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Tribuna:EL CAMPO ANTE LA INTEGRACIÓN EUROPEA
Tribuna
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La fábrica agrícola

Desde hace algunas décadas la ganadería Intensiva ha introducido en las granjas criterios de organización del trabajo que habían sido privativos de la industria. La granja ha comenzado a asemejarse a una cadena de producción y la automatización de procesos se ha ido introduciendo de modo creciente.Estos cambios en la producción han propiciado la incorporación de las más depuradas técnicas de gestión del mundo empresarial y con ellas, en la actualidad, el uso creciente de aplicaciones informáticas. Tras la ganadería está llegando la hora de la agricultura intensiva (o muy intensiva), que tiene su expresión más evidente en la horticultura, a la que se referirá este artículo.

Nuevo paisaje

Los invernaderos supusieron un salto importante en la artificialización del clima, de tal manera que no tan sólo podía limitarse el riesgo climático, sino que a la vez se acortaban los ciclos productivos. Con ellos comenzó a hablarse de cultivos forzados. Hoy las modernas técnicas de riego mediante automatizados sistemas de fertirrigación localizada y los llamados cultivos hidropónicos o -con más propiedad- cultivos sin suelo nos sitúan en un paisaje agrícola que hasta hace bien pocos años habría sido considerado de ciencia- ficción. A este complejo tecnológico debe añadirse el propio material vegetal de calidad, caracterizado por la salud de los plantones, la resistencia a enfermedades, la adaptación a los procesos de mecanización y la elevada productividad. Estas plantas han sido seleccionadas mediante la aplicación de las modernas biotecnologías.

La tecnología ha hecho su entrada en la explotación hortícola moderna, los diversos factores ambientales son analizados y manipulados para lograr los óptimos productivos. La temperatura, la humedad ambiental, los requerimientos de agua de riego para cada estado fisiológico de la planta y los nutrientes a incorporar al agua de riego son planificados de antemano con la precisión de un proceso fabril complejo. Sensores con múltiples finalidades y automatismos diversos coexisten con el material vegetal vivo. Ciertamente, una explotación agrícola intensiva tiende a parecerse cada vez más a una fábrica.

El clima mediterráneo otorga una clara ventaja a los cultivos hortícolas de las zonas de regadío del sur de Europa respecto a sus competidores centroeuropeos. Las temperaturas templadas y la abundante energía solar permiten a menor coste colocar productos en el mercado en épocas especialmente favorables (productos tempranos, sobre todo) y, sin apenas aportaciones adicionales de energía, pueden lograrse ciclos más cortos de producción, multiplicando las rotaciones de los cultivos por unidad de tiempo.

El factor tecnológico

No obstante, más allá de otros condicionantes estructurales y naturales (tamaño de las explotaciones, orografía, etcétera), a menudo se olvida el factor tecnológico como elemento actualmente decisivo de la competitividad.

Tras este olvido se esconden no pocas perplejidades ante la presencia, creciente hoy por hoy en nuestros mercados, de productos hortícolas procedentes de países con desventaja climática pero avanzada tecnología. De ahí que la incorporación de la más moderna tecnología a nuestras explotaciones no es tan sólo una opción, sino que se transforma en exigencia ante un mercado cada vez más competitivo.

Sin embargo, este proceso de industrialización de la agricultura no se produce con la facilidad que ingenuamente podríamos otorgar al bien del progreso tecnológico. La producción se ve notablemente incrementada, pero las inversiones precisas para la puesta en marcha de modernas explotaciones intensivas son elevadas, tanto en lo que se refiere a las instalaciones y equipos como en lo relativo al material vegetal. A su vez, y gracias a las modernas técnicas, disminuyen los riesgos, tanto procedentes de la climatología como de patologías diversas, pero aumentan los riesgos técnicos de un manejo indebido o inexperto de la explotación.

