La deuda eterna
No es momento ahora de descubrir las excelencias de Elvin Jones. Ya lo hizo el contrabajista Ron Carter cuando propuso hace tiempo un ejercicio que demuestra palpablemente su influencia en la percusión del jazz moderno: "La mejor manera de valorar su contribución es escuchar discos de baterías anteriores a él, después una grabación suya, y para finalizar, cualquier disco de batería s posteriores. Así se expresa, mejor que con palabras, la capital importancia de Jones".Efectivamente, todos los grandes baterías modernos, desde Tony Williarris hasta Jack De-Johnnette, tienen una fuerte deuda contraída con Jones, y él parece que es consciente, demasiado consciente a veces, de su magnitud. Su protagonismo es total. Mientras todos los demás colocan su instrumento en un discreto segundo plano, él se sitúa en primera línea y justo en el centro del escenario; no es una posición testimonial, es, por el contrario, gráfica e llustrativa de lo que ofrece en sus conciertos: un tributo individual izado, un homenaje ritual exclusivamente dirigido a quien mejor le entendió.
Elvin Jones Jazz Machine
Elvin Jones (batería), Rabi Coltrane (saxos tenor y soprano), Sonny Fortune (saxo tenor y flauta), Willie Pickins (plano), Brad Jones (contrabajo). Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista. Madrid, 4 de mayo. Aforo: 500 personas. Precio: 2.000 pesetas.
Fuerzas
Las deudas, como se ve, son cosa corriente en el jazz, aunque la de Jones con John Coltrane lleva camino de no satisfacerse jamás. Abandonó, muy a pesar suyo, el grupo del saxofonista cuando su supremacía estaba en peligro tras la aparición primero de Frank Butler y después de Rashied Ali, una afrenta que no pudo admitir y que le lanzó en solitario a recrear a su manera el aroma, mitad incienso, mitad sudor, pero todo creatividad, del universo coltranlano. En sus sucesivos grupos nunca han faltado sus llamativas transpiracíones, pero hasta ahora no ha conseguido hacer llegar hasta el páblico el hálito de espiritualidad necesario para hacer creíble el sonido del histórico cuarteto de los años sesenta. Lo intenta con todas sus fuerzas, pero le faltan las que deben aportar los demás músicos.
Todos pensaban que Rabi Coltrane venía dispuesto a lucir el estigma familiar y que Sonny Fortune sería la voz alternativa, pero sucedió todo lo contrario. Rabi demostró ser un intelectual de tomo y lomo que, seguramente por evitar comparaciones directas con su padre, se limitó a explorar, sin emoción y sin dirección aparente, anodinas líneas melódicas con el tenor en el micial Blues minor y hacer inofensivas filigranas con el soprano en Chim chim cheret. Fue Fortune, en cambio, el que compartió con Jones el peso de impregnar de añoranza el sonido de la Jazz Machine; nada nuevo ni sorprendente, pero, al menos, valiente y fogoso.
Los dos miembros restantes del quinteto evidenciaron distintas capacidades. Afortunado Brad Jones como contrabajista, que acompaña de acuerdo con la solemne lección de Jimmy Garrison, aunque todavía no consigue adaptarla a la construcción de los solos; envarado y torpón Willie Pickins en su difícil tarea de remedar a McCoy Tyner. Todos hicieron solos larguísimos, pero ninguno de la intensidad de los de Elvin Jones. Parece que subyugar durante largo tiempo es una de las cosas que mejor aprendió a hacer con su maestro Coltrane: una deuda eterna.
Babelia
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