¿Esta el mundo árabe en un callejón sin salida?/ y 2
En esta segunda parte, el autor que hoy asiste en Madrid a un seminario sobre inmigración magrebí en España, organizado por la Fundación Ortega- analiza la situación en la que han quedado los movimientos islamistas tras la guerra del Golfo y los problemas de las relaciones entre el Magreb y Europa.
A lo largo de los últimos 15 años, la frustración democrática de la juventud se ha expresado sobre todo a través del único canal que se le abría: los movimientos de reislamización. Ante la arbitrariedad de los gobernantes, que parecía reinstaurar la de los sultanes y emires de antaño, estos movimientos han tratado de cumplir la función que no cumplían los ulemas debilitados o funcionarizados. Expresándose a su manera en nombre de Dios, interpretando a su manera los textos sagrados que sus militantes podían leer (pues estaban alfabetizados), denunciaban al mismo tiempo al poder impío y la injusticia social que padecía una juventud sin futuro -sin escatimar llamamientos a la guerra santa que desembocaron, por ejemplo, en el asesinato de Sadat en 1981-.Pero este islamismo golpista -que no deja de tener cierta filiación con el militantismo izquierdista- acabó dando señales de agotamiento hacia mediados de los años ochenta. Y fue cediendo su espacio a los movimientos de reislamización desde abajo, que carecían de ambición revolucionaria explícita y que trataban de proporcionar un paliativo a las carencias del Estado en todos los campos (educación, sanidad, juventud, desempleo ... ), de reorganizar, en torno a la red de las mezquitas, una especie de contrasociedad que obedecía estrictamente, al pie de la letra y en la vida cotidiana, a las disposiciones de los textos sagrados. Tales movimientos desde abajo, que, a diferencia de los anteriores, gozaban de un arraigo popular real, gozaron también de la mansedumbre de los poderes establecidos (que veían en ellos un derivativo de las formas radicales y políticas de la reislamización), y de subsidios considerables que provenían, sobre todo, de Arabia Saudí... y de Kuwait. Los reyes de la península arábiga, deseosos de propagar el islam por todo el planeta, miraban con buenos Ojos esta forma de religiosidad que ellos consideraban conservadora, y cuya lealtad, pensaban ellos, se facturaría en petrodólares.Cierto número de estos movimientos han alcanzado un desarrollo tal que han acabado ocupando un lugar predominante en su país de origen como el FIS en Argelia o el Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamas) en los territorios ocupados-.
Sin embargo, la contrasociedad de referencia islámica exclusiva que estos movimientos han estructurado, de Argelia a Gaza, se hallan hoy en un callejón sin salida, pues su expansión se basa en el problema del acceso al sistema político, que sigue bloqueado por los grupos que están en el poder. En Argelia, por ejemplo, en las elecciones locales de junio de 1990, el FI-N recurrió a una maniobra dilatoria, con la esperanza de hacer caer al FIS en la trampa de la administración de las municipalidades, que son por excelencia los lugares donde se concentran los problemas sociales insolubles (como el de la vivienda).
En cambio, se aplaza siempre la fecha de las elecciones legislativas, mientras el poder distribuye consuelos simbólicos a los jóvenes militantes de la reislamización -que se beneficiaron de la supresión de la enseñanza en francés-, y hace que su Parlamento vote una ley que generaliza el uso del árabe.
Pero el mundo árabe, y el Magreb en particular, no forma un universo cerrado, impermeable a los flujos del Norte -al contrario de lo que durante mucho tiempo fue la situación en los países del Este europeo, preservados de la contaminación capitalista- El Mediterráneo no es el telón de acero; personas, mercancías, ideas e imágenes circulan de una orilla a otra de este mar.
El acontecimiento del día en Argel, incluso para aquellos a los que la política educativa del FNL ha querido apartar la lengua francesa -y de toda cultura no árabe en el sentido más chovinista-, es el telediario de las ocho de la tarde de París, que se ve gracias a las antenas paradiabólicas contra las que se desgañitan los líderes del FIS y los caciques, lampiños o barbudos, del FLN.
Es decir, que junto al recurso a un modo de expresión de las aspiraciones democráticas que se inscribe como puede en el sistema Político heredado del pasado musulmán (oposición a las arbitrariedades del poder destacando el polo islámico y su propósito de justicia social) existe un interés, a veces hasta hambre, por lo que la cercana Europa ofrece como modelo cultural, como acceso a un bienestar deseado y prohibido.
La fascinación por Sadam Husein, que fue grande en el Magreb mientras duró la guerra del Golfo, tenía dos causas más profundas y complejas de lo que se ha pensado. Aparte de la idolatría de los Scud y del culto de la virilidad del jefe árabe que, finalmente, atacaba Tel Aviv y humillaba al Estado judío arrogante mustakbir,- aparte de la denuncia al Occidente hipócrita (munafiq), que ha corrido a ayudar a Kuwait, pero que nunca ha intentado obligar a Israel a retirarse de los territorios ocupados, había dos reivindicaciones fundamentales.
La primera nace de la frustración política de la juventud. En un callejón sin salida, la juventud ha hallado un derivativo temporal en el apoyo a un hombre fuerte (zaim), al que se admiraba además porque simbolizaba, por su razzia contra las riquezas petroleras de los emires, la voluntad de la masa de la juventud de expropiar a quienes acaparan el -poder y el dinero desde hace tres décadas. El carácter casi ciego de este apoyo, incluso cuando Sadam Husein multiplicaba sus errores estratégicos, dice mucho sobre la amplitud del malestar y de la falta de perspectivas tangibles de cambio social y político.
