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Morir por un quiza

Un indeseable atacó a su vecino. Todo el mundo estuvo de acuerdo en aislarle e incapacitarle para hacer daño. Se le rodeó, se le cortaron los víveres. Lo único que había que hacer era esperar, resistir, mostrarse inflexible, paciente. Alrededor del 8 de noviembre, las fuerzas americanas desplegadas en Arabia Saudí eran suficientes para responder a la estrategia de asfixia, una estrategia defensiva de embargo. El nombre de la operación era explícito: Escudo del Desierto. Después de esa fecha se enviaron nuevas tropas americanas para hacer plausible la hipótesis del ataque. Quizá se esperaba intimidar a Sadam Husein; no fue así. En diciembre, por el efecto cuasi mecánico de tal concentración de tropas, la estrategia de asfixia se transformó subrepticiamente en una estrategia ofensiva. Sin ser nombrada, la Espada del Desierto sustituyó al Escudo. Antes de convertirse en Tormenta. El peso de Estados Unidos y la de terminación del presidente Bush fueron suficientes para que, aunque en ningún momento se planteó un cambio de estrategia, las Naciones Unidas dieran su aval. A partir de entonces, y sin que el resto del mundo lo haya realmente elegido, EE UU se preparó para incendiar todo el barrio con el fin de expulsar al indeseable.Pero el bribón no se tomó la amenaza en serio. Los americanos dieron la señal de ataque. Sus aviones invisibles, su armamento high-tech, sus visores láser y demás guerras de las galaxias lanzaron un ataque inaudito, masivo, fulgurante. Durante la primera jornada de guerra el mundo no ha visto ninguna imagen, no ha tenido derecho más que a la, versión propia de la guerra, como un videojuego. La visión de lo que ha quedado de los seres humanos que han recibido sobre sus cabezas varios miles de toneladas de bombas se dejó para después. Es la guerra. Es posible que Irak se hunda rápidamente y que los pueblos árabes se aparten de Sadam como si de un falso profeta se tratará. Ésa también es una apuesta americana, quizá tenga fundamento. Quizá.

También quizá Bush se equivoque, quizá haya que apurar el escenario-catástrofe hasta la última gota, un asalto terrestre, casa por casa, con tripas al aire. Incluso en ese caso, en tanto en cuanto el conflicto sea corto, la Administración estadounidense puede decir que ha impuesto su versión, que ha ganado su apuesta.

Por el contrario, si Sadam Husein consigue implicar a Israel como ha intentado hacerlo a partir de la segunda noche del conflicto, si Israel replica, Oriente Próximo en su conjunto se verá amenazado por un terremoto. En este momento, la guerra probará una vez más que es una vieja dama que tiene su propia lógica. Cuando se le da la palabra se levanta otro telón, las causas directas que han llevado al enfrentamiento tienden a esfumarse, otras resurgen: causas profundas, sociológicas, que ignoran la coyuntura. Las cuestiones de fondo subirán a la superficie: el famoso vínculo entre el conflicto del Golfo y la cuestión palestina; el resentimiento árabe alimentado desde hace más de 40 anos contra EE UU, contra Israel, contra Occidente, pero también la incapacidad de los pueblos árabes para sacudirse el yugo de sus propios regímenes.

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¿Cómo podrían los regímenes de Damasco, El Cairo y Ammán aguantar el choque en esas condiciones? ¿Cómo resistirían los aliados árabes de Estados Unidos -Mubarak, Assad, el rey Hussein- la presión de la calle, de su Ejército? En la hipótesis de un conflicto de larga duración y de una implicación israelí, cobrarán fuerza todas las viejas solidaridades, todos los sentimientos de comunidad. Serán los árabes contra EE UU e Israel, sin el más mínimo matiz.

Lo único que quería Sadam Husein era tragarse Kuwait. Al comienzo no pensaba ni en Palestina ni en la unidad árabe. La estrategia de la ofensiva será la que le permita inclinarse de ese lado, aunque no sea más que a título póstumo.

También resurgirán los absurdos de Occidente. Hoy, quizá pueda todavía decirse que esta guerra es necesaria para liberar Kuwait, castigar la agresión, edificar un nuevo orden internacional fundado en el derecho. Pero si las armas tardan en callarse, las intenciones se modificarán sobre un fondo de imágenes de horror. Se descubrirá que también se hace la guerra a Irak para destruir la espantosa máquina militar que Occidente, Francia y la Unión Soviética han puesto en manos de Irak; para destruir las fábricas de armas químicas de las que los alemanes les han surtido de manera servicial. Lo que es cierto para este país lo es para muchos otros: la lógica que consiste en vender armas a países con regímenes dictatoriales esperando que no se sirvan de ellas para amenazar los intereses occidentales, una lógica que conduce a la guerra. Hoy es a Sadam Husein a quien le toca el papel de malo, como ayer fue a Jomeini. ¿Quién lo será mañana?

Se hace la guerra para abatir un régimen infame aliándose a regímenes no menos infames: Siria, Arabia Saudí.

Se hace la guerra porque Israel y Estados Unidos se niegan a discutir acerca del problema palestino en el marco de una conferencia internacional, esa grave amenaza...

Se hace la guerra porque las sociedades árabes están atascadas a la puerta de la modernidad y este atasco trae consigo frustraciones, dictaduras, guerras regionales, terror.

Se hace la guerra porque no se puede hacer otra cosa.

Es quizá un poco tarde para decir estas cosas, la guerra ha llegado. Sadam Husein es un megalómano cuyo sueño último podía muy bien ser el de librar una batalla definitiva contra un mundo entero coligado y dirigido por Estados Unidos. En la lógica simplista que consiste en oponer la virilidad de George Bush a la suya, será siempre él quien gane, aunque pierda. Los americanos dirán que la destrucción, los millares de víctimas se justifican porque Sadam es (era) un malvado al que había que castigar. Probarán sobre todo y hasta la náusea que el mundo no marchaba bien, que no era posible.

Tras el fracaso de las ideologías se ha hecho como si no hubiera pasado nada, cada uno a lo suyo, dinero, carrera, publicidad, tarjetas de crédito. Nos hemos lavado las manos del resto, hemos renunciado. Se pensaba que nos las arreglaríamos así, dejándonos en el camino a la cohorte de los sobrantes. O quizá no se pensaba. Quizá esté ahí el problema. La guerra es el fracaso de todos. El resultado de la tetanización de nuestro pensamiento.

es periodista libanés.

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