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El fin de un sueño de periodistas

La Redacción de 'Le Monde' achaca a sus propias divisiones la elección de un economista como director

Publicar cada día un periódico es una tarea complicada. Hacerlo durante todo un año con una Redacción dividida al menos en cuatro clanes, cuyos jefes luchan a brazo partido por la dirección, es un milagro, y Le Monde lo ha hecho durante todo 1990. Al final, hastiados de sus propias querellas intestinas, los 170 redactores de la sede central del diario han acogido con resignación el hecho de que un economista tome las riendas.

Desde hace unos meses, Le Monde está instalado en un flamante edificio de la Rue Falguière, una callecita situada a espaldas de la torre Montparnasse. El ambiente ayer en ese edificio, que todavía huele a moqueta recién estrenada, era febril. Pero no a causa de la aceptación por la Redacción del profesor de economía y auditor de cuentas Jacques Lesourne como futuro director. La crisis del Golfo obsesionaba a los profesionales del diario fundado en 1944 por Hubert Beuve-Mery."Si Le Monde va a ser dirigido por alguien que no es periodista, es únicamente por nuestra culpa", dijo un redactor de internacional. "Lo extraordinario", añadió, "es que los directores anteriores hubieran podido salir del seno de la propia Redacción. Una redacción es una jaula de grillos, y si le pides que designe ella misma su próximo director se convierte en una selva".

La amargura de ese comentario traducía el sentimiento de derrota colectiva de todos los profesionales de la información del periódico. Le Monde se enorgullecía de ser el único gran diario mundial cuyos redactores designaban como patrón a uno de los suyos. Desde el pasado martes, ese mito se ha roto en pedazos. Los llamados accionistas exteriores, hartos de las continuas votaciones en la Redacción, propusieron el nombre de Lesourne. Por consejo del propio André Fontaine, el actual director, los periodistas lo aprobaron.

Crisis de sucesión

La mayoría de los frustrados aspirantes al sillón de Beuve-Mery han aceptado con mayor o menor entusiasmo la elección de Lesourne. El martes, el redactor-jefe, Jean Marie Colombani, pidió a sus partidarios el voto favorable al economista. En cambio, Daniel Vernet, el delfin de Fontaine, el hombre que en dos ocasiones estuvo a punto de conseguir la mayoría, fue más reticente a la candidatura de Lesourne. A Vernet le han dolido las prisas de los accionistas exteriores para resolver la crisis de sucesión. En su opinión, la Redacción del diario trabajó a fondo durante todo 1990 y las ventas, unos 380.000 ejemplares, no dejaron de aumentar en ese periodo. En cuanto a otro de los aspirantes, Bruno Frappat, no desespera de lograr un buen puesto al lado del nuevo director."Los periodistas creíamos tener el poder en esta casa y desde hace ya muchos años eso era una completa ilusión", afirma un antiguo presidente de la Sociedad de Redactores. "Lo que acaba de ocurrir es el fin de un sueño: el de un periódico de periodistas, ajeno a las leyes del capital y gobernando su propio destino por procedimientos democráticos".

En realidad, nunca fue la Sociedad de Redactores la que designó en exclusiva el nombre del director. Esa decisión le compitió siempre, y le sigue compitiendo, a la asamblea general de la sociedad editora, en la que, junto a los redactores, participan los accionistas exteriores. La mayoría requerida en esa asamblea general es del 75% de las partes del capital; la Sociedad de Redactores dispone de algo más del 32%, suficiente para bloquear una decisión, pero no para imponerla.

La intervención de Fontaine a favor de Lesourne fue decisiva. Para el todavía director del periódico, el principal mérito de Lesourne es que se trata de un hombre "completamente ajeno al espíritu de clan". El "espíritu de clan", dice Fontaine, ha desgarrado la Redacción del periódico y le ha llevado a la derrota. Los periodistas así lo han entendido y casi todos decían ayer que podría haber sido peor". Lesourne está considerado un trabajador infatigable y honesto. Su espíritu independiente y ecléctico, su cultura y su modestia tranquilizan a los redactores.

A nadie se le oculta en la Rue Falguière que Lesourne es ante todo un gestor que llega al periódico "para poner orden en las cuentas". Lesourne realizó la última auditoría de Le Monde, cuya situación económica es, pese al aumento de lectores, muy grave. El déficit del diario en 1990 alcanzó los 40 millones de francos (800 millones de pesetas) y su endeudamiento osciló entre los 300 y 400 millones de francos. Los ingresos de publicidad para este año disminuirán con mucha probabilidad, mientras la imprenta del diario está embargada por el Sindicato del Libro.

Lesourne se ha comprometido a no estar más de cinco años en la dirección y a mantener el derecho de veto de la Redacción en las grandes decisiones. El se presenta como un director de transición, el hombre que va a resolver los problemas económicos permitirá a la Redacción cicatrizar sus heridas para que intente de nuevo encontrar un director en su seno.

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