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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Balance en el Congreso

NADA TIENE tanto éxito como el éxito mismo, y el tan rápidamente obtenido por los aliados ha diluido buena parte de las reticencias suscitadas por su decisión de ir a la guerra una vez que se revelaron insuficientes los esfuerzos por convencer a Sadam por métodos pacíficos. Así lo indica, por ejemplo, la evolución del grueso de la opinión pública española, que de la oposición al envío de tres barcos para cooperar en las tareas del embargo contra Irak ha pasado a respaldar mayoritariamente la participación española en el apoyo logístico al despliegue aliado. El debate de ayer en el Congreso reflejó esa evolución: la oposición redujo al mínimo las críticas a la actitud del Gobierno, e incluso las más radicales, procedentes de Izquierda Unida, fueron expuestas en un tono mesurado y orientadas más a la defensa de propuestas de futuro que a incidir en los reproches.El presidente del Gobierno ofreció precisiones y detalles sobre la entidad del apoyo logístico, pertinazmente ocultadas antes con endebles argumentos, pero apenas hubo reclamaciones al respecto. Detalles técnicos, pero de importancia política por cuanto revelan los objetivos concretos del amplio apoyo logístico. En su breve intervención, Felipe González se esforzó por mostrar la coherencia de la actitud de su Gobierno. Su argumento principal fue que únicamente la intransigencia de Sadam Husein impidió que prosperasen las diversas iniciativas de paz surgidas y apoyadas todas ellas por España. Y que el apoyo a esas iniciativas estaba subordinado al principio del mantenimiento de la cohesión de la coalición internacional. A la vista de como han rodado las cosas no puede negarse lógica a tal posición: sin suficientes garantías por parte de Irak -y sólo las hubo cuando estuvo derrotado-, cualquier fisura en el bloque de los aliados hubiera sido aprovechada por Sadam Husein para prolongar el conflicto. Sin embargo, se echó en falta una detallada explicación sobre las últimas motivaciones y el resultado de la iniciativa epistolar tomada por González a medio conflicto, sugiriendo al presidente Bush evitar los bombardeos sobre ciudades, y de si esa carta respondía o no, también, a cauciones o límites previos en la prestación del apoyo logístico español a la coalición internacional.

Hubo, pues, un amplio acuerdo sobre lo hecho y amplia voluntad de hacer de ese acuerdo el fundamento de una política exterior no sometida a las oscilaciones del debate político interno o la alternancia en el poder. Sólo queda interrogarse sobre si el alto grado de consenso alcanzado no habrá ido en detrimento de un debate político más profundo y más rico. En cualquier caso, en este marco, los argumentos de Anguita sobre el papel subalterno o gregario que habría desempeñado España sonaron bastante a hueco. Las objeciones planteadas por el líder del primer partido de la oposición, José María Aznar, fueron menores, pero advirtió que el mantenimiento del consenso en la poscrisis exigirá el abandono de las ambigüedades puestas de manifiesto durante estos meses y una mayor precisión en los objetivos. Del amplio catálogo de iniciativas de futuro ofrecido por Aznar se deduce que el acuerdo sobre los rasgos generales de la política exterior y de defensa no excluye eventuales divergencias en torno a cuestiones como el papel de las Fuerzas Armadas, la posible reforma del servicio militar o las necesidades presupuestarias en materias relacionadas con la defensa. Su propuesta de un debate sobre tales cuestiones, que fue aceptada por González, permitirá seguramente comprobar hasta qué punto los alineamientos en torno al conflicto del Golfo no tienen por qué mantenerse invariables en el futuro: la experiencia del debate sobre la OTAN permite augurar que muchos de los que estos días han estado radicalmente en contra del Gobierno podrán estar mañana de su lado frente a algunas de las consecuencias que de la guerra obtendrá la derecha en materias como el desarme o las prioridades presupuestarias. De ahí que resultasen poco inteligentes las sonrisitas o risotadas con que desde los bancos socialistas se acogieron algunas palabras de Anguita.

Sin embargo, es bastante probable que en lo relativo al servicio militar la experiencia de estos meses sea decisiva para suscitar un consenso casi unánime sobre la necesidad de su reforma. Un ejército que puede llegar a intervenir en conflictos no relacionados con la estricta defensa del territorio, y en el que el papel de la tecnología es absolutamente determinante, habrá de estar fundamentalmente integrado por soldados profesionales. Y ya no hay motivos de inoportunidad aducibles para seguir retrasando ese debate.

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