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Tribuna
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Madrid es Barajas

Juan Cruz

Para los que veníamos de fuera, Madrid era Barajas. Al principio Barajas era un aeropuerto disminuido, una ciudad humilde a la que llegaban extranjeros y españoles que se sentían extranjeros. La aduana, para los que venían de Canarias, por ejemplo, no era un lugar de paso, sino una amenaza, y aún hoy, cuando parece que se ha abierto la mano de la Guardia Civil, esa frontera sigue siendo la frontera de la sospecha. Luego abren las maletas y se encuentran que entre los calcetines uno se lleva de vuelta los walkman que compró en los decomisos de la Puerta del Sol.Barajas era una metáfora de Madrid, con sus bajos fondos y su lotería. En los bajos fondos vivían -y viven- los taxistas desaprensivos que buscan en el rostro del viajero la víctima que puede pagar 5.000 pesetas por un viaje a la Gran Vía. Actúan con una ley infalible: lo que quiere el transeúnte es llegar cuanto antes, y cómo llegar, después de un viaje en avión, que parece imposible, es capaz de pagar cualquier cantidad por la última parte del desplazamiento. Antes los desaprensivos hacían ese servicio inhumano a bordo de coches negros, pero ahora se disfrazan de todos los colores y surgen como hongos cuando uno llega, de modo que nadie los descubre porque se dirigen sólo a la víctima, levantando levemente las cejas y susurrando la palabra taxi.

Un inmenso merendero

Barajas era también la expresión de entonces. En aquel tiempo no venían con cajas sólo los que procedían de Mallorca y traían ensaimadas en sus recipientes circulares. La gente venía a probar fortuna, o al médico, y aún no había comprado maletas, de modo que traía sus cosas en cualquier envoltorio. Así que Barajas tenía el aspecto de un inmenso merendero popular al que a veces se acercaban extranjeros, directores generales y los ejecutivos. Ahora surgen de la cinta transportadora maletas sólidas y de todos los colores, como si el país fuera otro, y han cambiado tanto las cosas que cuando se extravían las maletas también se pierden las de los directores generales.

Ahora quieren agrandar Barajas y convertirla en una ciudad aeroportuaria. Antes, llegar a España era cambiar de ruido. En Heathrow, el aeropuerto de Londres, por ejemplo, el ruido era enmoquetado y difuso, como en Orly, el aeropuerto parisiense, donde el sonido era multinacional y espeso, pero amortiguado. Sin embargo, Barajas era -y es- un ruido sólido y español, al que le falta, para ser verdaderamente el ruido de Madrid, el sonido leve de las cáscaras de gambas cayendo junto a la barra del bar. Barajas es un ruido inconfundible, y no se debe sólo al sonido habitual del español que viaja o que reside: debe haber una acústica madrileña que domina todas las cosas y que se desplaza de manera constante por la avenida de América, o por la nueva M-40, y se instala cada día en el aeropuerto para que Barajas no deje de ser Madrid.

Amar y despedirme

Ya en los aeropuertos europeos no se despide y se recibe multitudinariamente a la gente: se viaja mucho, de modo que es una rutina irse y volver, y nadie presta demasiada atención al ejercicio de ambas voluntades. En España, en cambio, seguimos siendo solemnes en este rito de la ¡da y de la vuelta, como si hubiera dentro de los españoles la constancia de la vida que tenía Neruda: "Mi destino es amar y despedirme".

Aunque ahora los españoles viajan más, y viajan de otra forma, irse o volver sigue embadurnándose del aire de la aventura, y por eso la gente va tanto a Barajas. Los ves ahí, esperando horas a que llegue el vuelo charter, y da la impresión de que el bienvenido regresa de un peligroso viaje antártico, cuando en realidad vuelve sencillamente de Fuengirola.

Barajas es Madrid y es en buena medida la España que queda, vociferante y abigarrada, una mezcla de ejecutivos rampantes y de españoles lentos que vienen a Madrid a ver al médico o a ver a su hijo que también es médico. Antes Barajas era también el centro de atención de los que consideraban un milagro que los aviones volasen, pero ahora ese espectáculo lo dan por televisión.

Barajas era una distracción de Madrid. Ahora quieren que Barajas sea Barajas propiamente dicha. Y acaso querrán quitarle el ruido que Madrid le dio a Barajas, esos bares difusos. e incómodos, los taxistas malhumorados y excéntricos, la lotería por los pasillos, el overbooking, que es también una forma de ser de la ciudad de Madrid.

Suponemos que los madrileños van a impedir que les segreguen del aeropuerto de Barajas, porque cuando uno llegue por ahí y no oiga ese ruido tendrá la impresión de haber, llegado a cualquier parte.

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