_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El períodismo amarillo

Algunos repertorios cronológicos dicen que fue en 1890 cuando el relojero suizo emigrado a Estados Unidos Ottmar Mergenthaler perfeccionó la linotipia. Otros, en cambio, fechan la invención en 1884 o en 1886. En el fondo, poco importa: lo que cuenta es que hace ahora un siglo entró en uso una nueva máquina de impresión de papel que haría posible la aparición de un periodismo barato y de tiradas multitudinarias orientado al consumo e información de las clases medias y populares. El hecho es verdaderamente trascendente: desde la década de 1890 -pero no desde antes-, la prensa conformaría en gran medida, y desde luego de forma creciente, la conciencia colectiva de las masas de la so-. ciedad moderna.El cambio empezó en Estados Unidos al hilo de la competencia por el mercado neoyorquino entre el Márning Journal, de William Randolph Hearst, y el World, de Joseph Pulitzer. Se extendió a Europa en 1896, cuando Alfred Harnisworth, vizconde de Nortlicliffe, fundó en Londres el Dady Mail. Luego siguieron todos los demás.

No es, por tanto, casual que la expresión periodismo amarillo se derive precisamente de esa rivalidad entre Pulitzer y Hearst, aunque, como es sabido, el nombre. surgiera de un pleito de apariencia baladí: del hecho de que tanto el World cómo el Journal publicaran un comic seriado y coloreado con el título El chico amarillo, ideado por el dibujante Outcault para el periódico de Pulitzer, pero contratado luego por Hearst (y continuado en el priniero por otro dibujante, Luks).Pulitzer y Hearst crearon, pues, la prensa amarilla. Ambos tuvieron su gran momento en la guerra hispano-norteamericana de 1898: la excitación del nacionalismo popular norteamericano les permitió alcanzar ventas verdaderamente fantásticas y, desde luego, sin precedentes. De alguna forma, además, la historia de ambos refleja la grandeza y la miseria del periodismo popular. Pulitzer, húngaro de nacimiento, de habla alemana, judío, emigrante, que había querido ser militar, rechazado por los ejércitos austriaco e inglés y por la Legión Francesa antes de enrolarse finalmente en el Ejército norteamericano en 1861, acabó oponiéndose al expansionismo exterior de su país de adopción y especializó sus periódicos en la denuncia de la corrupción de los políticos, lo que le valió varios procesos por injurias, alguno memorable por haber sido promovido por el propio presidente de Estados Unidos. Hearst, hijo de un califórniano propietario de minas de oro y educado en Harvard, fue mucho más ambiguo. Incorporó a sus periódicos a escritores famosos, extendió el uso de titulares espectaculares y de ilustraciones atractivas, creó los magazines en color y tuvo siempre un gusto excesivo por los sucesos truculentos y morbosos. Su prensa fue nacionalista y conservadora, aunque también Populista y democrática: batalló, por ejemplo, y con empeño, por el sufragio femenino y por la jornada de ocho horas para los trabajadores.Lo dicho basta para entender lo que se avecinaba. Aquel nuevo periodismo popular- tenía características significativas. Por comparación con la prensa anterior -de tiradas cortas, precios altos, información densa y limitada, con tipografía poco resaltada y sin apenas información gráfica-, el periodismo de masas se configuró como una prensa poco literaria, escasamente culta, sensacionalista e irresponsable y, como ya se ha dicho, barata (y dependiente de las ventas en la calle y no, como la anterior, de sus suscripciones a domicilio). u contenido estuvo absorbido referentemente por noticias mundiales espectaculares, reportajes sobre escándalos políticos y sociales, abusos de todo tipo, crímenes, sexo y, pronto, sobre deportes. Se definió más que nada por eso que acaba de mencionarse: por el sensacionalismo, esto es, por la explotación de la excitación del momento.

La prensa popular contribuyó decisiva e irreversiblemente a crear el clima de interés apasionado por la vida pública que define y caracteriza a la sociedad occidental. Por su difusión y por su extraordinario poder político y social es, pues, parte sustancial de la vida moderna: su aparición fue paralela al nacimiento de la opinión pública.

Por ello resultan hasta ociosas las discusiones que a menudo se suscitan en tomo a sus funciones, como ocurre últimamente en España. La prensa es el mayor poder que existe en la sociedad moderna porque la conciencia colectiva se fada a través de ella. Esto, y no otra cosa, es lo verdaderamente importante, y aun lo grave, si se quiere: que el hombre contemporáneo recibe una información de dimensiones inundatorias y de vigencia momentánea y fugaz; que su conciencia, o la idea que tiene del mundo y de sí mismo, se forma y educa en la excitación y en el apasionamiento, en la catástrofe y en el escándalo. Es la suya, pues, una conciencia que está siempre alterada, que está siempre en vilo, y quién sabe si no envilecida; que ve las cosas sin pondera,ción ni equilibrio, sin mesura; que las ve, pues, desmesuradamente.

Ignoro las consecuencias que de ahí puedan derivarse, pues como historiador me compete, en todo caso, y como decía Max Weber, decir cómo las cosas han llegado a ser como son, y nada más. Pero cabe advertir, sin embargo, que esas cosas, y en nuestro caso el periodismo de masas, han podido ser -y sobre todo pueden ser- de otra forma. Pulitzer mismo no cayó de lleno en el amarillismo: los editoriales de sus periódicos tuvieron mientras él vivió un espléndido nivel intelectual y literario, y siempre creyó en el periodismo culto y competente (por eso creó la escuela de períodismo de la Universidad de Columbia). En marzo último, se produjo un hecho alentador: los propietarios del Times de Londres nombraron director a un hombre joven, educado en Oxford, de clase alta y buen escritor, porque la orientación populista y amarilla que el periódico había seguido desde 1985 había propiciado una preocupante baja de ventas. Pero, claro, esas cosas ocurren en Inglaterra, que, ya se sabe, es, como dijo Orwell, como una familia en la que siempre mandasen los parientes más peregrinos.

Juan Pablo Fusi es catedrático de Historia de la Universidad Complutense.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_