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Sol, plaza de los contrastes

La plaza de Sol ya no es el corazón de España, ni tampoco el de Madrid. Hay, nuevas e importantes plazas en la capital más buscadas que Sol, pero incluso muy cerca, la Mayor, la grande, le quita hoy más protagonismo que nunca. Tal vez por belleza y alcurnia, pero también porque ahora corren tiempos de gustos refinados.Sin embargo, la plaza de Sol es más de verdad, más viva, y, a pesar de su reforma, culminada con cuatro monumentos al pirulí, sus huellas nunca podrán ser olvidadas al narrar la historia reciente de los españoles.

El lavado de sus fachadas no eliminó sus señas como símbolo del centralismo que espantaron a muchos fieles al iniciarse la transición. Ahora son pocos los que renuevan su devoción por ella, permitiendo, al menos, cada 31 de diciembre que la vertiente festiva y popular de la plaza no desaparezca por completo.

Aquí la gente no viene de visita. En Sol se vive o se transita. La armonía arquitectónica de este recinto se diluye ante el barroquismo de los tipos que lo habitan. A ellos se suman una mezcla variopinta de modelos urbanos que no es posible encontrar juntos en otra parte de la ciudad.

Diez calles suministran a Sol esa riada vital, compuesta por ciudadanos muy diferentes por su aspecto y bolsillo. En ese sentido hay pocas plazas comparables en el mundo. Tal vez tenga algún parentesco con la neoyorquina Broadway. Pero allí, como en la europea Picadilly, el nervio comercial ha inundado el paisaje de numerosos reclamos comerciales.

La continencia castellana sólo ha profanado Sol con el luminoso "Tío Pepe". El resto del continente es grave y sobrio, aunque por encima de los tejados la plaza recibe la bofetada publicitaria de un gran almacén.

La gran estación

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Al nivel del suelo se percibe un pululante zumbido humano procedente, en su mayoría, de los barrios que desenvocan aquí y que configuran, en un radio de pocos metros, ambientes urbanos enfrentados, pero, curiosamente, durante el día mezclados íntimamente en esta laguna.

Debajo de la plataforma de hormigón que sostiene a la plaza se encuentra la gran estación. Este espacio constituye algo así como la basílica del transporte subterráneo de Madrid y se asemeja a un inmenso aljibe que recoge la somnolencia y el cansancio de los usuarios. El ruidoso ajetreo en las horas punta retumba en las bóvedas con un sonido suave que incluso abriga.

Arriba, en la superficie, las gentes se evitan menos que en la desconfianza de los túneles. Aunque hay laderas de la plaza que son territorio de personajes malcarados y taimados, no existe aspereza entre las personas, porque el roce es más fugaz que en el metro.

Nadie se detiene en Sol, excepto los dueños de alguna parcela de cemento o los que compran fruslerías a vendedores con ojos en la espalda, esos que liquidan la mercancía delante de las narices de los guardias municipales.

Jóvenes de chupa mugrienta, señoras con pieles de pelo largo, travestidos, ejecutivos, charlatanes, gentes y tipos de barrios periféricos, diputados disfrazados, revendedores, viajantes, actores, prostitutas, músicos, artesanos, estafadores, parados, compradores, estudiantes de academia, transformistas, ancianos, policías, mendigos, minoristas, libreros, políticos autonómicos, bancarios, mirones, funcionarios, exhibicionistas, jubilados, negros, trapicheros..., todos se miran de reojo en esta feria, verdadero pisto de Madrid.

Economía sumergida

La plaza les pertenece especialmente a los limpia, los indigentes de la economía sumergida y las loteras. En la acera comprendida entre las calles de Arenal y Mayor se concentra la familia de la participación; allí acude el comprador de calderilla. Las colas en los establecimientos del décimo, durante los meses de invierno, son una vieja estampa de la plaza que se niega a desaparecer.

Los mendigos se orillan en la carrera de San Jerónimo, en la bocana rica, donde el tintineo del metal está más próximo. En esta parte de Sol, vecina de Alcalá, las OPA se cuecen rnás rápidas que jornales para los pordioseros.

Muy cerca, detrás de la de ge ese -nombre de ese viejo edificio de triste recuerdo para muchos-, se halla el lado oscuro de la plaza. Un microcosmos abigarrado donde se mercadea con cualquier cosa. El pasaje de Matheu y el cine Carretas son lugares característicos de este espejo de lo cutre que casi se dan la mano con una multinacional de hamburguesas. Un choque cada vez más frecuente en la zona.

La Puerta del Sol es, por encima de todas las cosas, un centro de compraventa en el que destacan algunas especialidades. Entre ellas, las clásicas lencerías y tiendas de corsetería -menos finas que en otros barrios-, la ortopedia de Lavilla, las fajas a medida, los trajes de novia cuyos establecimientos tienen inundado el distrito, los baratillos del pequeño electrodoméstico, los despachos de metales preciosos, las casas de prestamistas, el tapeo y las delicias de Lhardy o el Museo del Jamón.

Y así, hasta completar una larga lista en este inmenso mercado del contraste, que se acetúa con la llegada de modernas marcas del consumo, para sorpresa de los viejos del lugar. Pero todavía le queda mucha cuerda -dicen los vecinos- al Sol de siempre.

Baltasar Magro es periodista.

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