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Trilingüe y Babilonia

Si, como quería Pessoa, la atria es el idioma, la nuestra es la quevedesca Trilingüe y Babilonia, y si la corrupción del lenguaje refleja la del pensamiento, pues se habla como se piensa, algo huele a podrido en nuestro reino de las ideas: no sólo nos desentendemos en cuatro (no tres) idiomas verticales, aislados entre sí, sino que éstos se ven cruzados por múltiples jergas babilónicas reductoras del vocabulario.Una jerga o jerigonza es un fielato iniciático alzado como autoprotección coloquial por un grupo para cohesionarse e impedir a propios y extraños asomarse al o desde el exterior, siempre contaminante. Es una especie de redil de altos muros verbales en el que se refugian ciertos rebaños sociales para poder balar a placer en comandita, al abrigo de incursiones de lobos idiomáticos y fugas de sus gregales hacia otros pastos mentales.

En el idioma oficial del Estado español (antes castellano), que es el que uno habla más o menos, se cuentan varias jergas notorias. Desde la guerra hasta la década de los años sesenta dominaba la jerigonza de los que pretendían imponer su idioma del imperio "a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía" para forzar la unidad entre los hombres y las tierras de España". Desde el comienzo de los sesenta, y hasta los extertores del franquismo, vino a suplir en poder y prestigio a aquel argot autárquico el tecnocrático de los ejecutivos tarturiferarios que tenían la sartén del idioma oficial por el mango. De esta jerga, que perdura en buena medida pese a su relativa pérdida de prestigio, la agudeza y arte del ingenio populares hicieron un cuadro que circuló, a la sazón, como "método para hablar importante sin decir nada". Basado en la combinación de menos de una treintena de palabras, el método permitía hablar, sin tino ni desatino verificable, de programaciones operacionales sistemáticas, instrumentaciones optativas integradas, estrategias disfuncionales insumidas, gestiones globalizadas balanceables, proyecciones indiciarias implementadas y otros disparates, en un hilván perpetuo de dislates que, no obstante, infundían al vulgo santo respeto (y de eso se trataba).

El de aquellos tartufos turiferarios eran un frasemecum seudotécnico para uso de falsos ingenieros de caminos retorcidos verbales y reflejaba la "ausencia de meditación" que detectaba Heidegger en La técnica como forma suprema de la consciencia racional.

Ya desde antes de la transición vendría a competir con aquella jerga esotérica otra de prestigio rampante, que era la de los progres al asalto del poder, también de la palabra. Estaba formada por términos acuñados por nuestros líderes político-sindicales e inspirada (y vertida) en los panfletos del momento. No pocas de aquellas agujas de marear (más que navegar) cultos, que diría don Francisco de Quevedo, siguen perdidas, y demasiado a menudo halladas, en el templo / pajar de nuestro parlamento. Y en nuestro Parlamento resuenan todavía abstrusas catilinarias, dirigidas por nuestros políticos a sus quirites, sin pararse a pensar en que, como decía Wittgenstein, "todo aquello que puede ser dicho puede decirse con claridad, y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Porque, como dijo a su vez el de Hita, "quien no fabla, no yerra".

Yo mismo publiqué en este periódico un artículo en el que ordenaba en columnas combinables los términos y expresiones más al uso entonces y que todavía, con un ligero revoque, sirven para trenzar castelarinas tiradas y cicerónicas parrafadas del estilo: el tema puntual en base a las alternativas; el planteamiento preocupante de la problemática; la homologación consensual de los posicionamientos; la optimización dimensional de los parámetros superavitarios; la concertación congresual en orden a los posicionamientos; la priorización logística de las valoraciones matizables...

Para conseguir hilvanar sin soltar prenda discursos de necios para oídos sordos basta con intercalar entre esos capiteles sansonistas del idioma progre tecnificado la cima de la pedantería moderna y "coyuntura de todos los desatinos" que es el socorrido "a nivel de", y, a guisa de motor verbal, para que no decaiga la acción, el verbo "realizar" (por celebrar, cometer, perpetrar, hacer, etcétera) como muletillas para cojos mentales y andamios para las ideas ausentes. Ése es el tema preocupante.

Otra jerga, que si no ha tomado el relevo, como no sea el generacional, de las anteriores, sí es una de las más habladas hoy, y por un sector pujante y prestigioso de la sociedad, cual el juvenil, es la jerigonza neopasota / posmoderna. Esta se encierra en un redil estrecho, construido con no más de un centenar de palabras / adobe arrojadizas que manifiestan estados físicos y anímicos momentáneos, sin más trascendencia intelectual y vital. Sirve para verbalizar una actitud existencial en la que prevalece el afán lúdico narcisista (el héroe posmoderno es Narciso, más que Fausto o Prometeo) y un discurrir no problemático ni discursivo. Es la jerigonza (o, mejor, jerigoza o jerga de la gozada) de un amplio sector de la juventud que, huyendo de los grandes relatos, metarrelatos y otros rollos, se refugia en el aprisco ludopasota y en la indigencia mental, concomitante con la verbal.

