El asco
MIENTRAS EL Estado democrático se esfuerza en juzgar las acciones criminales de los Grupos Antíterroristas de Liberación (GAL), ETA hace lo posible por justificarlas ante la opinión pública e incluso por extender su espíritu -la venganza personal y la ley del talión- entre la sociedad. Su actual escalada de atentados, en la que su pretendida acción revolucionaria se reduce al asesinato indiscriminado, es la gota de agua que desborda el vaso de asco popular contra el proceder de estos sembradores de cadáveres.Quizá ETA busque conscientemente las reacciones exasperadas entre la población, convencida de que, en el callejón sin salida en que se halla, lo peor -una táctica de tierra quemada frente al conjunto de la sociedad- puede reportarle alguna ventaja momentánea.
De ser así, sería una prueba fehaciente de su situación desesperada y de que, perdido el norte de sus referencias históricas, sólo el matar por matar como medio de provocar al Estado ya la sociedad sería el oficio elegido. De ahí que comportarse como la organización terrorista quiere resulte servir indirectamente a sus intereses. La reacción de los presos de la cárcel de Burgos ante el atentado de ETA en la prisión de Sevilla -un funcionario, dos reclusos y un familiar muertos por la explosión de un paquete bomba- es humanamente comprensible en cuanto manifestación espontánea del horror producido por la matanza. Pero es obvio que, más allá de estos límites, la amenaza de muerte -que se lanza contra los reclusos de la organización terrorista -cerca de 500 en las prisiones españolas- merece el más absoluto rechazo.
No existe duda alguna de que los responsables de las prisiones habrán tomado las medidas pertinentes para asegurar la integridad física de los presos de ETA. Pero, además, responsables y funcionarios penitenciarios deben cuidar de que nada de lo que hagan o digan pueda ser interpretado a favor de esta amenaza de guerra carcelaria. El Estado de derecho, por definición, no puede hacer distingos en la aplicación de sus reglas.
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