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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Descalabro

LA IDEA comúnmente propugnada de que a liderazgos llenos de carácter deben seguir mandatos de transición empieza a no ser enteramente válida, al menos en el Reino Unido. Terminada la era Thatcher en noviembre pasado, su partido colocó en la silla a John Major, un político más amable, pero no menos hábil ni desprovisto de ambición. Es decir, con poca vocación de interinato. De ahí que no pueda deducirse del descalabro conservador en los comicios municipales celebrados la semana pasada que los días de Major estén contados.En la crisis del otoño de 1990, el Partido Laborista, en la oposición, aventajaba a los conservadores en casi 20 puntos en las intenciones de voto; seis meses después -es decir, tras medio año de liderato de Major-, las tomas se hab,ían invertido y eran los conservadores quienes llevaban ventaja de casi 10 puntos. Y en las municipales recientes se acabó produciendo un equilibrio interesante: los laboristas obtuvieron uri 37% de los votos; los conservadores, el 36%, y los liberaldemócratas, el 21%.

Estas elecciones han tenido lugar en plena conmoción social por el poll-tax -impuesto municipal que costó el cargo a Margaret Thatcher y la popularidad a los conservadores-, cuando aún no se entienden bien los mecanismos arbitrados por el Gobierno para sustituirlo y cuando todavía es pronto para afirmar que lo peor de la crisis; económica británica ha pasado. Por esta razón, pese a la derrota conservadora (pérdida de 41 municipios), no es posible hablar de una inversión del mapa electoral ni predecir una victoria laborista en unas elecciones generales que bien podrían tener lugar en el próximo otoño, y para las que el primer ministro Major escudriña atentamente el panorama en busca de un momento propicio.

Es significativo el triunfo de los resucitados liberaldemócratas, que renuevan así su condición de partido bisagra. Por ello, su líder, Paddy Ashdown, ha pretendido capitalizar la ventaja: no dará su confianza a formación alguna si no recibe garantías de un cambio en la legislación electoral, para así poder aprovechar de ahora en adelante una ventaja numérica que hoy no le premia el sistema británico.

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