Es evitable
MAÑANA ES el día a partir del cual los miembros de las Naciones Unidas, según la resolución 678 del Consejo de Seguridad, aprobada el 29 de noviembre, quedan autorizados a "emplear todos los medios necesarios" para lograr que Irak se retire de Kuwait y para restablecer "la paz y la seguridad internacionales" en la región. Ante el fracaso de la multitud de gestiones realizadas para buscar una solución pacífica -la última ha sido la del secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar-, aumenta peligrosamente la extrema probabilidad de que en un plazo breve se desencadenen las hostilidades, lo que acarrearía consecuencias impredecibles. Por esto mismo, hoy también es el día para gritar que ésta es una guerra evitable; porque, pese a la cadena de dificultades, pese al profundo pesimismo de los actores y a la injusticia de la situación, no está escrito en ninguna parte la irremediabilidad del conflicto hasta el último segundo, no están agotados todos los recursos de presión, y porque las consecuenclas del estallido abrumarán al mundo entero. La sensatez aconseja reafirmar que esta guerra no debe tener lugar.
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La guerra evitable
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El procedimiento aplicado en el caso iraquí por el Consejo de Seguridad de la ONU -eludiendo el artículo 47 de la Carta y, por tanto, la creación del Comité de Jefes de Estado Mayor- deja de hecho en manos del presidente Bush la decisión de iniciar las hostilidades, como uno de los medios autorizados en la citada resolución del Consejo de Seguridad. Decisión gravísima, que comprometería no sólo a EE UU, sino a otros muchos países, y que sólo sería justificada como último recurso si no existiese ningún otro camino para luchar por el cumplimiento de las resoluciones de la ONU y si hubiera garantías racionales de que los métodos militares pueden conducir a los objetivos marcados por la ONU. Pero cuando se inician las operaciones militares casi nunca es posible saber cuáles serán sus efectos; mucho menos en un contexto fluido y complejo como el de Oriente Próximo y en un estadio de perfección armamentista como el actual.
En el caso de Irak cabe pensar que habría secuelas espeluznantes por la complementariedad de las armas convencionales, biológicas, químicas y hasta nucleares. Además, la entrada eventual de Israel en la guerra -que resultará difícilmente evitable- disolvería la coalición formada hoy con varios Estados árabes; sobre este punto, las advertencias de Damasco, El Cairo y Riad son tajantes. De generarse coyunturas de esta índole, la ONU quedaría en una situación muy comprometida. La defensa de sus principios exige castigar de modo rotundo al agresor, pero evitando métodos susceptibles de causar males irreparables.
¿Está realmente la comunidad internacional ante la disyuntiva de volver al apaciguamiento de los años treinta, que tanto estimuló Hitler, o de ir a una guerra casi inmediata? Tal comparación falsea la situación presente. Lo que ya está haciento la comunidad internacional contra el agresor iraquí es lo más alejado que cabe imaginar de un apaciguamiento.
Falsa analogía hitIeriana
Por primera vez en su historia, la ONU ha decretado un embargo total contra un país culpable de agresión, apoyado por un bloqueo en el que participan fuerzas navales de diversos Estados. Irak está bajo la amenaza directa de una concentración de fuerzas militares multinacionales muy superiores a las suyas.
El apaciguamiento de los años treinta no consistió en no declarar la guerra a Hitler hasta 1939, sino en estimular sus agresiones y en no tomar medidas contra él que le hubiesen maniatado. Hoy, el embargo contra Irak tiene una eficacia significativa, si bien no ha sido suficiente hasta el momento para determinar un cambio en la mentalidad estrecha de Sadam. Pero todos los expertos coinciden en que la plena eficacia de un embargo exige más de cinco meses.
El sentido común aconseja, pues, reforzar al máximo el embargo y el bloqueo, estudiando ulteriores medidas para cerrar las posibles brechas, y asimismo otras decisiones susceptibles de demostrar la inquebrantable voluntad de la ONU de imponer el abandono de Kuwait.
No hay razones finales para la impaciencia ni para precipitaciones, producto del fetichismo de una fecha, la del ultimátum, cuya fijación debe entenderse como elemento de presión sobre Sadam Husein y nunca como instrumento que ate las manos de la comunidad internacional a la asunción de medidas no deseadas por ella misma o inconvenientes. Si esta política, después de un plazo prudencial, no diese resultado, siempre cabría pasar a las medidas de fuerza previstas en la Carta de la ONU, concretamente en sus artículos 43 y 47.
Por otra parte, a pesar de la impresión negativa que Pérez de Cuéllar ha recogido de su visita a Bagdad, aún hay gestiones en marcha (algunas desesperadas) que tienden a buscar posibles soluciones pacíficas, en el marco de las resoluciones de la ONU. Las Naciones Unidas no han dicho que el 15 de enero sea la fecha para comenzar la ofensiva militar. Hace falta proseguir las iniciativas de paz -incluso después de esa fecha- y explorar todas las posibles condiciones que puedan llevar a Sadam a retirarse. En tal espíritu debería reaccionar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas -convocado de urgencia para escuchar el informe de su secretario general, Pérez de Cuéllar- en unos momentos en que algunos países árabes están aún trabajando para encontrar puentes de diálogo y posibles soluciones que permitan evitar el recurso extremo a la violencia armada.
En esta hora límite en que nos hallamos conviene reflexionar una vez más sobre la necesidad apremiante de que las Naciones Unidas adopten una actitud inequívoca a favor de la conferencia internacional sobre Oriente Próximo para resolver, entre otros, el problema palestino. No se trata de ceder ante la presión de Irak en este punto.
Conferencia internacional
La ONU había asumido el problema palestino mucho antes de la agresión iraquí. Pero es cierto que resulta cada vez más insostenible que la comunidad internacional aplique dos raseros radicalmente distintos a dos casos -territorios ocupados por Israel y Kuwait- en los que, por muchas diferencias que haya, se plantea una negativa idéntica a aplicar las resoluciones aprobadas por la ONU.
Una actitud clara de las Naciones Unidas sobre la conferencia internacional es tanto más necesaria en estos momentos cuando cabe pensar que sería una baza, bien para lograr que Husein acepte retirarse de Kuwait, bien para aislarle políticamente ante el mundo árabe.
En realidad, hay que arrebatar a Husein la coartada palestina que enhebró -tardíamente, eso sí, 10 días después de haber perpetrado la anexión de Kuwait- y despejar cualquier duda que pueda albergarse sobre la voluntad de la alianza internacional de cumplir todas las resoluciones de la ONU sobre la región. Mientras no haya una posición neta de la ONU a favor de la conferencia, los pueblos, especialmente los árabes, tendrán la sensación de que no se han hecho todos los esfuerzos posibles para llegar a una solución sin guerra. A los Gobiernos europeos que, como el español, defienden la necesidad de la conferencia corresponde hacer comprender a EE UU que su negativa en ese terreno puede tener consecuencias gravísimas.
La guerra provoca el repudio masivo de todos los ciudadanos, como lo han puesto de relieve las manifestaciones de los últimos días y las convocatorias de los próximos. En el momento actual existen fortísimas razones para pensar que su estallido se acerca. El principal culpable, Sadam Husein, reitera públicamente su voluntad intransigente de permanecer en Kuwait. En unas horas cargadas de amenazas, los Gobiernos implicados deben hacer aún, hasta el último instante, un ejercicio de paciencia en aras de una solución que evite la guerra. Aunque el fanatismo no sea un asunto de la razón, sino de la sinrazón.
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