Retrato de familia con oso
En tiempos de guerra, lo sabemos, la inmensa familia norteamericana está destinada a la bondad, manifiestamente. Viajar por los Estados Unidos, hojear la prensa diaria, hablar con la gente o lustrarse los zapatos son siempre momentos que fluctúan entre el veloz y categórico aprendizaje y la meditación trascendente. Hay ecologistas y pacifistas y árabes y judíos, pero nunca se sabe. Y nunca se sabe porque son todos como ese individuo que, visto de cerca, se parecía muchísimo a John Wayne visto de lejos. Y en el retrato que uno saca, en su afán de llevarse un recuerdo final, nadie se mueve. Absolutamente nadie. Se trata, pues, de algo envidiable, ya que cada vez que he tratado de sacar una buena foto de la familia peruana, española, o de la francesa (por citar algunos ejemplos que conozco de cerca), alguien se ha movido inmediatamente y el retrato definitivo ha resultado siempre imposible.Tres periodistas del US News, World and Report, lograban hace poco entregarnos uno de los más conmovedores retratos de lo que, terminada la guerra del Golfo, continúa y continuará siendo ampliado en toda su inmovilidad y hasta el infinito por la pantalla grande y la chica. Me refiero, por supuesto, al retrato de familia norteamericana con Stormin' Norman sentado ya a la diestra de Dios Padre. De apellido alemán, con sabor a solimanesco Barbarroja, Norman Cabezanegra ha sido fraternalmente llamado El Oso por sus asistentes y, a decir de los más veteranos oficiales del Pentágono, es posible que ascienda a la hotelera categoría de cinco estrellas y a la jefatura máxima del Estado Mayor del Ejército. En fin, algo así como el padrino, pero del mundo entero, sobre todo ahora que la Tormenta del Desierto se ha desarrollado de acuerdo a los planes y al comienzo de la historia posterior al profético papelón de Francis Fukuyama. Incidentalmente, en los Estados Unidos se rumorea en estos días que al profeta de la brevedad probablemente no le renueven el contrato en su centro de trabajo, por haber sido esta la primera vez en que lo bueno, siendo breve, no ha sido dos veces bueno.
Un oso a la diestra de Dios Padre y la familia norteamericana en coro celestial. Sin duda, por ello fueron necesarios varios periodistas para la tarea de humanizarnos al máximo al Oso del desierto en osito de felpa, juguete de mi niño. El retrato es sensacional, y nadie en él ha salido mejor parado que este Gargantúa de 56 años, que realmente odia la guerra y que hasta romántico no para. En fin, detengámonos en él y subrayemos algunos rasgos más de este hombrón que conoce a los soldados y los ama.
Bueno, ya estamos en pleno retrato de un destino manifiesto, como Gulliver en el país de los gigantes. Incrédulos y aterrados, sigamos subrayando y avanzando, que es lo mismo. Espartana es la palabra que mejor define su residencia en el frente de batalla. Y, por supuesto, el Oso lee y subraya sus libros. Ha subrayado, por ejemplo, en el libro que le envió un viejo amigo y compañero de West Point, estas palabras tan agridulces: "Algunos hombres piensan que un ejército moderno puede ser tan programado que un general puede sentarse en su oficina y jugar con sus batallones como si fueran teclas de piano; éste es un error desastroso. La mente directora tiene que estar a la cabeza del ejército -tiene que ser vista ahí-, y el efecto de su mente y energía personal tienen que ser sentidos por todo oficial y soldado...". En fin, Cien años de general en su laberinto. Pero un Oso manifiesto nunca pierde, y Norman Schwarzkopf terminó dándole órdenes a más de 500.000 tropas norteamericanas y compartiendo el marido con unas 200.000 tropas aliadas y manifiestamente pollíglotas. Manifiestamente, también, el Oso es culto, y algo de felpa o peluche hay asimismo en el hecho de que lea, en pleno frente de batalla, a Mark Twain.
