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EL RELEVO

Vestidas para sanar

Las enfermeras Blanca González y Carmen Gómez, unidas por la misma vocación

Cada mañana, una treintena de enfermos contempla su actividad. Son las dueñas de la planta de neurología de la Fundación Jiménez Díaz. Asistentas técnicas sanitarias, o simplemente enfermeras. Carmen Gómez Ortiz, con 61 años y a las puertas de la jubilación, aprovechará su excelente forma física para seguir en la brecha atendiendo a su clientela favorita, los ancianos. Blanca González Arévalo, veinteañera y desenvuelta, confía en pasar, como su compañera, otras tantas temporadas vestida de blanco.

Carmen Gómez Ortiz opina que la enfermería ha sacrificado demasiada humanidad en favor del denominado avance científico. "Ahora todo son prisas". La joven Blanca González Arévalo se queja de que su tarea adolece de profesionalidad a nivel de ensenanza, especialización e incentivos.Ante semejante panorama de quejas planteadas por quienes saben exigir a media voz, sólo queda una explicación que justifique su pasión por el trabajo: vocación. Un sentimiento que las apartó de la doctrina de Esculapio, dios griego de los galenos, "porque el verdadero contacto con los enfermos se tiene desde nuestro puesto. Con los médicos siempre hay más distancia, puede que por miedo o por respeto", según acuerdan todas las enfermeras.

Para Carmen, la veterana, 35 anos no han sabido insensibilizarla ante los achaques ajenos No desprovistas por completo del miedo al dolor, pestañean ante la muerte como cualquier ser vivo. "Jamás dejará de impresionarme el ver cómo sacan un cadáver de la cámara. No te endureces tanto como piensa la gente", reconoce con rotundidad.

Se ha encariñado con enfermos que a punto estuvieron de seducírla, y ha visto a compañeras convertirse en esposas, viudas potenciales, de algunos de ellos. Adora a los ancianos, no como sus perversas colegas suizas acusadas de acelerar los entierros de un puñado de maduros, y desatiende su propio bienestar, cargando literalmente con sus inmóviles pupilos. "Me han dicho que no debo levantar peso, pero...".

Loco de amor

Y ambas coinciden otra vez en una reclamación: "A los enfermos les aguantas lo que sea, ¡bastante tienen los pobres! Lo peor son los famillares", explica Blanca. "Todo lo que no se atreven a plantearle al doctor te lo dicen a ti". Ella pasó por la obligada experiencia de querer ser "ingeniero, como mi papá", pero pudo más el ejemplo de una tía carnal, naturalmente enfermera de profesión.Terminó sus tres años de escuela un caluroso día del mes de junio, que es como suelen caducar todos los cursos. No era una enfermera hecha y derecha, pero las prácticas acreditaban su valía. "Pasé de estudiante a profesional en 24 horas, y aun sabiendo muy bien lo que tenía que hacer, no dejaba de preguntar antes de dar un solo paso. Yo tampoco creo que termine acostumbrándome a la muerte. Recuerdo perfectamente al primer enfermo que falleció cuando yo era estudiante. Le había tomado muchísimo carifio y lloré desconsoladamente".

Literatura erótica

Mucho se ha empapado la literatura erótica en el atractivo que las más atractivas enfermeras despiertan en aquellos seres endebluchos a quienes los achaques no consiguen mermar la libido.Imaginando lo que ocultan esas batas blancas como la nieve, los electros detectan arritmias cardiovasculares y eloquecidas pulsaciones cuando la enfermerita se acerca solícita a la cabecera de la cama, incluso portando una inyección.

Blanca aún se cartea con aquel joven al que ayudó tras un grave accidente. "En el hospital Gómez Ulla me perseguía un soldado ingresado en la sección de agudos de psiquiatría. Desconozco su diagnóstico, pero me regalaba todos sus trabajos manuales".

En cuanto a las anécdotas que les suceden a diario, es casi seguro que podría escribirse un libro sobre lo imparodiable. Carmen enumera con humorismo una sarta de barbaridades: "Una enferma que se comía los óvulos vaginales. Con los supositorios también pasan cosas tremendas. Los ingieren o se los ponen sin desprecintar".

Blanca González Arévalo, por su parte, soltó la carcajada cuando recuerda la anécdota que le ocurrió a ella en otra ocasión: "Al paciente le habían colocado una sonda nasogástrica; me explico, entra por la nariz y va al estómago. Pues me dice su señora: 'Parece que ya le va drenando un poco menos el cerebro'. Solté tal risotada que tuve que explicarle que el cerebro no intervenía para nada. ¿Sabes qué me contestó? ¡Cómo se nos olvida la anatomía!".

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