Apellidos
Mi amigo Manolo Delito Flagrante estaba fumándose un canuto mientras veía El precio justo cuando explosionaron la puerta de su apartamento y entró, sin orden judicial, una división acorazada que se lo llevó a comisaría.Al día siguiente fue al Ministerio de Justicia para cambiarse el primer apellido, pues pensó que llamándose Corcuera Flagrante, aunque sonara a gargarismo, tenía más posibilidades de sobrevivir. Tuvo que vencer resistencias subconscientes, pues el cura que más tortas le había dado en el colegio se llamaba Tortuera. Aún recordaba los efluvios de satisfacción venérea que despedían los ojos de aquel prefecto de disciplina cada vez que, regla en mano, le torturaba por no pronunciar bien cerdo en francés.
Una semana más tarde bajó a comprar el periódico y un policía le pidió el carné de identidad, que se lo había dejado en casa. Fue requerido para acompañar a la autoridad a la comisaría más cercana. Allí pidió que le dejaran hablar con su abogado, pero le explicaron que ése era un privilegio reservado a los detenidos, mientras que su situación era la de un desaparecido. Estuvo a punto de volverse loco. Cuando reapareció había perdido cinco kilos, las ojeras le llegaban a los zapatos y le habían puesto una multa de 50.000 pesetas, la mitad de su sueldo.
Entre tanto, las cloacas de la democracia olían peor que nunca porque las depuradoras no daban a basto, el PSOE impedía que los filesos de turno comparecieran ante el Congreso, y los políticos se libraban de declarar ante el juez por un decreto o cosa que se habían hecho a la medida.
Mi amigo Manolo Delito Flagrante se ha ido a vivir a Francia, donde se llama Delitó Flangrant. Ha aprendido a pronunciar cerdo en francés y en siete idiomas más. Creo que no dice otra cosa.
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