El 92
PRÁCTICAMENTE UN año antes de que se celebren los eventos del año 1992 -Juegos Olímpicos de Barcelona y Exposición Universal de Sevilla-, el Gobierno ha iniciado una remodelación de sus órganos rectores máximos en el ámbito de su competencia con el objetivo de eliminar cualquier contradicción que impida llegar a tiempo en las infraestructuras correspondientes y en la filosofía con la que se acude a ellos. Los cambios son tardíos, ya que hasta ahora se ha permitido la dualidad de cabezas en el proyecto de la Expo, concluida con un desgaste innecesario, una politización absurda y una pérdida de energías. El caso es que finalmente el vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra, asume la línea ejecutiva de los actos del 92 por sí mismo, no como hasta ahora, que lo hacía sólo en representación de Felipe González.No se puede dudar de que el noventa y dos constituye una operación de Estado, por cuanto ese año nuestro país concitará la atención de todo el mundo; además, los acontecimientos están sirviendo para modernizar dos ciudades como Barcelona y Sevilla y acercarlas en su urbanismo al umbral del siglo XXI. Negar este hecho y presentarlo prioritariamente como una operación de partido es hacer demagogia; pero tampoco se puede caer en el angelismo de considerar que los socialistas no barrerán para casa ni intentarán acumular todos los parabienes posibles adjuntos a los Juegos y a la Expo en un tiempo previsiblemente preelectoral. Además, al Finalizar el año 1992 se cumplirá el decenio de presencia del PSOE en el poder, plazo paradigmático para hacer un balance no estrictamente coyuntural de cómo ha cambiado España bajo la administración de la izquierda. En este sentido, el noventa y dos es fundamental para los objetivos de modernización, ya que el 1 de enero de 1993 España ingresará con todas las consecuencias en el mercado único europeo.
Después de conocer los cambios en la estructura de poder en los acontecimientos de 1992 se impone el seguimiento de su presupuesto, una vez que ya es oficial la apertura de una etapa de austeridad en la economía española. No se conoce a ciencia cierta lo que hasta ahora ha costado el esfuerzo inversor público en Sevilla en todos sus conceptos -mientras que en Barcelona, donde el peso estatal es menor, este asunto está más claro-, pero sería inadmisible la aplicación del rigor a las cuentas de todos los ciudadanos en medio de exagerados fastos que buscan, parcialmente, potenciar una imagen. Sería positivo que el nuevo responsable de estas operaciones diese explicaciones públicas y detalladas de lo que se ha hecho, de lo que se va a hacer y de la cirugía aplicada para que no haya derroches en la parte que corresponde a lo que se gasta con los gravámenes de todos los españoles.
Además de la vigilancia sobre los asuntos de exactitud presupuestaria y de eficacia en la creación de infraestructuras, los dos grandes acontecimientos tienen pendiente otro reto: el capítulo de los intangibles, es decir, los estrictamente organizativos: la puntualidad, el funcionamiento de los servicios, el tratamiento a visitantes y medios de comunicación internacionales, el alojamiento. De todo ello depende en buena medida la imagen que proyecten Barcelona y Sevilla y, con ellas, el país entero. La Exposición Universal debe precisar, además, la oferta de sus contenidos -siempre aquejada de una cierta vacilación- en un sentido armónico. Precisamente, uno de los aspectos que han separado hasta ahora a los dos responsables de la exposición, Manuel Olivencia y Jacinto Pellón, era el concepto sobre la misma.
La capital catalana, por su parte, está inmersa en una difícil empresa que se lo juega todo en 15 días, es decir, en minutos. Nada debe quedar al albur de la imprevisión si de lo que se trata es de demostrar que este país es capaz de superar el espíritu de la improvisación y alcanzar el método, el rigor, la eficacia. Con las medidas tomadas en el último Consejo de Ministros se ha abierto una nueva expectativa.
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