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El diablo y Margaret te

La lucha incierta (que a veces parecía más bien lucha libre) en que se trataba san Antonio con el diablo de día, por la noche era el conjuro de las visiones más obscenas. Sin duda, san Antonio hubiera hecho trizas la televisión, roto la radio y condenado al cine como la máxima manifestación del mal. Pero es san Atanasio (¿recuerdan a Atanasio, el egipcio, inventor del anatema y el hombre que para batir a los arrianos decretó que el Hijo era diferente pero igual al Padre?) quien ofrece una versión moderna de las manipulaciones satánicas, al decir: "Los que se creen igual a Dios serán aplastados por el adolescente". Lo que incluiría como armas teológicas a los zapatos de tenis, los vaqueros de fabricación Levy-Strauss y el rock rabioso. Atanasio, exiliado eminente, no sólo escribió su sermón Contra el diablo, sino que combatió a los neumatomaquios, quienes quiera que fueren. Más acá de Atanasio, las manifestaciones diabólicas se han explicado como fenómenos de poltergeist. A esta exégesis debemos las películas de este nombre y la serie satánica de Damián y, los demonios deferentes.Pero hay manifestaciones del diablo menos metafísicas. Es decir, más políticos y, por tanto, contemporáneas. Los teólogos y los padres de la Iglesia están de acuerdo, sin embargo, en que el mal que hizo caer al ángel fue el orgullo extremo, la soberbia. Una duda teológica: ¿cómo dio Dios su poder al diablo? Usualmente por medio de elecciones. Pero a veces el diablo toma el poder por un golpe de Estado o un combate intestino. O una combinación de ambos métodos, como ocurrió en Rusia. El diablo está en todas partes, inclusive en las urnas, griegas o no. El demonio es ubicuo (un dictador de Guatemala se llamaba con presciencia Ubico y recorría sus dominios en motocicleta para pasar de Ubico a Ubicuo), omnipotente y dificil de distinguir de Dios.

¿Cómo destronar al diablo? Santo Tomás, que es como san Agustín, tal vez el mayor intelectual de la Iglesia, declara imposible de abolir la influencia del mal en el ser humano, porque si se viera obligado para acabar con todo lo que hace el mal Dios tendría que destruir casi todo lo creado. Hay, sin embargo, una manera más efectiva y menos costosa: convocar a elecciones. Pero, ¿cómo distinguir al diablo, que ya no lleva cuernos, ni cola, ni tridente, ni viste vistosa capa roja? La televisión puede servir para animar al creyente. ¡Al diablo entonces con El Bosco y su cruda imaginería flamenca! Así nadie lo confundirá con san Juan Bosco.

Una manifestación inglesa del diablo se llamó Alesteir Crowley. Escocés nada escueto, Crowley era oficiante de la Aurora Dorada, orden a la que perteneció también el reaccionario poeta irlandés William Yeats. Ambos eran lectores asiduos del texto apócrifo Los protocolos de los sabios de Sión, que no es más que un increíble (nadie lo puede creer) tratado antisemita. Crowley fue más popular que Jesús, antes de John Lennon en Inalaterra (pero sólo por un tiempo) y llegó a creerse que era no el diabolista que todos conocían, sino el diablo que todos temían. Se hizo llamar la bestia 666, tal vez porque coincidió con la puesta en venta de Salvarsán o Fórmula 606, según el doctor Ehrlich (Crowley era si sifilítico). Era, manifestaba, el anticristo en persona. Brulo v amante de brujas, bisexual, bifronte como un Jano de enero, bicórnico y comunicante con el más allá satánico; fue también amante de mujeres magníficas que se convirtieron en sacerdotisas del mal. Una de ellas fue la mujer escarlata que "montó la bestia", literalmente.

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Sic transit gloria inmundi, Crowley terminó como un morfinómano más que trató desesperadamente de "zafarse el mono" (metamorfosis favorita del diablo), y murió desconocido en 1947. Su peor epitafio aparece en el París de Hemingway de La fiesta movible. Por entonces era un "hombre demacrado que llevaba una capa". Ford Madox Ford estaba en la misma mesa con Hemingway bebiendo fins à l'eau cuando cruzó Crowley. Ford le dio un corte a Crowley y explicó por qué: "Era Belloc". Ford o Hemingway querían decir Hilaire Belloc, escritor católico y parlamentario liberal inglés. Como pasó frente a Ford (y a Hemingway, que lo contó) el fantasma de Crowley así pasan las infamias de este mundo.

