El brazo libre
A Franco le gustaban los brazos mmificados, y sobre todo el de santa Teresa. A Felipe González le gustan los brazos libres. "Al menos déjenme un brazo libre", pidió hace ya algunos años. El Estado necesita un brazo libre para poder defenderse de los golpes arteros de los enemigos, explicába Felipe González, llevando a sus últimas consecuencias la tesis de que la violencia es monopolio del Estado, tesis en la que han coincidido desde Maquiavelo a Trotski, pasando por Max Weber. Teniendo el monopolio de la violencia legal, ¿necesita el Estado ese brazo libre?
He seguido la representación del funcionario Amedo, y manifiesta la prepotencia metafísica del policía político. La carrera de Amedo empezó en la brigada político-social, y le quedan maneras y tonos de voz ¿Quién interroga a quién, el señor fiscal o el señor Amedo? ¿Quién marca lo que es necesario decir o no decir, el presidente del tribunal o el señor Amedo? ¿Quién juzga a quién? A veces el mal gusto de boca me viene del cerebro, y la desafiante actitud del policía encausado me coincide con la semana en que se activa la polémica de la ley Corcuera, un anticipo del Gran Hermano Democrático que se nos viene encima, capaz de meterse en nuestras casas, por nuestro bien, y secuestrarnos hasta los preservativos de fantasía. ¿Quién no guarda en un rincón de su casa una pequeña culpa?
La ley Corcuera es otro brazo fibre que el Estado democrático quiere injertarse; y algún día, cuando el subcomisario Amedo recupere la libertad y todo lo que va a recuperar, estará en condiciones de apl 'car la ley Corcuera como un funcionario dIscIplinado, aunque algo jugador, dotado de la arrogancia del jugador que tiene la razón de Estado a sus espaldas para hacer saltar la banca. Un día puede llamar a cualquier puerta, y habrá que abrírsela, y enseñarle el carné de identidad, y...
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