Un encierro de cine
Es como la misa de siete pero a chorros. El encierro mañanero es un espectáculo de luz y color, y amor y vida. Hay que nacer otra vez mil veces para desayunar el encierro de los toros sanfermineros. A la salida del hotel los taxis llegan en Fila india a recoger alemanes, franceses, ingleses, madrileños... Todos van al encierro: "Esto es como ir al cine, vale vivir para ver el encierro", explica la madre de una familia de Lyón que abarrota su Mercedes.
En la prensa de la mañana el encierro del día anterior son varias páginas en color: ¿quién no la compra por ver si se ve acometido por el toro" El taxi ladea la Vuelta del Castillo, un parque inmenso, de verde tupido y que es cama redonda de toda la redondada, nacional e internacional, de fiesta en Pamplona; ya restriegan los ojos los chicos y enfilan el camino de la plaza. El gentío es un río de mil afluentes que va a dar a la bodega de la ilusión que es la plaza de toros.
Reventa de entradas a tutiplén, a 500 pesetas la pieza. Esto ya es el coso; el graderío revienta, apiñado. La banda de música Iruña jalea los corazones y los ojos adormilados, o abotargados: Qué guapa estás María, María qué guapa estás... La banda en el centro de la arena, desgrana alegría de primera comunión; las bocas tararean. El sol se presiente y las ocho de la mañana se anuncian en el corazón: a esa hora los morlacos saldrán del corral y enfilarán la calle Estafeta y a velocidad de autopista callejera, tres minutos después, en la arena le darán un vuelco al mundo. El lleno está asegurado, como cada día: pasan los vendedores de bocadillos, pasan los sanfermineros cargados con calderos de botellas de cava.
Saltan como corzos
La banda comienza su vuelta al ruedo: silbidos, pañuelos rojos que saludan, la emoción se dibuja en el aire, la Cruz Roja puebla el callejón, alerta. Y ya está: entran zumbando los primeros corredores del encierro, hombres, mujeres, se llena el redondel, saltan como corzos, hacen la V de la victoria con la mano; siguen vivos un día más.Cataplún: llegan los toros en tromba; uno cuenta hasta 13. Todo es vértigo y vertiginoso. Un petardazo, otro. Los toros atraviesan el ruedo cual relámpagos; tres cabestros les escoltan a su paso. La plaza bota. ¡Qué belleza! Los mozos más valientes amasan una montaña de carne humana delante del toril, y empiezan los regalos de este amanecer: una vaquilla, otra, otra, otra más. Y a correr. Sus cuernos embolados no clavan pero aporrean. La plaza es el teatro del mundo: gritos, estacazos a la vaquilla, carreras ciegas de la vaquilla, atropellos, espantadas, vocerío, amor en forma de generosidad. Pasó media hora, las vaquillas han vuelto a su casa. Se acabó el encierro.
Un cura de sotana, pasito a Pasito, fuera de la plaza: ¿le gustó el encierro?; "yo no vengo de ahí, voy a decir misa". ¿Qué le parece esto": "Para mí es una barbaridad". Dice que tiene 85 años. Bendito sea San Fermín.
Babelia
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