazan con la misma parsimonia: entrando por estaciones incómodas en las que habitan palomas sucias. No se sabe muy bien por qué los pobres han de vivir peor que los ricos, pero en Madrid la diferencia social parece un cuadro de Antonio López. El diálogo Norte-Sur es una algarabía, y mientras el Norte es el aeropuerto, con sus sillones frecuentados pero mullidos, la estación del Sur es el Sur propiamente dicho, una geografia de detritus, de bocadillos deshechos: el calor humano paseando por escalinatas sin luz hacia andenes que no están señalizados.

La calidad de la espera

En el Norte -incluso en la estación de Chamartín, que es como el Norte también desmejorado- existe la sensación de que se ha acondicionado el aire para que la desesperación de la espera no tenga esos contornos miserables que la propia espera tiene en el Sur. La gente que viaja al Norte tiene, al parecer, otros privilegios, y aunque el mundo de la estación se les hunda por los retrasos, hay como otra parsimonia en la calidad de la espera.Si vas al Sur, prepárate a sufrir las consecuencias. El mundo está mal hecho, y aunque los poetas canten, seguirá siendo así por toda la eternidad. Estos días de calor sofocante, esta. ciudad de escaparates ha vivido en carne viva las contradicciones que produce la injusticia. En la estación del Sur, la gente no tiene dónde sentarse, las cafeterías quedaron exhaustas de, bocadillos, los suelos donde: dormitaban los estudiantes y los campesinos estaban llenos de desperdicios, y por encima de esa atmósfera terrestre flotaba como un vapor la sensación de que aquello estaba así porque era irremediable.

La realidad es una estación así: sobre las páginas de esos periódicos que sirven de asiento, donde se cuentan las aventuras inasibles de los que lo pasan mejor, también hay historias truculentas que pugnan por parecerse a lo que le ocurre a la gente. El ruido de lo que pasa se asemeja a veces a la violencia que suscitan los periódicos, y aunque todo sea efimero, sierripre hay una relación entre lo que viene entre líneas y lo que sigue sucediendo: tantos años, tanta Europa, tantos zapatos nuevos para andar por la historla y las estaciones del Sur siguen oliendo a alpargatas.

Mientras ese olor se sucede sobre las cabezas de los humanos que esperan en esta estación, otro papel de periódico recoge lo que dice un contemporáneo: un filósofo asegura que no hay que pagar impuestos. Ya somos bastante ricos. Es mentira, pero la cobertura de los sueños de los filósofos se basa en que ellos no tienen que bajar al Sur para tomar un autobús. Y además no tienen entre sus necesidades perentorias la de comerse un bocadillo sobre el suelo de esta estación de la miseria.

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