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El olor de la huida

Juan Cruz

Afanados al volante, no se dan cuenta del ruido que dejan atrás Es como cada año, una rutina que se convierte en el olor del plomo, un tubo de escape incesante que deja la ciudad imposible.Es un problema de calidad de vida: de pronto se dan cuenta de que pueden salir, de que estas cuatro paredes de asfalto en que se ha convertido Madrid durante el año son en realidad un rectángulo de cristal y de aire, y salen fuera para ver qué pasa. Mientras se van dejan todo hecho un asco: los taxis huelen mal, porque aún no han renovado la vieja tapicería del asiento de atrás; los autobuses se quedan incrustádos en las calles sin guardias, y las bocinas de los automóviles suenan como cristales rotos en los oídos de los que se quedan.

Los que han vuelto lo han hecho a regañadientes y los que se van no ven la hora. Los que permanecen están perplejos: a qué viene tanta algarabía, como si fuera a comenzar una guerra y hubiera que dejar las camas sin hacer. Irse cuanto antes, dejar las sobras en el plato, dar un portazo y trincar los dedos de la ciu,dad, hacerle daño.

Rompen Madrid mientras se van, rompen sañudamente esta ciudad sitiada por el calor y el humo y la dejan como un trasto inservible lleno de urinarios y de gasolineras. No lo pueden romper todo y dejan intacto, por ejemplo, el paseo central del Museo del Prado o algunos chorros de agua del parque del Retiro. No se entiende cómo tienen tanta prisa por dejarlo todo manga por hombro.

La palabra que se escucha en las ventanillas suena al otoño de septiembre y en los restaurantes empiezan a poner vallas para hacer reformas. Los que se quedan tienen la alternativa.de las terrazas, que son reconstrucciones eflimeras de la noche y de sus aditamentos, y hay entre los contertulios de esos lugares ventosos un cierto aire de venganza: nos hemos quedado, qué se van a creer los que se han ido.

Las vacaciones son la alternativa que se ha fabricado la gente en la tierra para simular la eternidad: creen que este enorme corchete de un mes con el que dicen adiós a todo esto tiene el aspecto de la vida definitiva, y loabandonan todo con tal urgencia porque creen que en efecto no van a regresar nunca. Volverán, seguro, y hallarán cantando a los mismos pájaros que tratan de olvidar ahora.

La ciudad cierra por vacacio,nes. Hay un museo moderno, el IVAM, de Valencia, que ha colocado en su puerta principal un cartel que anuncia que el local está "abierto por vacaciones". Pocos se atreven a tanto porque el prestigio de las vacaciones reside justamente en que ahora lo cierran todo y todos participan tanto de ese deseo que parece que decir que algo está abierto debe dar como vergüenza ajena.

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Cierran la ciudad por vacaciones. Cuando regresen la encontraran mohosa, oliendo aún al humo denso de la huida.

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