El cristiano de Alá
El diplomático iraquí es el único no musulmán del régimen de Bagdad y un inflexible ideólogo del Baaz
Vendrán más años malosy nos harán más ciegos.
Vendrán más años ciegos
y nos harán más malos.
Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos ".
Versos terribles de clásica factura. Los ha escrito Rafael Sánchez Ferlosio, y el libro que los recoge se hallaba, la noche del 8 de enero del año de gracia de 1991, sobre una cómoda del dormitorio de la suite ocupada por uno de los dos protagonistas de la dramática cumbre de Ginebra: Tarek Aziz, ministro de Asuntos Exteriores de Irak.
¿Estaba allí por casualidad el libro de Ferlosio o lo había dejado junto a su cama Tarek Aziz? No puedo saberlo. Sólo sé que estaba allí, sólo sé que esos versos fotografían un próximo y posible futuro en el que, verosímilmente, se cumplirá el destino de este curioso personaje, Tarek Aziz, el hombre al que muchos, en Bagdad, llaman el cristiano de Alá.
Aziz se sale de los esquemas habituales de la actual diplomacia árabe. No es un burócrata, sino un intelectual. Graduado en la Universidad de Bagdad, se ha especializado posteriormente en lengua y literatura inglesas. Conoce muy bien esa lengua, y a una excelente pronunciación añade el gusto por las citas, de Shakespeare a Milton. Pero también le gusta citar a Cervantes. Su conocimiento del español es modesto a la hora de hablarlo, pero lo lee a menudo y lo entiende bien.
Todos sabemos que el Quijote no es sólo una de las obras maestras de la literatura: El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha es también una metáfora (satírica) de la vida. Pues bien, Sadam Husein no es precisamente Quijote, pero Tareq Azlz es, tal vez, Sancho fascinado por el pensamiento y por la cultura, aunque también, perversamente, por la violencia psicológica y material que emana de su rais Sadam Husein, su jefe y patrón.
Ideólogo inflexible
Tarek Aziz, el único no musulmán del régimen de Bagdad, es un hombre frío y duro, como la obsidiana, un inflexible ideólogo del Baaz en cuyo movimiento ingresó siendo aún muy joven. Dicen que fue él quien explicó a Sadam Husein el socialismo árabe ideado por el sirio Michel Aflak, también cristiano como Tarek Aziz, que fue su aplicado discípulo. Dicen que Aziz y Sadam juegan a lo que los americanos llaman la farsa del policía bueno y el malo. La verdad es que los dos son como el forajido de las películas, sólo que Tarek Aziz, con su óptimo inglés, con sus maneras de hablar de hombre estudioso, con sus modales corteses y ese esbozo de sonrisa aristocrática en unos expresivos labios, ha encantado siempre a los periodistas extranjeros, que justamente le han colgado la etiqueta de moderado. Moderado lo es en el lenguaje, en el tono de voz grave, comedida, pero detrás de sus palabras hay un muro de hormigón.
Y, sin embargo, este hombre nacido hace 53 años en una modesta familia cristiana de rito caldeo del pueblo de Tell-Keif (la colina del placer), a un paso de Mosul, es el barquero que ha conducido la nave iraquí desde el atracadero (Ideológico) soviético hasta el más pragmático puerto americano cuando la guerra con Irán había puesto casi de rodillas al régimen de Bagdad. Siempre ha sido declaradamente filooccidental. De hecho, cuando Sadam invadió Kuwait, Tarek Aziz desapareció de la circulación. Reapareció después, acallando así las voces que le daban como acabado, precisamente en la horca. Pagó con un arresto domiciliario su borrachera de americanismo, para volver de nuevo a las alturas del poder tras una autocrítica en justa y debida forma. Desde entonces se ha dedicado, acaso con cierto masoquismo, a estimular la intransigencia de Sadam, su terquedad, su arrogancia y el culto a la personalidad del déspota mesopotámico.
Tarek Aziz y los miembros de la delegación iraquí se dirigieron a Suiza embutidos en los uniformes militares que Sadam Husein ha impuesto a todos los hombres de la nomenklatura iraquí. A Sadam Husein, que se ha autonominado mariscal, pese a que no ha sido soldado ni un solo día (cuando era joven no fue admitido en la academia militar), el uniforme le sienta bien, pero no q un tipo como el de Tarek Aziz. El y sus acompañantes, dos horas antes de aterrizar en Ginebra se revistieron con sus trajes burgueses confeccionados en El Cairo por un sastre de origen triestino (tal vez judío), unos trajes con pantalones demasiado anchos y unas chaquetas que parecían querer separarse del cuello. Vestidos de oscuro, tristes, parecían, Tarek Aziz y los suyos, personajes salidos de la película El padrino III, de Francis Coppola.
Al salir de la suite, que igual que la de Baker (sólo que la de éste tiene 240 metros cuadrados, mientras que la del iraquí sólo tiene 80) da paradójicamente a una villa suntuosa de arquitectura orientalizante, la Embajada de Kuwait, y antes de acercarse a la conferencia de prensa, Tarek Aziz encarga que le compren chocolate (para la mujer) y cigarros cubanos (para él). "SI pierdo esta ocasión, ¿cuando podré comprarlos?", dice sonriendo como un envejecido niño triste que acaba de hacer una travesura. Pero Barzan al Tikriti, aparente embajador en Ginebra (ONU) de Sadam Husein (en realidad el que le procura armas en el mercado negro), de quien es hermanastro, le empuja con rudeza: "Vamos", le dice bruscamente. Durante las 42 horas que pasa en Ginebra, Tarek Aziz ha estado siempre seguido por Barzan, hosco, taciturno, rudo, inculto, comisario político.
Firmeza musulmana
Cuando en 1954 puse por primera vez pie en tierra árabe (en El Cairo), me enseñaron que, si quieres saber si un árabe está compus sui o bien está tenso, preocupado, hay que observar atentamente sus párpados. Si no tiemblan es que el hombre está sosegado, y, en caso contrario, es que está en crisis. La noche del fatal 9 de enero observé bien a Tarek Aziz mientras nos hablaba a los periodistas. Lo escruté con atención y vi que sus párpados no vacilaron, como si estuvieran fortalecidos con la firmeza musulmana, que es fatalista, lo cual es insólito en un cristiano. ¿Pero qué importa ser cristiano en Irak si se ha crecido bajo el signo de la más lúcida violencia?
En 1972 Tarek Aziz alabó la ejecución pública en la horca, ante 100.000 personas, de 16 subversivos (10 de los cuales eran judíos), como "acto realista, pedagógico y revolucionario". En abril de 1980, los shiíes del movimiento Al Daoua trataron de asesinarle durante una reunión en la Universidad de Bagdad. Se salvó tirándose al suelo, pero se vengó propiciando una represión más feroz, si acaso eso es posible, contra los fundamentalistas shiíes fieles a Jomeini.
Pero la noche del 9 de enero, en Ginebra, acabada la conferencia de prensa, Tarek Aziz, revestido con su traje de pésimo corte, con la corbata torcida, con el paso vacilante y las espaldas curvadas, sólo parecía un viejo maestro de escuela malparado por la suerte. Al guardaespaldas que le abría camino le dijo: "SI nos hubiéramos encontrado antes (con Baker) y no tras cinco meses y 12 resoluciones de la ONU, tal vez hubieran ido las cosas por otros derroteros. (...) Los americanos creen que esto es una película. No han entendido nada. Será una guerra larga y sangrienta".
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