En otras palabras, los requerimientos financieros son importantes y la formación y asesoramiento técnico imprescindibles. Por eso, la transformación de la agricultura intensiva quizá no se produzca de la mano de los actuales protagonistas, sino a partir de capitales de fuera del sector agrícola, ya sea de nuestro país o procedentes de empresas agroalimentarias multinacionales. Si ello fuera así, y razones tenemos para pensar que en parte pueda serlo, otra vez el campesino de siempre perdería la ocasión de beneficiarse de las vacas gordas que de alguna manera pueda ofrecerle la tecnología.

Al mismo tiempo, los requerimientos tecnológicos de la agricultura no pueden hacer pasar por alto las condiciones naturales específicas de cada aplicación concreta. Es absurdo, por ejemplo, trasladar al Mediterráneo los invernaderos nacidos en otras latitudes.

Las explotaciones de aquí precisan estructuras más ligeras, que además de adaptarse mejor a la finalidad encomendada tienen un coste significativamente menor. Nos encontramos, pues, ante un reto que requiere respuestas que no pueden surgir de la incorporación mimética de soluciones foráneas: es preciso un trabajo propio de investigación y desarrollo tecnológico.

El acercamiento de la agricultura intensiva a sistemas de producción semejantes a la industria es sólo una de las caras de un único proceso de lo que podríamos llamar, tomándonos muchas licencias, empresarialización agrícola. Tras este proceso, la empresa agrícola abandona las comillas y se incorpora sin matices especiales al mundo empresarial propio del sector secundario y terciario.

En esta dirección, otra serie de factores situados más allá de la estricta producción agrícola pasan a ocupar un papel relevante en la obtención de los resultados económicos y, por tanto, en la competitividad de las explotaciones. Nos referimos especialmente a tres temas: la gestión empresarial, la manipulación poscosecha y la comercialización.

Hoy es impensable una empresa que pretenda optimizar sus recursos sin un adecuado sistema de gestión económica. Así, por ejemplo, la información rigurosa sobre costes de los productos y las líneas de producción, segmentados por fases del ciclo productivo, es imprescindible para una adecuada toma de decisiones en un sector que admite con cierta flexibilidad las modificaciones en la producción. Sin duda, estas exigencias de gestión sólo pueden ser cubiertas adecuadamente mediante la informatización.

En segundo lugar, la explotación hortícola, a pesar de ser suministradora de productos en fresco, es cada vez menos el punto final de la producción, ya que ésta se prolonga en las llamadas industrias agrícolas de poscosecha, que desarrollan los procesos de conservación, envasado, etcétera.

A estos manipulados se han añadido recientemente procesos de preparación del producto para su fácil consumo (pelado, troceado, etcétera): es la llamada IV gama. Las tendencias del consumo se han modificado y las exigencias de calidad pasan en buena parte por esta prolongación del proceso de producción (poscosecha), segmento en que se logran los mayores incrementos de beneficio, dado que el mayor coste es sobradamente absorbido por unas mejores cotizaciones -vía calidad- del producto.

Actividad comercial

Por fin, no decimos nada novedoso al afirmar que la actividad comercial juega un decisivo papel en el logro de óptimos resultados económicos. Se trata de una actividad entendida no tan sólo en la dirección que va de la unidad de producción al mercado, sino como informadora de los requerimientos de demanda y orientadora, por tanto, de la producción. Sin embargo, a pesar de la importancia del tema, muchas de nuestras explotaciones relegan la actividad comercial a una mera tarea de búsqueda de salidas rápidas y cómodas a la producción, a precio incluso de sobresaturar los mercados locales y limitando con ello las posibilidades de valorización de la producción.

Sin duda, muchos subsectores no han encontrado todavía los caminos técnicos y organizativos adecuados para plantear con eficacia la penetración en el gran mercado europeo a través, sobre todo, de la concentración de oferta, de una buena imagen de calidad y de agilidad en la actividad comercial.

En resumen, la horticultura española es temida en Europa por las condiciones climáticas favorables y, en consecuencia, por su potencial competitividad. Pero la posibilidad de convertir este potencial en realidad depende de muchos otros factores, muy especialmente de la tecnología, de la calidad -en la que juega un papel decisivo el tratamiento poscosecha- y de la dinámica empresarial.

Francesc Reguant Fosas es responsable de estudios del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (IRTA) de la Generalitat de Cataluña.

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