La batalla de los Scud
Los ataques a Tel Aviv ponen otra vez de relieve la dificultad de enfrentarse a los misiles
Los ataques iraquíes con misiles Scud lanzados contra Israel han puesto de manifiesto de nuevo la enorme dificultad técnica de hacer frente a esas armas. El conflicto de las Malvinas en 1982 -donde los misiles franceses Exocet fueron el arma más eficaz contra los buques británicos- y la guerra de las ciudades -que en 1988 supuso la principal amenaza en Irán e Irak- habían sido los ejemplos más recientes. Ahora, ni las lanzaderas móviles de los Scud iraquíes son localizadas ni los misiles son interceptados antes de hacer blanco en Israel.
Los cazas F-15 de EE UU, con el evidente fin de eliminar un ataque iraquí contra Israel y la correspondiente respuesta judía, tuvieron entre sus primeros objetivos las bases de Scud. La docena de lanzaderas fijas -desplegadas al oeste de Irak, cerca de Basora y en Kuwait- habían sido detectadas con precisión por los satélites y su destrucción no fue difícil en las primeras horas de la guerra. Se trataba, además, al parecer, de las únicas capaces de disparar cohetes con carga química.Pero los iraquíes disponían también de unas 40 lanzaderas móviles de Scud cuyo radio de acción ha sido duplicado -sobre el original procedente de la URSS- hasta alcanzar los 650 kilómetros (el modelo Husein). Precisamente la mayor carga de combustible para la propulsión impide introducir componentes químicos, por lo que ese misil sólo lleva en su cabeza de guerra 500 kilos de explosivo convencional con relativa capacidad de destrucción.
Descubrir esas lanzaderas móviles, ocultas bajo puentes de carreteras o en hangares, sólo es posible cuando disparan un misil. Los aviones AWACS (sistema aerotransportado de alerta) detectan entonces en escasos segundos el emplazamiento exacto del sistema, pero éste ha iniciado ya la maniobra de alejamiento de la zona a unos 45 kilómetros por hora hacia un nuevo refugio. Los AWACS, además, descubren inmediatamente el posible objetivo de cada misil lanzado.
Pese a ello, EE UU asegura haber destruido varias lanzaderas móviles localizadas antes de iniciarse la guerra y alguna después de haber disparado hacia Israel o Arabia Saudí.
Ayer, y según informes militares norteamericanos, Irak disponía todavía de un centenar de misiles Husein repartidos entre un número indeterminado de lanzaderas móviles.
Y si difícil resulta la detección de los sistemas, aún más complicado resulta parar el misil una vez que éste emprende el vuelo hacia su objetivo. Hoy, sólo existen dos sistemas: los misiles antimisiles Patriot -de origen estadounidense- y los cañones multitubo con dirección de tiro electrónica. Sólo los fabricantes aseguran que estos medios son eficaces. Las fuerzas de EE UU aseguran haber detenido un misil iraquí lanzado hacia Dahran, pero no detallan con qué medio lo consiguieron o cuántos Patriot tuvieron que disparar.
Un kilómetro de error
Israel, como ha reconocido un coronel de su ejército, dispone de Patriot pero aún no están operativos, por lo que su defensa frente a los Husein sólo está basada hoy en los refugios y en la confianza en la escasa capacidad de esos misiles para alcanzar un blanco muy determinado (tienen un kilómetro de error). Pero si los países atacados por Sadam tienen escasas defensas anti-misil, Irak está todavía mucho más inerme ante los misiles Tomahawk estadounidenses. Su vuelo de crucero -a baja altura, siguiendo las irregularidades del terreno, mientras los Husein tiene una trayectoria balística- los hace indetectables para los radar, y su margen de error es de muy escasos metros.
De otro lado, los pilotos norteamericanos afirman haber destruido las tres fábricas de producción y desarrollo de las tres diferentes versiones de Scud -la última diseñada para atacar blancos a 2.000 kilómetros-, con lo que la capacidad de reponer los misiles disparados es nula.
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