Fronteras de África
UN NUEVO poder revolucionario se ha instalado en Addis Abeba con una rapidez inesperada. La conferencia de Londres, convocada por EE UU para. pre parar la transición, ha concluido en un plazo mucho, más breve del previsto. Ello ha sido posible porque el Ejército del coronel Mengistu -considerado como uno de los mayores de África- se ha volatilizado en el momento en que las guerrillas rebeldes llegaron a las puertas de la capital. Al mismo tiempo, Herman Cohen, enviado del Departamento de Estado en la negociación londinense, ha hecho gala de una audacia sorprendente: dando la espalda a los antiguos recelos de EE UU hacia todo lo que pudiese oler a comunismo, ha dado un apoyo completo al Frente Democrático y Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), en cuyo seno tiene un peso decisivo el Frente de Liberación del Tigray, la organización más radicalmente marxista -hasta fecha muy reciente- de los diversos movimientos que han luchado por derrocar la dictadura de Mengistu.El cambio de régimen en Etiopía pone sobre el tapete un problema que ha suscitado serios conflictos en la evolución poscolonial de África. ¿Conservará Etiopía sus fronteras? La lucha contra la dictadura de Mengistu ha partido de movimientos regionales animados por reivindicaciones de autonomía en relación con el poder central de Addis Abeba. El más antiguo, el Frente Popular de Liberación de Eritrea (FPLE), formado en 1970, aspira incluso a la independencia de ese territorio, incorporado en 1950 a Etiopía por una decisión de la ONU, presionada por EE UU, que deseaba fortalecer al emperador Haile Selassie en un momento de grave incertidumbre. Ahora el FPLE, situado en el campo de los vencedores, ha decidido no participar en el Gobierno que se constituya en Etiopía y crear, en cambio, un Gobierno provisional en Asmara, si bien aceptando que la decisión definitiva sobre la independencia eritrea sea aplazada hasta la celebración de un referéndum.
Existen otros casos del mismo carácter -por ejemplo, en Somalia, los guerrilleros de la zona nortefía han proclamado una república independiente-, pero no cabe duda de que Eritrea es el primer desafio serio al principio proclamado por la Organización para la Unidad Africana (OUA) en 1963 de la "intangibilidad de las fronteras heredadas de la colonización". Un principio que daba carácter legal a líneas fronterizas en gran parte artificiales, pero que tenía, en cambio, un efecto estabilizador. Sin embargo, al fomentar la creación de aparatos estatales sin asentamiento en la realidad demográfica ni en las tradiciones culturales, ese principio ha facilitado la militarización, tan visible en las últimas décadas, de las estructuras de muchos Estados africanos.
Ahora, con el caso de Etiopía y de Eritrea, surge un aspecto nuevo: la "intangibilidad de las fronteras" deja de aparecer como una garantía de valor general para la estabilidad. Ante las demandas eritreas -y teniendo en cuenta la fuerza política y militar del FPLE-, sólo una solución concertada entre las diversas fuerzas que han luchado contra la dictadura de Mengistu podrá evitar nuevas guerras civiles. Solución que conllevaría -si el resultado del referéndum fuese a favor de la independencia- dejar de lado el principio de la OUA.
Es peligrosa para la paz y la seguridad internacionales la tendencia -que no sólo se da en África- de ciertos extremismos a poner en cuestión las fronteras y a creer que el mejor remedio para calmar las fiebres nacionalistas es la fundación de nuevos Estados. Pero también podría tener efectos negativos la sacralización del principio de la OUA de la intangibilidad de fronteras, sobre todo cuando la realidad puede exigir actitudes más flexibles y pragmáticas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.