"La operación militar americana más grande desde Vietnam (una humillación que, de golpe, se olvida) no es una misión corriente, pero tampoco M. Norman Schwarzkopf es un hombre corriente". Por más colorado y grueso y graso que sea, es indudable que visto de cerca se parece a John Wayne y Robert E. Lee vistos de cerquísima, de frente y, de perfil. Pero, además, el Oso más humano del mundo -y el más norteamericano también- es un producto de su época, turbulento como toda Tormenta del Desierto y preocupado como el mejor pater familiae. "Su vida militar entera es un retorno a las fuentes de West Point, un regreso a la era más inocente de esa academia militar, cuando las palabras deber, honor, país, estaban grabadas en los corazones de los graduandos de West Point".
El Oso, como es lógico, es hijo famoso de un padre famoso. Militarmente famoso, se sobreentiende. Y es entendidísimo, "pues ya a los ocho años de edad devoraba las cartas que su old man, el comandante general Herbert Norman Cabezanegra, le enviaba desde Irán, donde organizaba una fuerza policial para el Sha...". ¿Predestinación? "Eran cartas repletas de fascinantes detalles sobre las culturas, el arte y la política de Arabia Saudita y de Irán. Cultísima predestinación, por consiguiente. Gracias a un padre inteligente, el osito vive in situ, a la tierna edad de 12 años, las mil y una noches y días iraníes. Se nutre. Vienen después los duros años de la academia miIitar y los de un internado en Suiza, a los que hay que sumar hoy 30 años de lucha y orgullo. Pero nada de ello es suficiente para destruir al "romántico que reside en el corazón de Norman Schwarzkopf".
De la guerra en sí sabe mucho, por supuesto. Dos incursiones en Vietnam (nuevamente olvidan, de golpe, los periodistas del US News and World Report, que contra el destino nadie da la talla, ni siquiera el destino manifiesto), y otra en Granada, en 1983, invasión descarada que pertenece a la época en que a los Estados Unidos les dio por invadir países de menos de cinco millones de habitantes. Pero, en fin, sería del peor gusto mencionar ahora ese episodio de un destino matonesco. Y ya que andamos en ese plan, hay que señalar que el Oso opina también sobre Rambo con gran experiencia en la materia. Por si acaso, me imagino. Pero enseguida afirma que "todo lo que se necesita es sostener al primer soldado que se está muriendo entre tus brazos y sentir la atroz inutilidad de saber que nada se puede hacer por él. Entonces comprendes el horror de la guerra. Cualquier soldado que merezca sus galones debe estar en contra de la guerra. Pero todavía hay causas que merecen defenderse". Con palabras como éstas, el Oso queda perfectamente bien situado a la diestra de Dios Padre y, al mismo tiempo, en el nebuloso límite del peluche y el destino manifiesto. Y
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nuevamente nos conmueve con su generalísima laberintez interminable.
Vale la pena, por supuesto, escuchar a su hermana: "Norman es un hombre sensible y ama a sus tropas. Le resulta bien difícil tomar esas decisiones de vida y muerte. Desearía poder salvar más vidas que nadie". ¡Y cómo que no! Recordemos que, terminada la guerra de los cien años ecológico-catastróficos, a Bush le espera un nuevo periodo electoral. Robert E. Lee atormenta a este Oso colorado y peso total. A menudo lo parafrasea, cuando le entra la laberintitis general y le zumban los, oídos y le duele la cabeza insomne: "La vocación militar es la única que conozco que demanda que mates a los que más amas; para ser un buen comandante tienes que enviarlos a la muerte". Pero no hay que olvidar que, al mismo tiempo, esta humanización peluche del Oso incluye declaraciones de padres de familias mil que sueñan con que, de ir al frente, sus hijos se coloquen bajo la ancha y larga sombra del Oso. A su lado, sin duda alguna, gozarán de protección y abrigo, de romanticismo y Mark Twain.
