El poder de las ideas
Hace algo más de 50 años un gran economista nos advertía del poder de las ideas, y nos decía que tiende a infravalorarse, cuando en la realidad tiene más trascendencia que los poderes considerados como fácticos de forma convencional. Un discurso determinado se va imponiendo si las ideas se exponen, y se repiten, por personas e instituciones con suficiente credibilidad, y se consolida cuando se consigue que la controversia se limite a aspectos menores dentro del mismo, negando validez a cualquier otra alternativa.Me parece advertir que algo de esto sucede en nuestro país respecto al juicio sobre la situación económica y las posibles líneas de actuación. Hace aproximadamente un año publiqué en estas páginas (23 de diciembre de 1989) un artículo que destacaba las limitaciones de utilizar, casi en exclusiva, la palanca financiera. Permítaseme que me confirme y actualice la reflexión de hace un año.
La posición oficial
El proceso de construcción europea y la necesidad de reducir la tasa de inflación son los ejes que articulan lo que calificó, sin ningún ánimo peyorativo, como la posición oficial. Hay que hacer frente al reto europeo; los nacionalismos en economía no tienen sentido ante una Europa cuya integración se acelera; España debe prepararse para esa integración alineándose con el núcleo duro o central (léase -y cada vez de forma más rotunda- Alemania), y como la característica esencial de ese núcleo se considera que es, sobre todo, un nivel reducido de inflación, éste debe ser el objetivo prioritario.
A partir de estas ideas básicas, y teniendo en cuenta el desequilibrio de la balanza por cuenta corriente, es preciso contar con altos tipos de interés que favorezcan la entrada de capitales para compensarlo, y que fortalezcan la peseta para abaratar importaciones. La competitividad no debe esperar alivio de una baja de la peseta; antes al contrario, nuestra moneda ha ganado posiciones en los últimos años. El esquema necesita mantener tipos de interés más altos que los países de nuestro entorno; por tanto, la competitividad depende, en gran medida, de la contención salarial.
Cuando se advierte que el tipo de cambio está alto y que el ajuste recae sobre las actividades exportadoras (turismo incluido, naturalmente), la respuesta es clara y contundente: la cotización de la peseta responde a la realidad del mercado; estamos sujetos a la disciplina del SME, y además, una baja de nuestra moneda se trasladaría, de forma inmediata, a los precios, agravándose el problema de la inflación.
En el frente de la inflación existen, sin embargo, algunas complicaciones. La inflación no remite -se nos dice- porque los empresarios quieren ganar mucho, y las organizaciones sindicales presionan por mejores salarios. Si no fuera por ese comportamiento de los agentes económicos, los objetivos que se persiguen serían más factibles. Por último, no todo puede descansar sobre la política monetaria, cada vez menos autónoma: es preciso una mayor colaboración de la política fiscal.
Los aspectos citados, aunque expuestos de forma telegráfica, sintetizan, en mi opinión, la argumentación básica de nuestras autoridades económicas.
Somos parte de Europa, que constituye un espacio económico privilegiado no sólo por el nivel de renta sino por el grado de cohesión social. Nuestro objetivo debe ser, pues, la plena integración. ¿Significa esto que los nacionalismos económicos no están vigentes? En absoluto. Están muy vivos, y con independencia del juicio que cada uno tenga al respecto, se trata de una realidad cuyas aristas sólo irá limando el paso del tiempo. Natura non facit saltum.
¿La referencia de España deben ser los países más avanzados de Europa? Por supuesto. ¿Cuáles son las características de ese núcleo duro? ¿La baja inflación? Sí, pero no sólo eso. Alemania tiene un tejido industrial potente, empresarios que invierten a largo plazo y son capaces de articular proyectos industriales que soportan con éxito la competencia internacional, un marco de valores que favorece el esfuerzo y la responsabilidad social y laboral, infraestructuras adecuadas y una Administración eficiente. Su bajo nivel de inflación es el resultado de esas características y de una voluntad de mantenerlas por propia convicción y como consecuencia de una experiencia histórica traumática. ¿Queremos alinearnos con el núcleo duro? El camino está claro; es preciso actuar corrigiendo nuestras carencias en los aspectos enunciados de economía real y la superación de las mismas se consigue con decisión, dedicación, gestión... y tiempo.
