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Reportaje:

Cuidado con el gas

Las explosiones de Barcelona muestran los riesgos de la energía por la que apuesta España

El mes pasado fue para todos los españoles uno de los diciembres más fríos de los últimos tiempos. Para los barceloneses, además, ha sido el mes en que le han cogido miedo al gas natural. Tres explosiones, cinco muertos y decenas de vecinos sin casa han convencido a los habitantes de la ciudad olímpica de que con el gas no se juega. Barcelona, pionera en la utilización del gas natural, ha puesto de relieve los riesgos y la falta de prevención ante el consumo masivo del combustible por el que apuestan los planes energéticos de España.

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La experiencia de Barcelona en el consumo de gas natural tendrá una especial relevancia para el conjunto de España, dado que la capital catalana es con mucho la zona más gasificada de la Península. Según fuentes del sector, se estima que a finales del año pasado había en todo el país 1.900.000 abonados, de los que 1.200.000 recibían gas natural, y el resto, gas ciudad (manufacturado). Del total de usuarios del gas, más de 1.100.000 están en Cataluña, 850.000 de ellos en Barcelona y su área metropolitana.El resto de grandes ciudades españolas aún no ha completado el cambio a gas natural o ni siquiera lo ha iniciado. Madrid tiene 110.000 abonados de gas natural y 375.000 de gas ciudad; Valencia está en proceso de cambio; en Sevilla está empezando a entrar, y ya está "a las puertas de BiIbao", según precisan las fuentes citadas. La intención del Gobierno, a través del Plan Enérgetico Nacional (PEN), es potenciar la utilización de este nuevo combustible, que en España constituye sólo el 5% de la energía primaria (en torno al 15% en Cataluña), mientras que la media de la CE es del 20%. Cada vez más españoles tendrán que convivir con el gas.

Con el frío de este invierno, el sistema se ha puesto a prueba, pero el frío en sí mismo no ha sido, ni de lejos, una causa importante en ninguno de los accidentes ocurridos en Barcelona. Los expertos en seguridad no se cansan de repetir que los siniestros son casi siempre el producto final de una serie de pequeñas causas y no la consecuencia directa de un único motivo.

Tres accidentes en 20 días

El primer accidente, ocurrido el 5 de diciembre, echó abajo un sólido edificio de cinco pisos del ensanche barcelonés, dañó sin posibilidad de arreglo a otros dos y causó la muerte de tres personas. La fuga de gas se originó en el domicilio de una anciana que vivía sola. Su cocina había sido precintada en noviembre de 1989, y una revisión anterior había detectado que la goma era defectuosa. Ni la compañía suministradora, Catalana de Gas, ni la Administración responsable, el Departamento de Industria de la Generalitat, han podido explicar si ambas fueron reparadas.

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El juez que investiga el accidente ha inculpado a seis directivos de Catalana -entre ellos el presidente del consejo de administración, Pere Grau- y a dos altos cargos del Departamento de Industria, por posibles negligencias en la inspección.

El segundo siniestro se produjo 12 días después en L'Hospitalet, la segunda ciudad de Cataluña en número de habitantes. Una tubería subterránea de gas y una línea eléctrica se cruzaban a muy poca distancia. Una sobrecarga u otra circunstancia provocó un agujero de 40 centímetros en el tubo de polietileno y el gas se escapó. La fuga fue detectada, pero antes de que se cortara el suministro y se arreglara la, canalización, el gas se filtró en cantidad suficiente en el interior de una peluquería y estalló. Un hombre murió y la ciudadanía se dio cuenta de que en el subsuelo de sus calles hay una maraña de canalizaciones cuyo control deja mucho que desear. El Ayuntamiento de Barcelona ha reconocido que tardará 12 años en disponer de una cartografía exacta del subsuelo de la ciudad.

El tercer accidente, tres días antes de Navidad, acabó de amargar los turrones. Un matrimonio joven parece que se dejó abierto uno de los quemadores de la cocina durante la noche y cuando la mujer prendió una cerilla para preparar el desayuno provocó una explosión que destrozó su vivienda, en el barrio de Vallcarca, y acabó con la vida de una anciana que pasaba por la calle. En esta ocasión, los barceloneses aprendieron que al gas natural, que no huele a nada, se le añade un odorizante denominado tetrahidrotiofeno (THT) para que el olfato pueda detectar las fugas. Aquel día, los bomberos pusieron en duda que el combustible llevase la suficiente cantidad de odorizante, sospecha que la compañía negó rotundamente.

Para la gente de cierta edad, llovía sobre mojado. Porque casi 20 años atrás, en 1972, dos grandes siniestros habían puesto en entredicho las virtudes del gas natural, que en aquellos días empezaba a introducirse en Barcelona. El 2 de marzo, una gran explosión derribó un edificio de 10 pisos en la calle del Capitán Arenas y causó 18 muertes. Siete meses después, otro accidente acabó con tres inmuebles de la calle de Rajolers y murieron 14 personas más. Aunque el origen del primer estallido no se llegó a determinar con precisión, el segundo fue con toda seguridad debido al gas natural.

La fatalidad

Tras las últimas explosiones, los portavoces de Catalana de Gas se han apresurado a subrayar que cada caso es distinto y no se puede ni siquiera atisbar un nexo de unión. El consejero de Industria de la Generalitat, Antoni Subirá, no habló hasta después de la tercera explosión, y lo hizo para subrayar también la diversidad de orígenes de los siniestros -atribuyó los accidentes "a la fatalidad"- y defender la corrección de las actuaciones de la compañía y de la propia Generalitat. Los portavoces de la empresa suministradora, con estadísticas en la mano, insisten en que el gas natural es causa de menos fallecimientos que el gas ciudad (cuya mayor peligrosidad radica en su toxicidad), que el gas butano (mucho más calórico) e incluso que la electricidad.El problema del gas natural es que conjuga características que pueden dar lugar a siniestros de gran potencia como los del mes pasado: no intoxica, pero es mucho más energético que el gas ciudad, y además accede a los hogares por tuberías, un sistema más seguro que el de las bombonas, pero que en. caso de escape puede dar lugar a mayores concentraciones de combustible.

La posibilidad de fuertes explosiones hace que un mal uso del gas no sólo ponga en peligro al consumidor descuidado, sino a todos sus vecinos. Y es ese mayor riesgo social el que caracteriza un combustible que, globlamente considerado, no es más peligroso que los demás. Esta característica fundamental no fue puesta de manifiesto ni por la compañía suministradora ni por la Generalitat durante los tres años (1987-1990) que duró la reconversión de Barcelona del gas ciudad a gas natural, operación que afectó a 310.000 abonados.

Las normas de seguridad distribuidas ni tan siquiera aludían, a la peligrosidad de cualquier combustible y, mucho menos, al hecho, dramáticamente demostrado, que una explosión gas puede derribar, en segundos, el más sólido de los edificios.

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