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Pacientes del Gregorio Marañón comparten las habitaciones con presos vigilados por policías

Vicente G. Olaya

El pasado mes de agosto, la dirección del hospital Gregorio Marañón cerró, a consecuencia de las obras que se realizaban en el centro, la llamada unidad de custodiados. Eran tres habitaciones aisladas en la sexta planta que permitían que la policía vigilase con seguridad a presos enfermos procedentes de diversas cárceles. Desde su cierre, algunos pacientes del hospital se ven obligados a compartir sus habitaciones con los reclusos y los policías que los vigilan. El director médico del centro es partidario de suprimir la unidad de custodiados.

Según el director médico del hospital, José Manuel Infante, "la unidad de custodiados se había quedado pequeña. Sólo tenía capacidad para seis internos y en algunos momentos llegamos a tener hasta 26. Además, hay que tratar a los presos como a cualquier otro enfermo, algo que resulta difícil si se encuentran aislados en una cámara acorazada. Por eso yo no soy partidario de volver a instalarla, aunque esa opción sigue en estudio".Son casi 100 los policías que a lo largo de una jornada vigilan a la docena de reclusos que están hospitalizados en el centro. Para un portavoz del Sindicato Unificado de Policía, "la situación es insostenible. No hay personal suficiente para custodiar a lo detenidos, las habitaciones no están preparadas para impedir una fuga, los agentes cumplen su servicio en unas condiciones lamentables y, además, los enfermos que proceden de la calle se ven obligados a soportar una medidas de seguridad que les perjudican gravemente. Por ejemplo, estamos obligados a dejar las 24 horas del día la puerta del cuarto abierta y la luz encendida. Eso no hay nadie que lo so porte, ni el preso ni el enfermo que comparte cuarto ni nosotros mismos".Se da la circunstancia, además, de que sólo dos de los policías destinados en el hospital son mujeres. La carencia de agentes femeninos provoca serios problemas cuando el detenido e una mujer o se necesita registrar a un familiar femenino del custodiado.En la planta de oncología tres presos son vigilados por sólo dos policías. Los reclusos están en dos habitaciones, una frente a otra, separadas por un pasillo Desde el corredor los funcionarios dirigen, de vez en cuando, sus miradas hacia los custodiados. En las habitaciones se mezclan los familiares de los preso con los de un anciano entubado que sólo es capaz de mirar hacia el techo. La que parece ser su esposa observa con recelo al joven esposado que se halla tumbado sobre la cama que da a la única ventana del cuarto.

Fuga con sábanas

A principios de este mes, uno de los detenidos consiguió escapar. Se descolgó, gracias a unas sábanas, desde la planta cuarta hasta la tercera. Las medidas de seguridad son escasas: las ventanas carecen de barrotes, en pocos casos se esposa a los presos y la distancia desde el alféizar al suelo en los primeros pisos no sobrepasa el metro y medio de altura.Por su parte, los policías destinados en el Gregorio Marañón denuncian la carencia de medios humanos y materiales para impedir las fugas y desarrollar su trabajo con normalidad. "Así no se puede trabajar", afirman, "un despiste lo puede tener cualquiera y en el momento menos esperado se te echa uno de los detenidos encima. Te pueden pinchar, tomar rehenes o cualquier cosa por el estilo. No olvidemos que muchos reclusos aquí ingresados están desesperados y les da todo igual. Si a eso añadimos la falta de medidas higiénicas y de seguridad en este servicio , incluido el vestuario en donde nos cambiamos, tendrá una visión completa del trabajo que realizarnos".

En el sótano se encuentran los vestuarios de los agentes. Una puerta cerrada con llave guarda tras de sí salas en las que 30 viejas taquillas encierran la ropa de un centenar de policías. El local, antes un almacén, tiene una pequeña ventana por la que entra la luz. Un reguero de agua, filtrado de alguna cañería del techo, va encharcando el suelo. Las paredes blancas del recinto están carcomidas por la humedad. "Pues antes era peor, afirman.

Con la sonda colgando

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En la sala de urgencias, un detenido, en pijama, mira ansiosamente a los otros ingresados. En su estómago una veintena de bolas de cocaína esperan ser expulsadas. Mientras llega ese momento permanece sentado sobre la camilla. A su espalda, una ventana abierta le separa del exterior. Cuando el policía que le custodia se despiste puede intentar la huida. No parece demasiado difícil. "Hace poco se escapó uno con la sonda colgando, menos mal que lo cogimos antes de que saliese del hospital", comenta el funcionario. En torno a policía y detenido, sollozos, gemidos, tubos, vendas, enfermos paralizados por el dolor, médicos acelerando el paso ante una sala desbordada por los excesivos ingresos.En la Unidad de Cuidados Intensivos otro de los detenidos se encuentra en coma. Tras una gran puerta abatible de plástico se descubre a un policía de paisano que vigila la entrada a la UCI. Su cara es seria. Parece preguntarse qué hace frente a la habitación de un hombre en coma.

En la planta cuarta del edificio principal, algunos reclusos con sida comparten cuarto con ciudadanos que tienen el mismo mal. Los agentes, que están ante las puertas abiertas de sus habitaciones, están uniformados. Cuando las visitas pasan frente a ellos desvían la mirada.

Comentan que hay agentes que se lavan hasta 14 veces diarias las manos. Mientras la pareja charla entre sí, una mujer sale de la habitación exigiendo ver al director del hospital. "Mi hijo no tiene por qué dormir con ese individuo tan peligroso. Queremos una habitación normal, como todo el mundo".

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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