Es difícil erigir columnas y hacer un frasemecum que permita discursear en el vacío con los palabros de esta jerga, pues se trata de un balbuceo estático e interruptus. No obstante, un poeta babilón de la camada parabúlica, momentáneamente facundo tras inspirarse en la fuente de Aganipe de su cubata, podría componer un soneto lopedeveguesco que expresase su actitud vital, con el orgullo de sentirse portavoz de toda una generación. Como diría Quevedo: "Quien quisiere ser pasota (más que Góngora) en un día la jeri (aprenderá) gonza siguiente": enrollarse o passar, estar al loro, / la basca, el mogollón y la movida. / Andar colgao del árbol de la vida, / alucinar y darle marcha al mono. / Montar un pollo y pillarse un pedo, / viajar en tripi sin coger un globo, / no comerse un marrón, el tarro, el coco; / gozarla a tope y, lo demás, un bledo. / Fichar, colega, sin pasión ni fuga; / bailar hasta quedar hecho unas bragas; / creer que el mundo en esta jerga cabe: / cubata fumata, tocata y buga; / puta madre, da buti, que te cagas... / ¿Esto es vivir? Quien lo probó, lo sabe.

A este menú de 14 platos dicen que es soneto deberían añadirse y mezclar, con salero, verbos como controlar, colocarse, y latiguillos como guay (del Paraguay), tronco, tío, tía, amén de echar pespuntes al roto coloquial ludopasota con el recurso prefuso a la expresión / comodín polivalente, "el rollo". Sólo una dificultad en este vocabulario que marca los angostos límites de todo un mundo ("en la palabra está contenido todo el mundo", decía también Pessoa): esta jerigoza, como ya lo sugiere el propio nombre que le hemos dado, no sirve para comunicar estados anímicos depresivos más profundos que el simple muermo o aburrimiento pasajero.

Como diría Lyotard en La crisis de los relatos y en la posmoderna "incredulidad con respecto a los metarrelatos" (¡no te enrolles, Charles Boyer ...!) el lenguaje se reduce a nubes de elementos narrativos aislados con los que no se forman combinaciones lingüísticas necesariamente estables ni comunicables. De esa disolución de los grandes relatos (rollos macabeos) se desprende la disolución del lazo social y el paso de las colectividades humanas al estado de masas formadas por átomos individuales lanzados a un absurdo movimiento browniano y grupúsculo gregarios atrapados en "redes flexibles de juegos de lenguaje". El lenguajejerigozo, como toda jerga, no sólo es redil, sino red en la que se muere por la boca.

Si, como propone Vattimo, existir es estar en relación con el mundo gracias al lenguaje, el mundo de los que hablan en jerigoza es estrecho y no ajeno a cierta debilidad del pensamiento. Y si, una vez más Pessoa, hablar es "aquel expresar ideas en las palabras inevitables", ¡pobres ideas las que expresan esas inevitables palabras! Bertrand Russell, por su parte, señalaba, introduciendo a Wittgenstein, que "los límites del lenguaje marcan los límites de mi mundo". Y el de los ludopasotas cabe en un cuadrilátero en el que pugnan por conseguir el cubata, bocata, fumata y tocata.

En esta estulta ludicoparla parece cumplirse la profecía de Cioran, cuando presiente que "el hombre, cansado de las palabras, desbautizará las cosas, arrojará sus nombres a un gran auto de fe en el que arderán sus esperanzas y correrá hacia ese modelo final que es el hombre mudo y desnudo". El hombre que ya no intentará explicar la realidad, sino desposarla, derramarse en ella con palabras vacías, fluidas como el líquido seminal del orgasmo semántico cotidiano.

No se trata para concluir este repaso a Trilingüe y Babilonia, de preconizar que se hable en septenarios yámbicos catalécticos ni en senarlos trocaicos con anacrusa, ni de narrar al estilo de Lope que "los labios angerónicos sellando / con los afeminados megabizos / estoy los semicapros escuchando", que eso sena caer en otra jerga, sino de que la gente "fiable como se la entienda", cual pedía el escudero Marcos de Obregón cuando el docto galeno le hablaba de "evacuarse la sangre del hepate". Y si algún necio se mantiene al margen de cualquier propósito de enmienda verbal, condénesele, en juicio rebelaisano, "a tres primaveras de cuajadas, cimentadas y meadas de gualda, como es costumbre del país, pagaderas a mediados de agosto, en mayo" y aprovisiónesele "de heno y estopa hasta la embocadura de los calzatrapos guturales".

Fernando Castelló es periodista.

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