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El final de los violentos

Beirut contempla el ocaso de los ejércitos privados, cuyos efectivos no saben qué hacer

La autopsia resultaba innecesaria. Qassem se había metido el cañón del Colt 45 en la fosa derecha de la nariz y apretó el gatillo. Fue el fin violento de un hombre violento. Hace poco más de un mes, Qassem se dio cuenta que la era de los pistoleros en Beirut había acabado. Qassem es, por su puesto, un nombre ficticio. En Líbano, el anonimato es para proteger a los parientes de los culpables y sigue siendo la única llave para penetrar en historias peligrosas.

Alto, fornido, de espesa barba negra, este miliciano druso de 36 años se jactaba de su bien ganada fama de hombre temible. Le conocí en 1984. Al volante de su Range Rover negro, era un señor impredecible. Una de sus bromas favoritas era echar a rodar un par de granadas de mano por el suelo de un bar. Estaban desactivadas, pero eso era algo que sólo él y sus secuaces sabían. Qassem estallaba en carcajadas y pedía otra botella de whisky. Nunca se le pasaba la cuenta. Qassem era una especie de amo de un pequeño sector de Beirut oeste. Le llamaban El Tiburón.

Sus parientes recuerdan que los últimos días de Qassem fueron una letal mezcla de depresión y alcohol. Uno de sus amigos confesó hace pocos días que el suicidio no le causó sorpresa alguna. "Pobre tipo", dijo, "sin poder, sin aventura, su vida había perdido sentido".

Nada extraño. El mundo de los pistoleros que dominaron Beirut se ha ido encogiendo a pasos agigantados desde diciembre, después de que el Gobierno del presidente Elías Haraui, con apoyo del Ejército sirio, desterrara a las milicias fuera del Gran Beirut.

Incluso aquellos milicianos que buscaron refugio en sus bastiones tradicionales encaran la perspectiva de extinción. Si todo sale conforme al plan de Haraui, los únicos hombres armados que uno verá en Líbano a partir del próximo primero de mayo serán soldados y policías.

Aún en el caso de que se decretara una extensión del plazo—algo perfectamente posible dadas las dificultades políticas que entraña el desarmar a las derechistas fuerzas libanesas atrincheradas al norte de Beirut, las organizaciones guerrilleras palestinas y los grupos libaneses de resistencia antiisraelí en el sur y el contingente iraní de los Guardianes de la Revolución acantonado en el valle de la Bekaa—, la decisión gubernamental ya ha impuesto un cambio radical en el paisaje de la capital: salvo los agentes sirios del Mujabarat, en Beirut no se ven pistoleros.

Muchos de esos jóvenes, cuyo poder se basaba en la incuestionable persuasión del Kaláshnikov, venden hoy cigarrillos y chicles cerca de la calle de Hanra. Ahora sólo matan el tiempo, muchos de ellos en las mismas calles que contribuyeron a destruir. Afeitados, vistiendo camisetas de universidades extranjeras, tienen esa turbia tristeza de hell's angels condenados a no volver a tocar una moto jamás.

Rehabilitación

Los planes del Gobierno para rehabilitar a los cerca de 15.000 milicianos —no existe una cifra exacta— prevén su incorporación al Ejército y a los servicios de seguridad. El ministro de Justicia, Khatchik Babikian, encargado del comité de milicias, debe presentar un proyecto en este sentido en los próximos días.

La metamorfosis, sin embargo, no va a ser sencilla.

Nadim Etani, un comerciante del barrio de Aiche Bakkar, que perdió el ojo izquierdo y los ahorros de toda la vida durante uno de los muchos combates callejeros entre milicianos musulmanes en 1985, dice que jamás podrá confiar en la justicia si a los forajidos de ayer se les encarga hoy la aplicación de la ley.

"No es posible", dice. "¿Cómo podríamos sentirnos seguros? ¿Acaso hay una fórmula mágica? ¿Basta afeitarse la barba y cortarse el pelo para eliminar la codicia de jovenzuelos que lo tenían todo?".

En esferas del Ejército también existe recelo.

Absorción de milicianos

El Ministerio de Defensa está dispuesto a aceptar a los milicianos más experimentados, como aquellos combatientes izquierdistas que recibieron instrucción militar en la Unión Soviética o a los milicianos de las fuerzas libanesas, cuya formación, gracias al otrora estrecho apoyo de Israel, fue mucho más ortodoxa que la del pistolero común.

Un coronel musulmán entrevistado la semana pasada dijo:

"Es materialmente imposible absorber a todos".

Como la disolución de las milicias entraña un experimento político que pone a prueba la capacidad del Gobierno libanés, y lo que es quizá más importante, la determinación de Siria, el tema es tan delicado que ningún sociólogo libanés se atreve a cuestionar abiertamente la metodología de Haraui.

En privado, sin embargo, admiten gran inquietud porque el proyecto de rehabilitación de los milicianos aparentemente ignora las facetas sociales y psicológicas de una tarea que es a todas luces colosal.

Y están los hombres como Samir, un miliciano cristiano que tenía 15 años cuando estalló la guerra civil en 1975 y que no quiere ni entrar en el Ejército ni servir como policía. Su ambición es terminar la escuela secundaria. Pero ¿quién financiará sus estudios?.

"Para mí, la guerra se ha acabado", dice Samir. "Ya era hora. He perdido parientes, amigos, casa y mi juventud. Quisiera rehacer mí vida, pero ¿quién me dará trabajo?".

Ahmad, un ex combatiente de la milicia shií Amal de 26 años, sueña con largarse donde sea. Una noche de la semana pasada durmió en la entrada del Consulado de Holanda.

Interrogantes

"Cuando se habla de la rehabilitación de los milicianos, automáticamente surgen centenares de interrogantes. La primera, la más dramática: ¿cómo cambiar el comportamiento de jóvenes que han crecido en la violencia?", dice a EL PAIS.

Líbano, añade, no saldrá rápidamente de la unidad de cuidados intensivos. "Tras estos largos años de guerra civil, lo que tenemos es una sociedad enferma. Las heridas van a tardar en cicatrizar y poco podemos hacer sin ayuda internacional para hallar una solución a los problemas sociales que se nos vienen encima. Precisamente porque Siria sabe que es una enfermedad contagiosa, esperamos contar con apoyo masivo de Damasco".

El plan provisional de rehabilitación de milicianos contempla empleos en el Ejército y los diversos aparatos de seguridad para 2.800 shiíes de la milicia prosiria Amal; 2.800 drusos del Partido Socialista Progresista; 2.800 sufíes de varias facciones apoyadas por Siria; 1.600 musulmanes de diversas sectas, miembros del Partido Sirio Nacional Socialista, el Partido Comunista Libanés y otras facciones apoyadas por Damasco; 5.600 cristianos antisirios de las fuerzas libanesas; 1.800 cristia nos prosirios de la milicia Marada (Gigantes), y 2.600 militantes del partido Wa'ad (Promesa), de liderazgo cristiano, leal a Siria.

El plan no incluye a los aproximadamente 5.000 combatientes integristas musulmanes del proiraní Hezbolá (Partido de Dios) ni a los 3.000 miembros de la milicia proisraelí Ejército del Sur de Líbano.

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