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FERIA DE SAN ISIDRO

Unas verónicas y gracias

Peñato/ Martínez, Niño de Leganés, MartínNovillos de Manuel Martín Peñato, de excelente presentación, varios aplaudidos de salida, encastados y nobles en general, aunque la mayoría acusaron mansedumbre en varas.

Ángel Martínez: pinchazo sufriendo un varetazo, otro a toro arrancado, media estocada baja -aviso- y dos descabellos (silencio); media perpendicular pescuecera y dos descabellos (algunos pitos). Niño de Leganés: pinchazo, estocada y rueda de peones (silencio); dos pinchazos y estocada corta (silencio). Miguel Martín: pinchazo y bajonazo escandaloso que produce vómito (escasa petición, división y sale a saludar ); media trasera atravesada y tres descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas, 11 de mayo. Segunda corrida de feria. Lleno.

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JOAQUíN VIDAL

El tercer novillo era un precioso chorreao de irreprochable trapío que, verlo, y el público se puso a aplaudir. Los toros de irreprochable trapío, chorreaos o no, a público le encantan y a los aficionados les enamoran, las cosas como son. Pero lo bueno fue que Miguel Martín, el novillero a quien correspondía, verlo también, se sintió encantado y enamorado, y no habían transcurrido ni 20 segundos desde que el chorreao plantara su redonda pezuña en la arena (quizá se exagera; a lo mejor eran 10) ya se había hecho presente y ya se embraguetaba para recibir la embestida, y ya ceñía verónicas de inmarcesible torería. ¡El alboroto que armó! Pero, francamente ahí quedó todo. Unas verónicas, y gracias: en eso consistió el toreo que pudo verse a lo largo de la interminable tarde.

Mala tarde; tarde fresca tirando a fría, ventosilla, tristona, sin toreros que supieran torear como los cánones mandan y según les permitían los pupilos de Manuel Martín Peñato, que son novillos (eran, pues murieron); novillos de escrupulosa crianza, bonita estampa y encastada condición. Las verónicas, sí, tuvieron arte y suscitaron encendidas sensaciones. Miguel Martín, embraguetado cual se debe para recibir las codiciosas embestidas, bajaba mucho las manos obligando a humillar, las bajaba con mayor ajuste y armonía cuando embarcaba a estribor, y remató con media verónica de excelente trazo y gallarda apostura.

Un acontecimiento

¡Ole los toreros buenos!, aclamaban los aficionados de pro al contemplar aquel acontecimiento, y rebullían felices por tendido, gradas y andanadas intercambiándose parabienes, porque los aconteceres de la lidia actual, no suelen incluir verónicas; si acaso, lo que incluyen es un azaroso manteo instrumentado al aliguí, y si llega a guardar con las verónicas un remoto parecido, esa es una de las casualidades que se dan en la vida.

Tampoco se trataba de que Miguel Martín hubiera resucitado el arte de Curro Puya, mas estaba en el camino y, por añadidura, intervino en quites, ofreciendo gaoneras -que también empieza a ser suerte olvidada-, chicuelinas -que, en cambio, se fabrican en serie-, navarras -esa modalidad giratoria e itinerante-, y este propósito de ejecutar el toreo de capa en sus distintas versiones -no importa si el resultado era adverso-, complacía a la afición de pro.

La complacía muchísimo, desde luego. Lo cual no significaba que le fuera a conceder al buen capotero indugencia plenaria. Quedaban más tercios y allí se habría de ver. Y se vio que Miguel Martín tenía predisposición especial para juguetear con el precioso chorreao en el tercio de banderillas, le obligaba a corretear por el redondel, hacía recortes, provocaba quiebros, mientras reunir y prender en la cruz, que es lo fundamental de esta complicada suerte, le salía bastante vulgarcito.

Con la muleta ocurrió otro tanto, o quizá peor, ya que ahí debía mostrar Miguel Martín su aguante y templanza, y no dio señales ni de lo uno ni de lo otro. Desacompasado, inquieto, presuroso, después de una emotiva pedresina en son de apertura valerosa y espectacular, los muchos pases que dio no se correspondían con la encastada nobleza del precioso chorreao. Llevaba ya varias docenas cuando alguien gritó desde los altos del cuatro: "¡Se va sin torear!". La mayoría de quienes abarrotaban ese tendido reaccionaron como si les hubiese mentado a la madre: unos le dijeron malas palabras, otros le retaron a que bajara él y alguno hasta le amenazó con el puño.

Triunfalismo

Se trataba de una reacción lógica, por otra parte. El triunfalismo se había desatado, la gente se sentía en aquellos momentos miguelmartinista a muerte y no admitía que nadie se atreviera a insinuar ni el menor reparo ni la más somera crítica al titular de la causa. A pesar de que, efectivamente, el novillo se le había ido sin torear. Se le había ido sin torear y, además, se le fue luego sin matar según dictan las normas estrictas del vuelapiés clásico y las más generales del decoro, pues lo reventó de un infamante bajonazo.

Miguel Martín no repitió su alarde capoteador ni tampoco pudo con el genio del sexto. Allí nadie podía con nada, excepto un picador caído al descubierto, que no perdió la calma ni el color, a pesar de que el novillo le estuvo merodeando el cuerpo y poniéndole los pitones junto al flequillo. Por su parte, los otros dos espadas del cartel, Ángel Martínez, de Toledo, y Niño de Leganés, de donde queda dicho, en tarde aciaga ambos, no aguantaban las encastadas embestidas y, al no aguantarlas, retiraban a destiempo las muletas, dejando a los novillos dubitafivos y desconcertados.

Y esa fue la letanía en cinco novillos y medio de seis (el medio lo salvaron las estupendas verónicas aquellas); en 17 de 18 tercios; en dos horas de tarde fría, ventosilla, interminable y mala. Más que letanía, calvario; esa es la verdad.

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