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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La estrategia

LA LUCHA de Sadam Husein gira menos en torno a la acción militar, que a largo plazo tiene perdida, que a la proyección futura de los conflictos en la zona, lo que es potencialmente mucho más grave. En este sentido, su estrategia está más relacionada con la nación árabe. que con el mundo cristiano. El único terreno en el que el líder iraquí puede conseguir ventaja es, precisamente, en la invocación de los lazos religiosos que mantienen unido al mundo islámico de modo tradicional.Por esta razón, desde el principio de la crisis del Golfo, en agosto pasado, su política se orientó en dos sentidos: por una parte, arrastrar a Israel a la guerra para así conseguir que los Gobiernos árabes que están en el campo aliado se aparten de él: por otra, convencer a la nación árabe de que el conflicto se ha convertido en una yihad, la guerra santa del islam contra el Occidente judeo-cristiano, como recordó el pasado domingo en su alocución radiada. La finalidad única de este doble empeño es conseguir la ruptura del frente aliado, generalizar la conflagración, mantener la anexión íraquí de Kuwait y salir de la aventura como poder hegemónico de la región. No le importan los muertos que cueste conseguirlo.

Hasta ahora, el primer objetivo -gracias a la presión de la comunidad internacional y a la moderación de Israel- no ha tenido éxito. El segundo, el que pretende que el mundo árabe se una contra los "invasores" (en el fondo, léase contra los "imperialistas colonizadores", está haciendo profunda mella, al menos en la opinión pública de los países árabes. Una solidaridad que muestra claramente la fragilidad de la memoria colectiva. Es paradójico que Sadam Husein llame ahora a la guerra santa, a la defensa del islam, cuando durante ocho años luchó precisamente contra la noción del islamismo integrador propiciada por el Irán del imam Jomeini. Lo que Sadam ha percibido con corrección es que la ola de integrismo que barre al mundo árabe desde hace unos años sigue viva y que la mantiene pujante el pueblo. Curiosamente, el fundamentalismo como movimiento popular, siendo integrista y antidemocrático, ha estallado en Marruecos, Túnez, Argelia, Egipto, Jordania, como rebelión frente a Gobiernos también antidemocráticos y traidores de la tradición.

El éxito de la estrategia de Sadam Husein consiste en provocar una presión interna sobre los Gobiernos que apoyan a la alianza antiiraquí y forzar su radicalización progresiva en relación con el conflicto del Golfo. Sólo así evitarán verse incluidos contra su voluntad en el campo de los enemigos de la yihad. Las recientes manifestaciones de apoyo popular al líder iraquí en Argelia, Libia y Túnez, con sus ribetes de xenofobia antieuropea, son muy significativas. Es más, Argelia, el país de la moderación internacional, ha llegado a ofrecer montar campos de entrenamiento para quienes quieran acudir a defender a Irak. Lo es también la consagración progresiva del dictador iraquí como héroe panárabe, al lestilo de Nasser o de Hafez el Asad, cuando, como ellos, se encuentra al borde de la derrota o del estrepitoso fracaso.

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Las propuestas de paz o de alto el fuego que en las últimas horas han emanado de Jordania, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) o de Marruecos responden tanto a un deseo de que se restablezca la normalidad en la región como a la angustia de los líderes, que no quieren verse arrollados por sus propios movimientos populares y por la mitificación de Sadam Husein. Para el rey Hussein de Jordania, lo primordial es asegurar un alto el fuego. Para la OLP, el cese de las hostilidades debe facilitar la solución negociada de la crisis (aunque su propuesta está teñida de un proiraquismo que la invalida). Para Marruecos, lo importante es sustituir al Ejército iraquí por unas fuerzas conjuntas del Magreb, quitarle la espoleta a la situación bélica y promover las negociaciones que la guerra hizo imposibles. Cualquiera de las propuestas sensatas que pretendan sustituir la fuerza por el diálogo debe ser tenida en cuenta.

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