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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

Los soldados de la coalición, acogidos con júbilo y euforia en una Kuwait City de aspecto desolador

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALTodo era poco para las tropas que reconquistaron la capital de Kuwait. Sus habitantes, después de siete meses de cautiverio iraquí, recibieron ayer a los soldados del ejército multinacional con un júbilo tan intenso que abrumaba a los propios libertadores. Las fuerzas kuwaitíes y saudíes, que poco antes del mediodía efectuaron la entrada principal en la ciudad, fueron colmadas de agradecimiento, caramelos, chicle y flores. Los marines se dejaban fotografiar con niños encima de sus vehículos artillados y los soldados kuwaitíes abrazaban a sus familiares. Unos lloraban y otros hipaban en el reencuentro.

En medio del cortejo triunfal que recorrió las calles de la ciudad recuperada por el frente antiiraquí y junto a los disparos al aire y los bocinazos, un anciano con los brazos en alto rezaba mecánicamente al paso de la brigada kuwaití Mártires de la liberación. La capital, pese a la alegría, presentaba un aire fantasmal y desolador. En sus calles, con escaso tráfico y muy pocas personas, todo era suciedad y abandono, cuando no destrucción.Varios pozos de petróleo ardiendo ennegrecían el cielo de Kuwait, sorprendentemente oscuro en horas de mediodía, mientras miles de camiones, carros de combate y vehículos de transporte militar que participaron en la reconquista del emirato desembocaron en su capital.

Los primeros civiles que saludaron a las fuerzas libertadoras se dejaron ver a 30 kilómetros de la ciudad, mientras la brigada kuwaití y el resto de la fuerza multinacional desplegada en el sur del emirato iba dejando atrás un reguero de camiones calcinados por las bombas de la aviación, coches despanzurrados por las explosiones, cascos militares, mochilas y correajes de las tropas rendidas; todo ello señales evidentes de una derrota casi en desbandada. No había, sin embargo, muchos tanques destruidos, a lo sumo siete u ocho en un trayecto de 50 kilómetros.

Todos decían más o menos lo mismo. "Estamos muy contentos. Terminó una pesadilla de siete meses". Los periodistas que acompañamos a los militares también éramos héroes o marines a los ojos de una población que sufrió en Kuwait siete meses de brutal ocupación, según sus testimonios. "Yes, yes, yes, you es ei [Sí, sí, sí, USA]. Hoy no he comido, no me importa, soy feliz", declaraba un joven armado con una carabina de un sólo disparo. "Éramos 600.000 personas en la capital y se fueron más de la mitad. Nos lo robaron todo. No se puede imaginar el infierno que ha sido esto", agregaba su compañero, armado con un Kalashnikov y disparando al aire todo el peine de balas.

Una declaración importante

Sin llamarlo, se me acerca agitado un joven vestido de negro. Empuña un revólver que no para de mover. Está claro que quiere decir algo importante. Enchufo la grabadora e inmediatamente suelta una declaración en un idioma que no entiendo. Asiento educadamente con la cabeza a lo que por su entonación debe ser un inventario de atrocidades iraquíes. Nunca se registró, sin embargo, una concentración mayor de 400 o 500 personas en un mismo punto.

La columna de blindados, con una cola de cientos de vehículos y todos sus tripulantes en cubierta, avanzó atronando con el ruido de las cadenas y los motores. Flameaban las banderolas nacionales en sus antenas y las banderitas en manos de los niños. El comandante de la unidad kuwaití, que viajaba en una camioneta rodeado de sus hombres, sollozaba abrazado a un compatriota, más emocionado que él. Después continuó ruta hacia los emplazamientos de su brigada, salvando las principales calles de una ciudad sin comercios, sin teléfonos, sin semáforos y sin apenas vida. En uno de sus cruces, la caravana era, dirigida por un soldado que fumaba y lloraba a la vez. El agua y la luz fallan también en la rica ciudad.

Frente a la sede diplomática norteamericana, el hotel Internacional de Kuwait, el mejor de todo el emirato, presentaba un triste aspecto. Sucio, polvoriento, sus interiores y exteriores están rotos o desconchados, y el otrora elegante salón de baile, asemeja el cuarto de las escobas. Está cerrado, como la mayor parte de los establecimientos. Japhor, un empleado del hotel nacido en Bangladesh, me dice que el segundo día de la invasión "llegaron un general, dos coroneles y un brigada iraquíes. Nos pidieron de comer y les dimos todo lo que quisieron. A continuación nos dieron una hora para desalojar y anunciaron que pensaban destruir el edificio. Se llevaron todo lo que pudieron. Hasta los coches del garaje".

No hay señales de bombardeos en el centro de la ciudad cuyos puentes de circunvalación están salpicados con casamatas Algunas de sus calles parecen un cementerio de coches y otras tienen apariencia de no haber sido transitadas en los siete meses de ocupación. "Hemos vivido sin seguridad, nunca sabíamos quién llamaba a la puerta. Nunca salíamos de casa", dice Leyla que evita ser fotografiada y se coloca el velo en la cara ante la aparición de una cámara.

Queso y miel

El malecón del paseo marítimo, que limita con las aguas del golfo Pérsico, está bordeado por un cinturón de bunker que domina la entrada de la bahía. En uno de los que inspecciono advierto, por los frascos, que los iraquíes degustaban allí queso y miel. En mitad de la calle principal de este paseo, uno de los más frecuentados, los iraquíes habían levantado una trinchera de dos metros de altura con arena. "No lucharon, en cuanto conocieron que llegaban los americanos se fueron. Sadam cambié de idea", dice un miliciano.

El palacio del emir está destruido y la residencia particular, también. En su entrada nos recibe un sofá desvencijado con una bicicleta encima y un joven asistente del emir que advierte: "No puedo dejarle entrar porque hay expertos que intentan desactivar varias bombas". Después agrega que en un futuro próximo habrá "más participación popular" en las decisiones políticas. "Así debiera ser", agrega otro joven que interviene en la conversación.

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