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Contra la lógica de la guerra

La reacción internacional a la actitud reservada de los alemanes y de su Gobierno frente a la guerra del Golfo ha tenido entre los alemanes resonancia diversa.. El presidente de Alemania, por ejemplo, ha tratado de restablecer las proporciones y reclamado, defensiva pero relajadamente, comprensión. Otros, por el contrario, se han alegrado del poder curativo de las realidades, que han metido en cintura a los alemanes de posguerra, sacándolos de su introversión dubitativa para reponerlos en el rechazado papel de potencia. Ésos verían con gusto la seriedad existencial y un compromiso menos inhibido de la Alemania engrandecida. De una Alemania más grande a la gran Alemania hay sólo un paso. En las cabezas inteligentes se activa de nuevo el pathos del Jünger de la primera época.De hecho, en la República Federal de Alemania se desaprovechó la ocasión de llevar a cabo, antes del 15 de enero, una discusión como la que se dio en otros países. Faltó una toma de postura ex ante políticamente meditada. En vez de escondernos tras normas constitucionales tendríamos que haber tenido claro qué postura teníamos respecto a los principios políticos ,que se expresan en esas normas. Un Gobierno que hubiera expuesto, a su debido tiempo, su postura acerca de qué podría legitimar una intervenciar en el Golfo habría estado también en condiciones de influir para que se cumpliesen las condiciones a las que va unida tina legitimación de ese tipo. Pero no hicimos más que reaccionar ante hechos consumados (con objetores de conciencia y cheques, con pacifismo y envío de armas, con mala conciencia y sentimientos ambivalentes).

Ya antes del 15 de enero estaban sobre la mesa todos los argumentos normativos. El contenido de la resolución de la ONU que autorizaba una acción militar contra Irak estaba amparado por los principios del C derecho internacional y justificado como la percepción colectiva del derecho de autodefensa frente al agresor. Nadie puede dudar seriamente de que la anexión de Kuwalt y el anuncio de Irak de abrir una guerra -sobre todo una con armas ABC (atómicas, biológicas, químicas)- contra Israel suponía infracciones que exigían y merecían sanciones. Los principios que en esa situación justifie2n también, en caso necesario, una guerra son indiscutibles (siprescindimos de una postura de pacifismo incondicional); lo controvertido es su aplicación. De lo, que se trata en esa controversia no es de la cuestión de la guerra justa. De lo que se trata aquí es sólo de si la situación dada ofrece suficientes razones para la aplicación de principios anclados en el derecho internacional y para su imposición por medio de una guerra convencional. En ese sentido, la guerra del Golfo puede estar, en el mejor de los casos, justificada. En el uso lingüístico tradicional, una guerra es justa con respecto a una meta absoluta, que sólo se deja explicar religiosa o metafísicamente.

El argumento más fuerte a favor de la posibilidad del empleo de armas en el Golfo consiste en que, tras la terminación de la guerra fría, EE UU y sus aliados tengan la oportunidad de adoptar, provisional y representativamente, el papel neutral de una fuerza policial, no existente hasta ahora de la ONU. Desde esa premisa mitterrandiana, la intervención en el Golfo podría marcar el primer paso hacia un orden mundial efectivo. La política de no propagación de las armas nucleares (y de las casi tan peligrosas armas biológicas) ha fracasado. Por eso, la ONU debe ser provista de un poder ejecutivo fiable y eficaz. Pues en un mundo marcado por una extrema desigualdad, los chantajes y las amenazas irracionales de dimensión global son cada vez más probables.

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Además de eso, se plantea la cuestión de cuáles son los fines de guerra permitidos. El motivo inmediato justifica la exigencia de la liberación de Kuwait. También hay buenas razones para el objetivo de la destrucción de las armas ABC rivales y de las instalaciones iraquies de producción. En ese punto, la amenaza a la existencia de Israel es lo que tiene más peso. El fin más amplio de acabar con el régimen político de !Sadam parece políticamente evidente, pero sería, desde consideraciones de derecho internacional, problemática en cuanto intromisión en el orden interno de Irak.

De todas formas, de esa legitimación se derivan limitaciones y obligaciones importantes. Las potencias encargadas por la ONU tendrían que separar su función de agente de sus propios intereses como naciones industriales occidentales. Habrían de evitarse sobre todo tres confusiones. Una intervención debería mantenerse reconociblemente para todo el mundo como una acción policial y no debería ser llevada por las naciones implicadas como una guerra normal en nombre propio. Dado que el Consejo de Seguridad no posee frente a sus agentes ningún derecho a dar órdenes, ése es un aspecto especialmente sensible. Además, las medidas militares no deberían caer en la sospecha de servir a los países industriales para asegurarse, en primera línea, el acceso a sus bases energéticas en Oriente Próximo -nada de sangre por petróleo- Finalmente, a la vista de la historia colonial de esa región, habría que tomar medidas para que una guerra no fuera percibida por la población afectada como un conflicto cultural entre Occidente y el mundo árabe.

Por lo demás, para las potencias occidentales debería estar claro que, sin asumir implícitamente la obligación de cambiar radicalmente en el futuro su política, no tenían derecho a utilizar la legitimación de la ONU . Deberían estar dispuestas no sólo a prohibir tajantemente de inmediato la exportación de armas desde los países de producción, sino a hacer todo lo posible por institucionalizar, con un ejército activo y neutral, un orden de paz global y esforzarse por un orden económico mundial que disminuya, cuando menos, las causas socioeconómicas de los conflictos de ese tipo.

A todo eso deben añadirse las condiciones que tuvieron que cumplirse antes de que los aliados pudieran hacer uso de la autorización de la ONU y de que pudieran atacar, de hecho, Irak. Hay unanimidad acerca de las condiciones mismas de mayor importancia -el agotamiento de todas las posibilidades de negociación, la evaluación previsora de las consecuencias de la guerra y la proporcionalidad de los medios utilizados- Por decirlo por adelantado, considero justificada la intervención como tal. Al mismo tiempo, tengo serias dudas acerca de si la acción, tal y como discurre, puede resistir

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Contra la lógica de la guerra

es catedrático de Filosofía de la Universidad de Francfort.Traducción: Luis Meana.

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