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Reportaje:

Vivir de pensión

Los más veteranos acaban siendo considerados como de la familia

Ángel Montero, maestro, de 50 anos, vive en una pensión de la calle de la Magdalena, junto a la plaza de Tirso de Molina. Su patrona le considera casi de la familia. Y no es para menos. Angel lleva 13 años viviendo en la habitación número 5 del hostal Boán, propiedad de Luciano Boán y de Socorro, su mujer. Montero empezó pagando 8.000 pesetas mensuales que ahora se han convertido en 30.000.

"El cuarto del profesor", anuncia Socorro, mientras abre la puerta de una habitación de nueve baldosas de largo, donde pelean por el espacio el mismo modelo de cama, mesa, estantería, armarlo y lavabo que hay en las otras nueve habitaciones para huéspedes. "Ésta es una de las dos individuales; las otras son más grandes", precisa. Hoy quedan sólo dos libres. Ángel comparte el baño con otra antigua inquilina y un grupo de obreros que tienen a la familia fuera de Madrid y dejan la pensión los fines de semana.Ángel se estrenó como maestro en el País Vasco y luego fue destinado a Madrid. Le fallaron unos amigos con los que iba a compartir piso y aterrizó en esta pensión, donde el mes le costaba 8.000 pesetas, que se han convertido ahora en 30.000. "Como no creo que me case a estas alturas, y está tan mal lo de los pisos, seguiré aquí hasta que me jubile y vuelva al pueblo", asegura.

Sin derecho a cocina

El profesor come en el colegio de Moratalaz donde trabaja y cena en algún bar de la zona del hostal. Tiene en su habitación chorizo, salchichón y queso que trae de su pueblo -Cubo de Don Sancho, en Salamanca- para no bajar a la calle a cenar cuando vuelve cansado de las clases. Socorro comenta que en las pensiones no se sirven comidas. "Si están enfermos y hay que preparar algo, se hace, pero no consiento que entren en mi cocina, porque ya tengo bastante trabajo con hacer la limpieza y lavar las sábanas, que está puesta la lavadora todo el día", dice. Sin embargo, en atención a su antigüedad, a Ángel, "pero sólo a él", se le lava la ropa. Después de los primeros años, Angel se siente "como uno más de la familia". "Al principio es duro, porque casi todo el tiempo estás en la habitación", comenta, "pero ahora, cuando llego, me siento a ver la televisión con ellos y estoy en mi cuarto sólo cuando quiero". El maestro puntualiza que de todas formas hay todavía días de soledad terrible. Recuerda un par de ocasiones en las que estuvo enfermo y lo pasó especialmente mal, a pesar de las atenciones de Socorro.

Ángel dice que en estos tiempos apenas hay relación entre los huéspedes. Sonríe cuando recuerda como algo excepcional el día que se sentaron todos frente al televisor en la pequeña sala que familia y huéspedes comparten, para ver el partido contra Malta y celebraron los goles españoles con champaña.

Socorro y Chano vivieron en París. Luciano trabajó allí 12 años como soldador, y ella, siete, desde que se casaron, en una portería y en la limpieza. Pero a Luciano "no le sentaba el clima" y se volvieron. Con lo que habían ahorrado y la venta de un piso que tenían en Carabanchel compraron un hostal en la calle de Fuencarral, pero era grande y daba mucho trabajo. Lo vendieron y se instalaron en este piso de la calle de la Magdalena. "A mi marido no le hacía mucha gracia que pusiéramos un hostal, pero yo no puedo estar mano sobre mano, y aquí estamos", indica Socorro. Explica que los gallegos tiran unos de otros, y muchos de los dueños de hostales y pensiones son de allí. Tiene familia dedicada también a la hostelería en Madrid y "muchos paisanos que regentan los hostales de la zona".

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Luciano comenta que ha cambiado mucho la clientela de las pensiones, que ya no hay casi estudiantes que vivan así y que sus huéspedes suelen ser obreros de Murcia o Jaén que trabajan en Madrid. En verano también tienen extranjeros. "Los ingleses, los hay más gamberros y nienos gamberros, y los franceses, mejores y peores", comenta Chano, militando de gallego. Pero no tiene dudas sobre los catalanes, a los que considera los mejores huéspedes.

Olga, estudiante de económicas, no es huésped, pero ha vivido prácticamente toda su vida de pensión. Es la hija de Socorro y de Chano.

El cuarto de Olga, como el de sus padres, se encuentra en el largo pasillo del piso. Es una habitación más de la fila de puertas. También hay cama, mesa, armario y lavabo, pero los muebles son más coquetos y el lavabo está empotrado sobre una encimera de piedra rosa.

Cuestión de lavabo

La sección de hostelería de la Comunidad de Madrid (CAM) utiliza como principal criterio diferenciador entre hostales y pensiones el número de habitaciones de que disponen cada uno de estos dos tipos de establecimientos. Sin embargo, los huéspedes del hostal Boán, en la calle de la Magdalena, tienen muy claro que son idénticos, salvo que en los primeros hay lavabo dentro de las habitaciones.Con lavabo o sin él, el término pensiones no se recoge en la guía de hoteles editada por la dirección general de Turismo de la CAM, pero ocupa un par de páginas amarillas de la guía telefónica.

Bajo ese epígrafe se enumeran un total de 710 establecimientos, ubicados principalmente en el distrito de Centro, el casco viejo de la ciudad. La calle de Atocha, con 21, es la Gran Vía de las pensiones. En Mayor y en Montera hay 11 en cada una, y ocho en Magdalena, tres de ellas incluso en el mismo edificio.

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