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El racismo en Norteamérica

"La turba colgó a Wyatt de un poste de teléfonos en la plaza pública. Mientras el negro convulsionaba en la agonía del ahorcado, los torturadores encendieron un fuego al pie del madero. El cuerpo del negro, aún con vida, empezó a arder. Todavía insatisfecha, la horda descolgó el cuerpo y después de embadurnarlo con aceite de carbón, lo arrojó a las llamas. Los quejidos de dolor que se oían salir de la víctima moribunda sólo sirvieron para enfurecer aún más a los verdugos, quienes abalanzándose sobre el cuerpo abrasado, lo apalearon y apuñalaron hasta hacerlo pedazos. Sólo cuando la última señal de vida había partido del cuerpo, los ejecutadores desistieron y permitieron que las llamas lo devoraran". En 1903, The New York Times publicó esta descripción espeluznante de un linchamiento en Belleville (Illinois).En 1903, 8,5 millones de personas en Norteamérica eran de raza negra. En la actualidad hay 30 millones, que unidos a los 22,5 de hispanos y a los 19 de asiáticos, indios y esquimales, forman un incomparable espectáculo demográfico. Tal fenómeno ha sido descrito poéticamente como el amanecer de la primera nación universal, como un vibrante mosaico de razas y culturas. Aunque afortunadamente ya no se dan linchamientos, para muchos, las piezas de este mosaico étnico siguen separadas por una profunda hendidura de racismo que llega hasta el mismo hueso de la identidad de esta joven nación. Nadie siente esta escisión más íntimamente que los ciudadanos de raza negra, la minoría más numerosa, para quienes el país todavía contiene dos sociedades, una negra y otra blanca, separadas y desiguales.

Las raíces del sentimiento racista en Norteamérica se nutren de estereotipos derivados de la ignorancia sobre la realidad ontológica de los negros; de viejos valores judeocristianos que separan a los infieles y paganos, generalmente representados por personas de color, de los creyentes, en su mayoría blancos; de mecanismos psicológicos que permiten al individuo frustrado compensar su baja autoestima comparándose con las condiciones deplorables de los negros, y de la necesidad del poderoso de crear y perpetuar un grupo explotable de subhumanos.

Los jóvenes negros norte americanos están vinculados estadísticamente al crimen, como perpetradores y como víctimas. De hecho, constituyen una generación encarcelada. Así, pues, uno de cada cuatro hombres negros entre los 20 y 29 años de edad está en la cárcel o bajo libertad provisional. Esta proporción contrasta con uno de cada 35 blancos. Sorprende que en Estados como Nueva York haya doble número de varones negros procesados por el sistema de justicia criminal que matriculados en colegios y universidades. Como víctimas, el homicidio es la causa más frecuente de muerte entre varones negros de 15 a 24 años, un índice ocho veces más alto que el de blancos.

Los negros también sufren de muerte prematura. Así, mientras la expectativa de vida para la población estadounidense es de 75 años, para los negros es de 69. La tasa de mortalidad infantil entre los recién nacidos negros alcanza 15 muertes por cada 1.000 nacimientos, casi el doble de la población blanca. Muchos más negros que blancos mueren de ataques al corazón, diabetes y cirrosis de hígado. La corta vida que caracteriza a esta minoría ha sido relacionada científicamente con la pobreza, la mala nutrición, y el estado crónico de frustración y estrés que supone vivir en una sociedad con prejuicios raciales. No es de extrañar, pues, que haya negros que estén convencidos de que la mayoría blanca no los quiere y de que, literalmente, les desea la muerte. También resulta comprensible la profunda desconfianza que esta minoría siente hacia las clases blancas en el poder.

Para muchos negros, incluso entre los de clase más privilegiada, las actitudes estereotipadas de la sociedad blanca son un recuerdo amargo del irrealizable sueño de armonía racial perfilado en el movimiento de los derechos civiles de los años sesenta, periodo en el que tantos negros y blancos, alentados por el carismático Martin Luther King Jr., se unieron en la lucha contra la injusticia racial. Los estereotipos, que a menudo son perpetuados por los medios publicitarios, sirven para avivar el fuego de la discordia. Así, pues, cada vez que a un negro no se le abre la puerta de una tienda de modas de la Quinta Avenida de Nueva York, que un taxi pasa de largo sin recogerlo o que le piden la documentación cuando a nadie se lo hacen, su resentimiento y rechazo a la sociedad aumentan. Muchos piensan que estos incidentes, lejos de ser aberraciones aisladas, son los emblemas de una cultura llena de prejuicios raciales.

El impacto sociológico del lenguaje es tan importante en la vida moderna de Norteamérica que incluso la minoría negra ha llegado a aceptar expresiones que simbólicamente fomentan sus propios estereotipos. Por ejemplo, la palabra negro a menudo connota suciedad, maldad, pesimismo, desesperanza o ilegalidad. Expresiones como oveja negra, lista negra, mercado negro, magia negra o ver negro refuerzan subliminalmente las actitudes negativas que la sociedad tiene hacia esta raza. Después de todo, el lenguaje es un espejo de la sociedad. Por otra parte, la convivencia social, tan impregnada de aprensiones raciales, crea otros problemas de lenguaje que se manifiestan en la conversación diaria. Frecuentemente las complicaciones derivan del desacuerdo que existe sobre cuál es la expresión socialmente aceptable para referirse a la minoría negra, ya que, dependiendo del contexto, se pueden usar expresiones que tienen connotaciones diferentes, entre ellas: colored, negro, black o African American. El uso en público de un término considerado inapropiado puede fácilmente dar lugar a acusaciones de insensibilidad racial o incluso de racismo.

El racismo es ignorante, impersonal y deshumanizador. Aunque las estrictas leyes contra la discriminación han tenido cierto éxito contra los efectos del racismo, los prejuicios raciales son especialmente vulnerables al trato individual y al conocimiento directo de personas de color. En este sentido, la experiencia de los soldados estadounidenses en la guerra del Golfo ha sido reveladora y edificante. En el frente, donde el 25% de las tropas era de raza negra, no existían las tensiones raciales. Enfrentados con la muerte y los peligros del conflicto, los soldados se sentían unidos, compartían el mismo objetivo y dependían los unos de los otros. Como algunos de ellos han declarado públicamente: "En las trincheras y en los carros de combate no había ni blancos ni negros, sólo amigos". Paradójicamente, para estos hombres y mujeres soldados de Norteamérica, la guerra ha sido racialmente humanizante.

Luis Rojas Marcos psiquiatra, dirige el sistema hospitalario municipal de salud mental de Nueva York.

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