Contradicciones islamistas
No es imposible que el malestar alcance también a los movimientos islamistas, que sancione su incapacidad para apoderarse realmente del poder y ser una alternativa y una posibilidad de cambio efectivas. El FIS argelino y, en menor medida, el movimiento En Nahda (El Renacimiento) tunecino se han visto obligados y forzados a seguir a sus bases y apoyar al dictador iraquí, el cual había liquidado fisicamente a la oposición religiosa y que representaba a un Gobierno impío por excelencia contra el que construyeron toda su argumentación política. Es esta una profunda contradicción que la demagogia del odio contra Occidente no debería seguir enmascarando. Además se han alienado el considerable apoyo financiero que recibían de los países de la península arábiga: nadie duda ya de que los príncipes saudíes o kuwaltíes querrán saber, cuando los movimientos de reislamización soliciten sus ayudas, cuál fue su actitud durante la guerra del Golfo. Nada lleva a pensar que la derrota del mártir Sadam vaya a favorecer el surgimiento islamista, siempre que la coalición victoriosa sepa mostrarse suficientemente abierta.
La segunda reivindicación que han evidenciado las manifestacíones callejeras en el Magreb se refiere a la relación con Europa. En contra de lo que las distintas reacciones en caliente han podido hacernos creer, el entusiasmo proiraquí no ha significado una ruptura definitiva de las relaciones entre las dos orillas de¡ Mediterráneo, ni un enfrentamiento inevitable de las dos culturas irremediablemente cerradas en sí mismas. Más bien expresaban la toma de conciencia dramática de la existencia de una ineluctable comunidad de destino entre el Magreb y Europa -cuyos flujos migratorios, la transmisión de las imágenes y la circulación de productos constituyen lo cotidiarío- El joven argelino diplomado o desempleado que se manifiesta gritando "Mitterrand asesino" tratará unos días después de obtener un visado para emigrar a Francia o a otro país europeo. Pero esta contradicción es sólo aparente: el proyecto migratorio es una aventura llena de riesgos que puede llevar de una frustración insoportable hoy a un éxito aleatorio mañana, pero que corre el riesgo de terminar en una situación de exclusión y marginación en la perífería de una ciudad. Todos lo saben, y la afirmación de una alteridad, árabe o islámica a modo de desafío, cumple en primer lugar una función de rito propiciatorio en el momento de lanzarse a la corriente de una modernidad occidentalizada que obliga a abandonar las referencias a la cultura de origen, y en la que los débiles temen verse triturados.
La guerra del Golfo, al haber permitido que todo este conjunto de frustraciones se exprese hasta el paroxismo, ha tenido una función, quizá saludable, de catarsis, a la manera de la tragedia griega, que exacerbaba las pasiones, las mostraba, facilitaba su identificación y, por tanto, su exoreización. Por poco que sepamos interpretar los signos que ha hecho surgir, la guerra permite discernir con precisión los problemas más importantes de] mundo árabe de hoy y localizar las dificultades existentes entre éste y Occidente -de manera más radical, por lo que nos concierne, entre el Magreb y Europa
Fin de la autocensura
Los Estados europeos, y Francia en particular, han cultivado una solidaridad sin Fisuras con regímenes hostiles a las aspiraciones democráticas de la masa de la j Uventud -y ello con el fin de conservar una estabilidad institucional a muy corto plazo- Los efectos perversos de esta política se manifiestan claramente hoy, pues, como ha demostrado la crisis de estos meses, la explosión está a las puertas de Europa, y la afecta directamente. Los Gobiernos magrebíes que desde el alto el fuego vienen refiriéndose a la perspectiva de un banco europeo para el Magreb, según el modelo del que se ha creado para los países del Este, deben comprender que este banco ha surgido con posterioridad a la instauración de la democracia en los países del ex telón de acero. Para Europa, la época de la autocensura ha pasado, está superada: la tensión franco-marroquí de los últimos meses, aun cuando ha provocado momentos de aspereza, tiene relación con la liberación de los presos políticos marroquíes. Está claro que esto no resuelve en general el problema de la democratización, pero esto es lo mínimo que hay que hacer -a menos que pensemos que los principios del Estado de derecho son incapaces de cruzar el Mediterráneo- Y por lo que respecta a los movimientos de reislamización, cuyos militantes podrían verse tentados por nuevas oleadas de yihad contra las Constantinoplas de este final de siglo, no hay que dejarles ninguna ilusión sobre la determinación a acabar con ellos con el mismo vigor con el que la coalición acabó con Sadam Husein.
Sin embargo, estas hipotecas, que pesan sobre el Magreb y sus relaciones con Europa, no podrán levantarse a menos que se obtengan prograsos sustanciales en la solución de los tres principales problemas estructurales de Oriente Próximo: la autodeterminación de los palestinos, el restablecimiento de la soberanía libanesa y una redistribución de las rentas del petróleo que favorezca de manera más equitativa el desarrollo de la región.
De la capacidad de la coalición para obligar a Israel, a Siria y a las petromonarquías a aceptar todo esto va a depender mañana, en gran medida, la capacidad árabe para salir de este callejón. Paradójicamente, la esperanza, tras la guerra, se parece cada vez menos a una quimera.
es profesor del Instituto de Estudios Políticos de París.
Traducción: C. A. Caranci.
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