Puente
Lanzaré esta columna al vacío desde un puente que pasa por encima de la vida cotidiana facilitando el tránsito entre un miércoles y un lunes. Se trata de un puente largo, pero estrecho. Larga y estrecha es la existencia en este país situado al sur del Norte. En otros lugares que no mencionaré, la existencia es angosta, pero breve. Lo malo, si breve, más terrible.Escribo esta columna, que lanzaré al vacío, sobre el pretil de un puente estrecho donde todos se empujan para llegar al otro lado, que se llama lunes. Muchos perecen por las prisas. Llegan las grúas para desescombrar los coches y separar el hierro de la carne. Algunos van a pie, arrastrando pesadísimos bidones en busca de un líquido difícil de obtener a causa de una huelga. No me dejan en paz, no puedo escribir dos líneas seguidas porque al menor descuido alguien intenta adelantarme. La muerte, apostada en lugares estratégicos, ofrece pañuelos de papel, refrescos y un número de una lotería invisible cuyos agraciados recibirán un mausoleo, una tumba común o un nicho, según su posición social, determinada por los metros cuadrados de su coche.
Me asomo a la barandilla de este puente, desde el que pretendo dar forma a una columna, y contemplo las aguas inmundas que pasan por abajo. Hasta aquí llegan los discursos políticos -que parecen todos escritos por Encarna-, los crímenes de niñas pequeñas, el furor de los linchadores, el llanto de los bebés abandonados, pero también las llamas nocturnas de automóviles que arden bajo la inspiración de un loco. Algo hay que hacer. Alguien, desde un páramo, llamó hijo de puta a todo el mundo y la cloaca casi se desborda.
Escribo a duras penas, sometido a la doble tentación de morir en el puente o arrojarme al vacío cogido a esta columna.
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