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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Despega si puedes

NO ES sorprendente que la política de liberalización de las rutas aéreas haya inquietado a los responsables de las líneas aéreas en España. A sus propios males, entre los que no debería olvidarse la desidia con que muchos funcionarios de Iberia tratan a sus usuarios, esta compañía tiene que añadir los graves problemas de infraestructura y control de tráfico en su principal base de operaciones, el aeropuerto de Barajas. Con una situación económica muy difícil -sólo en parte atribuible a la crisis de la guerra del Golfo-, Iberia se ha de enfrentar a la libertad de rutas y a la competencia de tarifas prevista por la Comunidad Europea para el 1 de enero de 1993, lo cual implica que otras compañías podrán cubrir el servicio entre capitales españolas con aeropuertos internacionales. Esto significa, en principio, una mayor competencia y, por consiguiente, beneficios para el viajero.Pero esas ventajas comparativas que implicaría el aumento de opciones corre el peligro real de quedar en nada si los medios disponibles en los aeropuertos no son adecuados al incremento de esas posibilidades. Éste es el centro del problema; los atrasos y muchas de las dificultades que padece el usuario de aviones no tienen que ver con las compañías en las que vuela, sino con los aeropuertos. El caso de Barajas es paradigmático. Madrid ha sido olvidado en las inversiones para transporte aéreo, y eso se va a pagar caro. Barajas acapara el 53% del tráfico internacional de pasajeros y el 46% del tráfico de aeronaves. Pues bien, teniendo en cuenta esas realidades, haber logrado una marca del 40% de vuelos con retrasos superiores a 15 minutos durante los últimos meses -muy lejos de la media europea- es una situación inaceptable.

Si a estas demoras sumamos otras más pequeñas consideradas por los técnicos dentro del margen de puntualidad, se puede afirmar que la mayoría de los usuarios del aeropuerto madrileño están condenados al retraso como norma. No parece aceptable que la actual respuesta de la Administración a la saturación del aeropuerto de Madrid -reducción de la longitud de una pista e incremento del espacio para aparcamiento de aviones-, destinada a disminuir los efectos del colapso con vistas a 1992, haya tenido que esperar tanto tiempo.

La construcción de tina nueva pista en Barajas es la única posibilidad de aplazar el caos mientras se hace una ordenacion definitiva, de largo plazo. Se precisa mejorar las operaciones de control de tráfico, de modo que, sin detrimento de la seguridad, la entrada y salida de aviones pueda efectuarse con más rapidez. Resulta imprescindible también la colaboración de los colectivos laborales afectados, sin los cuales es imposible conseguir un mejor servicio. En cualquier caso, este país necesita una política global de transportes. Es absurdo invertir cuatro o cinco horas para salvar 400 kilómetros por vía aérea, si en ese mismo tiempo se puede cubrir la misma distancia con un tren cómodo o una carretera en condiciones. El, problema surge cuando tampoco hay buenas carreteras, ni trenes, ni enlaces aéreos puntuales. El tan citado pragmatismo tiene en este campo su plena justificación.

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