Y de la literatura a la ingeniería mecánica, aunque no sea más que del tipo naranja mecánica. El Oso de la familia norteamericana, a juzgar por lo que he leído, sobresalió ahí donde otros arrojaban la esponja. Y desfiló entre los primeros en enormidad, por derecho divinamente bien manifestada en sus 6,3 pies de estatura. Altos honores académicos acompañaron a un hombre altísimo. Poemas favoritos tuvo también, que unió a la lectura de Mark Twain, tan Mark y tan Twain. Veamos este cuplé, de autor desconocido, que el General Cuatro Estrellas, amantísimo Oso de sus soldados, recita en sus horas de espuma, espejo y enorme navaja de afeitar solimanesca barba roja: "Aquí yacemos muertos porque / no escogimos / vivir mancillando la tierra / en que nacimos. / La vida, realmente, / no es gran pérdida, / aunque los jóvenes piensen lo opuesto". En Fin, la soledad matinal de un Oso de fondo.
Por supuesto que no eligió el arma en que su padre había destacado. Que no vaya a pensar la gente... Se puso a prueba, con todo éxito, claro, en un arma aún más difícil para la gloria: la infantería. La cinematográfica infantería tan cercana a nuestras plateas, donde sí se ve morir a la gente. Pero el sueño americano no lo abandonó jamás, tampoco: confiesa un compañero de armas que él lo que buscó fue únicamente convertirse en brigadier. El Oso de la familia buscaba en cambio las cuatro estrellas qu e tal vez muy pronto sean cinco a la diestra del dios padre pentágono-mundial. Perlas suyas son: "Odio la retaguardia". "Cuando mis soldados dormían en el suelo, yo dormía con ellos". "Comía lo que ellos comían. Creía en ellos".
Sólo enfurece este Oso de carácter gritón, con tendencia a furibundísimo, cuando, por ejemplo, ve soldaditos vietnamitas heridos y comprueba que no hay helicópteros para evacuarlos porque éstos andan ocupados en pasear a visitantes vip. Entonces truena, rabia, se vuelve un oso sanguíneo y coloradísimo. Pero, la verdad, "no es con la gente con quien enfurece; es con las cosas. Y no hay que exagerar tampoco y decir que rompe todo lo que tiene a su alcance". No. El propio Stormin' Norman, el propio oso de la inmóvil familia norteamericana, explica estos colerones en términos militares, como todo profesional que se respeta, por más que odie la guerra y ame a los muertos en batalla: "En contra de todo lo que se ha dicho, no tiro las cosas. Si, por casualidad, alguien se encuentra en el radio de mis explosiones, me aseguro de que comprendan que no es con ellos con quien estoy enojado. Luego de haber hecho esto, en cualquier ocasión en que un tipo que mide 6,3 pies y pesa 240 libras y lleva cuatro estrellas y pierde el control, todo el mundo sale disparado. Lo comprendo, pero no me considero un hombre abusivo. Hay una diferencia". En fin, creo que los subrayados estarían de más.
Concluyamos. La familia es manifiestamente buena, y su destino no podía jugarles a estas alturas la mala pasada de incorporar en ella un oso realmente barbarroja. El suyo, cabezanegra de origen, se ha humanizado y es cursi y sublime hasta donde Gómez de la Serna permitía que llegara este romanticismo limitado. Es como una enorme caja de yogur sin desnatar, pero que no fuma. Es un Oso light y ahora encarna los ideales que han puesto en ridículo a Fukuyama. Fukuyama ha muerto, ¡viva el Oso Mayor! Y, a decir de los periodistas que se acercan a él para darnos este completo retrato de la familia norteamericana de hoy, "que Dios tenga piedad del comandante que innecesariamente gasta. una vida. El Oso no lo hará nunca".
Y tampoco él morirá, ni nosotros, los lectores de la prensa occidental, hemos tenido nunca la sensación de que el presidente Bush o el general Schwarzkopf pudieran morir jamás en combate.
Lo de ellos sería un cruel atentado terrorista, un crimen que jamás se esclarecerá. En cambio, todos hemos visto imágenes del bunker rematadamente loco de Sadam Husein. ¿Por qué? Pues porque los malos de la película mueren siempre, según aquellos hombres que, vistos de cerca, se parecen tanto a John Wayne visto de lejos. Y tantas, tantas veces, sin darnos cuenta siquiera, nosotros nos encontramos entre esos hombres formados y uniformados por los artículos mil que nos vienen de excelentes retratos de familia con oso.
Alfredo Bryce Echenique es escritor peruano.
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