La palanca financiera
Lo que se está intentando en nuestro país es el acercamiento en los resultados finales: baja inflación y moneda fuerte, mediante la utilización de la palanca financiera, cargando el peso del ajuste sobre el aparato productivo que ha de soportar un mayor progreso en la elevación de sus costes interiores, y cargas financieras más altas. Si no contamos con empresas de dimensión y eficacia similar y, además, las ponemos en condiciones menos favorables que sus competidores, los resultados no tardarán en manifestarse.
Nuestra moneda es fuerte, no porque tengamos una economía potente que la respalde; lo es, y se manifiesta en los mercados, porque estamos vendiendo activos al exterior, tenemos un diferencial amplio en los tipos de interés y una cierta garantía institucional en cuanto al tipo de cambio. Dudo que ningún Estado europeo hubiera sido tan permisivo al respecto.
¿Una baja de la peseta, se manifestaría de forma inmediata en los precios? Naturalmente. Pero lo que estamos haciendo no es luchar contra las causas de la inflación, sino represándola con una paridad que no está sostenida por la pujanza de la economía real. La inflación subyacente está enquistada sobre todo en el sector servicios, asociada a las rigideces que impiden el libre juego de la competencia, y la mayor parte de las actividades del sector no están sujetas a la competencia internacional.
¿La política monetaria actúa en soledad? Evidentemente. Pero no tiene por qué responder a un error de concepción, sino que es consecuencia de las posibilidades realmente operativas. La palanca financiera se utiliza en exceso por que, de hecho, es el único mecanismo que funciona. Nuestro sistema fiscal y, sobre todo, su gestión, no permite albergar muchas esperan zas de colaboración. Es innecesariamente complejo, el fraude mas¡vo está instalado en sus principales figuras, y la gestión se guía más por los golpes de efecto que por la realización de una labor oscura, constante y profesional. ¿Las empresas y los trabajadores quieren mejorar su situación? Afortunadamente. La obligación de las empresas es obtener la mayor rentabilidad posible, y la de los trabajadores presionar para mejorar su remuneración. La cuestión no reside en las actitudes egoístas, sino en que sus aspiraciones las consigan en mercados suficientemente flexibles y competitivos, y se intente, por todos los medios, conseguir pactos y colaboración entre los agentes económicos.
El marco macroeconómico actual ofrece como resultado el que vivamos por encima de nuestras posibilidades. Intuitivamente, cualquier viajero español aprecia esta realidad..., los extranjeros que nos visitan, también. Como no se puede vivir permanentemente por encima de nuestras posibilidades, ese marco, a mi juicio, es insostenible a medio plazo.
En los últimos años, el PIB español ha crecido, y el paro se ha reducido, pero con una demanda interna desbordada, cuyo exceso se ha financiado con la venta de activos nacionales. Cuando se ha hecho neesario reconducir esa demanda a niveles más realistas, se empieza a apreciar la situación real de competitividad de nuestro aparato productivo.
Vigencia limitada
El marco actual tiene una vigencia temporal limitada, y habrá que modificarlo, bien cuando los compradores foráneos de activos nacionales desconfíen de nuestros desequilibrios, bien cuando la presión sobre el aparato productivo se traduzca en pérdidas empresariales generalizadas y un aumento rápido del paro. Hasta ahora hemos recogido la parte positiva del esquema.
Por estos motivos, los ejercicios académicos que extrapolan el ritmo creciente de crecimiento y ponen fecha a nuestra igualación con los niveles de renta europeos hay que mirarlos con escepticismo, porque consideran como tendencias sostenidas lo que, en buena medida, corresponde a circunstancias concretas. España ha crecido más rápidamente en la fase alcista del ciclo, y sufrirá más intensamente la depresiva. No debemos olvidar que la posición relativa del PIB por persona en España respecto a los países de la CEE se encuentra en la actualidad al mismo nivel de 1971, y significativamente por debajo del de 1975.
La única vía posible de acercarnos a los países más avanzados es volcarnos sobre los aspectos microeconóm1cos que están en la base de las diferencias, y poner el acento en la gestión y en la ordenación de nuestro marco interno. Poner el énfasis en la resolución de nuestras carencias exige planteamientos modestos, no rinde dividendos a corto plazo y no resulta elegante. Por eso ni se está haciendo, ni es previsible que se haga. Es mucho más lucido concentrar el discurso económico en la esfera internacional, y preocuparnos, en general, de lo que está fuera de nuestro ámbito de actuación real.
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