Pero suelen volver. El, mundo no sería tan divertido si el diablo dejara de ser diablo. Los políticos no podrían coricertar sus alianzas. Sobre todo si, como siempre, el diablo está en la oposición; el diablo suele ser oportunista y amigo de hacer pactos. Así lo vio Goethe: "El poder a que sirve el diablo desea hacer siempre el mal y, sin embargo, hace siempre el bien". Muchos son capaces de repetir con Nietzsche que Dios ha muerto, pero nadie dice nada del diablo. El último alemán que tuvo un encuentro con el diablo no fue Hitler, que era de veras el anticristo, sino Lutero, que era cristiano. Fue Lutero quien dio carta de identidad a Fausto (que no era más que un mago de salón y un charlatán), pero también al diablo. Intruso en su estudio, Lutero le arrojó un frasco de tinta fresca a Mefistófeles, que no es más que el secretario privado del di

Lutero cuenta, sin humor, que dio en el blanco con tinta negra. Sir Keith Joseph fue por un

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Guillermo Cabrera Infante es escritor.

El diabló y Margaret te

Viene de la página anteriortiempo la eminencia gris de Margaret Thatcher. El título le venía bien. Era un hombre gris de pelo gris, de traje gris; gris que te quiero gris. Le conocí en un cóctel inútil, como todos los cócteles, y aún hoy no podría decir qué hacía yo allí. El anfitrión me presentó al futuro sir Keith y éste, al saber que era cubano, me hizo una sola pregunta: "Dígame, ¿hay libertad de expresión en Cuba?". Casi no pude responder. ¿Cómo era que este hombre, ideólogo del Partido Conservador, no sabía que en Cuba gobernaba un régimen totalitario, y lo que caracteriza a todo sistema totalitario es la total falta de libertad? Me alarmó que una eminencia gris pudiera ser tan eminente ignorante. Pero en todas partes he encontrado políticos obtusos, que no conocen otra realidad que la curul en que se sientan, y sus nalgas son el asiento de todo pensamiento político. El ideólogo gris no era el diablo, sino un advocatus diaboli. En la lengua de la Iglesia el abogado del diablo se llama también promotor fidei.

Una verdadera eminencia negra, según se dice, ha sido la sola causa de la caída de Margaret Thatcher, la más estrepitosa ruina de un inglés en el poder de que se tiene memoria. Esa eminencia era desconocida en Inglaterra hasta que fue el piloto de la primera ministra en su último vuelo entre votos. Terminó en barrena junto a su pareja. Se llama ese ángel caído Bernard Inghams, y era secretario de prensa de Mrs. Thatcher. Se trata de un viejo periodista del Guardian, periódico de izquierda independiente, y hasta de diarios laboristas, que ha acompañado a la Thatcher en sus tes privados desde los primeros días de su gobierno. Su biografía tiene la fascinación del mal. Nunca fue una dama por un villano peor servida.

Según Cioran, en los Estados totalitarios todos los ángeles de la víspera se vuelven policías. Pero en una democracia, cuando la policía deja de ser política, los políticos pueden ser los agentes de la opinión pública. Tal es el caso de sir Geofrey Howe, el más manso cordero, según la élite, detrás del poder de la Thatcher, convertido en el Parlamento en un ángel vengador que, con voz suave y ademán culto, abrió la herida por la que entrarían los agentes transmisores de la oposición dentro del partido, verdaderos microbios oportunistas. Eso se llama en política un golpe de Estado, pero fue más una revolución en el Parlamento y la Thatcher cayó, dice Dante, como caen los cadáveres políticos.

Margaret Thatcher, elegida democráticamente sin duda, y más de una vez, estuvo instalada en el poder demasiado tiempo, y llegó a cultivar el rumor, la insidia y la calumnia, no para hacer daño a la oposición laborista, ni siquiera a su propio partido, si no a su Gabinete. Ella, con Inghams susurrándole odio al oído, era adepta a los apodos más vulgares y a las tretas más sucias. Una frase favorita para un decadente casi caído era: "¿Le vamos a retirar nuestro amor?". El refrán amatorio, dicho con una falsa inocencia obscena, era una dádiva que quería ser limosna. Al final era una mujer sin piedad ni compasión, una mariposa de hierro sin color ni dolor. Era atroz.

Los comentaristas ingleses aseguran que más que Howe o Heseltine, haches como hachas, fue Inghams quien perdió a Margaret Thatcher, que no cayó por sus últimos pecados, sino por sus ausentes virtudes primeras. Inghams estuvo allí siempre. La prensa inglesa lo llamó el "mal unívoco", frase que agradaría a san Atanasio. Se habló entonces del diablo mismo, el maligno, el enemigo malo. Pero si uno mira a la cara, por fin visible, de Bernard Inghams (los ojos de ave de presa, la mirada esqui nada y la boca cerrada a todo secreto que divulgará a su conveniencia) no se parece al diablo ni a ninguno de sus agentes. Se parece a alguien que pacta con el príncipe de las tinieblas. Es, de veras, Thomas Mitchell en Alias Nick Beal. En esta cinta maestra de 1949, Mitchell, un político frustrado, firma un pacto con el diablo, y lo que comienza como una intriga policial menor se convierte en un misterio medieval en pleno siglo XX. Ésta es una alegoría que debieran ver todos los políticos. O por lo menos que debió ver a tiempo en su sala de proyección privada Margaret Thatcher, Orden al Mérito.

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