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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Plazo perentorio

EL PRESIDENTE Bush conminó ayer a Irak a iniciar la retirada de Kuwait en menos de 24 horas, lo que haría posible el alto el fuego. A los oídos de muchos observadores, esta declaración sonó como la expresión de un ultimátum, y en muchos sectores cundió de nuevo ese pesimismo pendular que domina desde hace más de un mes las conciencias de los seres humanos; un ultimátum que va en la línea de asimilar la retirada de Kuwait exigida por la ONU a una suerte de capitulación.Una explicación indudablemente mecánica, válida para entusiastas y detractores de EE UU, diría que se trata de una prueba de que Bush está exclusivamente interesado en una victoria militar sin ningún tipo de adherencias. Pero hay también otra lectura más optimista. Y es que el plazo perentorio concreta y resume las diversas objeciones presentadas por la Casa Blanca al acuerdo Tarek Aziz-Gorbachov. Lo que EE UU querría evitar es que, después de una aceptación de principio de la retirada de Kuwait, Sadam pueda maniobrar, ganar tiempo y tergiversar el cumplimiento de su compromiso.

Estamos ante un nuevo capítulo del forcejeo diplomático. No se discuten las condiciones de la retirada, puesto que ya Irak ha aceptado la retirada incondicional. Se discuten sus modalidades. Y al estirar la cuerda de la negociación, EE UU trata de modular la retirada iraquí de forma que imposibilite cualquier capitalización política por Sadam para consumo doméstico de un acuerdo complejo. Además, en la respuesta iraquí hay puntos que provocaron desde el principio recelos entre los aliados -y en Israel, más que recelos-, y sobre todo la falta de precisión en cuanto a los plazos de la evacuación. No es casual que sea precisamente en ese punto en el que se ha apoyado Bush para lanzar su comunicado. Quiere demostrar quién lleva la iniciativa en el prólogo de la paz.

Porque, en el fondo del problema, no hay contradicción entre el plan de paz de Gorbachov y la última exigencia de Bush sobre los plazos de la retirada, como se han apresurado a señalar portavoces de Arabia Saudí. La resolución de la ONU ha pedido siempre una retirada inmediata e incondicional. A ello se ha comprometido Irak. Por otra parte, el Consejo de Seguridad deberá examinar diversos puntos contenidos en lo acordado entre Gorbachov y Aziz: la cuestión no se dirime a dos, y puesto que el Consejo de Seguridad legitimó el camino de la respuesta bélica, debe en él consagrarse la solución definitiva de paz.

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La ausencia de referencias a la cuestión árabe-israelí en el acuerdo público de Moscú es un tanto para EE UU, que siempre se había negado a establecer un vínculo entre el fin de la guerra y la convocatoria de una confereribia sobre el problema árabe-israelí. Por tanto, y aunque quedan pendientes cuestiones importantes, ha tomado cuerpo la perspectiva de una salida sin combates. Ciertamente, el Gobierno norteamericano puede verse cogido entre dos fuegos: uno, encendido por la propia opinión pública que no desea la muerte de miles de marines; la URSS, que se ha comprometido extraordinariamente en la solución pactada, y los países aliados, europeos y árabes, más rápidos en demostrar su simpatía por el pacto de Moscú. El otro, la posición del Gobierno de Israel.

La mediación de Gorbachov ha sido posible tras la acción unitaria de la coalición contra el agresor, que ha impuesto el retroceso de Sadam. Esto, y la fuerza de su liderazgo, es lo que desea evidenciar, entre otras cosas, EE UU. El ultimátum de Bush forma parte del tejido de la ardua negociación. Aunque se trata de un trato al borde del abismo, y de ninguna manera puede excluirse que alguien dé un paso suicida al frente. Todos contendremos el aliento cuando mañana venza el plazo.

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