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En la frontera de la neurocirugía

Un hombre enfriado hasta casi la muerte para una operación 'imposible' de cerebro

El estrépito dentro del quirófano era abrumador. Un monitor cardiaco emitía rítmicos pitidos, un respirador silbaba, el trépano chirriaba mientras hacía un agujero de unos siete centímetros en el lado derecho del cráneo del paciente. Docenas de monitores mostraban ondas de colores que representaban las presiones en el corazón y en el flujo sanguíneo que llegaba a la cabeza."Iniciemos el enfriamiento", dijo el doctor Robert A. Solomon, el neurocirujano encargado de la operación, cuando acabó de limpiar un cráter de cinco centímetros de profundidad sobre el vaso dilatado. El paciente, Donald Rogers, fue unido luego a una máquina que lentamente le enfriaba la sangre.

A medida que bajaba la temperatura del cuerpo, las oridas de los monitores se desvanecían y el ruido iba disminuyendo. Al llegar a los 30 grados las ondas, eerebrales que se proyectaban sobre la pantalla del electro encefalograma se iban calmando y el ritmo del corazón descendía a 50 pulsaciones por minuto. Cada grado que bajaba la temperatura, el corazón latía más despacio. A 22, el corazón pareció estremecerse, luego se paró bruscamente, una respuesta fisiológica normal al frío.

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Chascando y zumbando, la máquina se encargó de la tarea de circulación. A 15,5 grados, el doctor Craig R. Smith, el cirujano cardiaco que se encargaba del flujo sanguíneo del cuerpo, señaló el inicio de un viaje de la conciencia al mundo de los muertos. "¿Todos están preparados?", preguntó cuando el doctor Solomon volvía a su asiento que dominaba el agujero efectuado en la cabeza. "Bien, sistema mecánico fuera. Parada circulatoria. Drenemos".

La sangre detuvo su curso habitual de bombeo a través de las arterias del joven y fue drenada hacia una cámara estéril situada sobre el suelo. Las líneas de los monitores se hicieron inquietantemente planas. Durante la siguiente media hora, Donald Rogers fue un objeto inanimado, un paciente en el limbo, no mediblemente vivo, pero tampoco completamente muerto.

La animación suspendida, una técnica de ciencia ficción, se está utilizando ahora en algunos hospitales para permitir a los cirujanos operar sobre determinados vasos sanguíneos gravemente deformados y que no pueden repararse mientras permanecen llenos de sangre.

Aneurismas

Estas deformidades, conocidas como aneurismas, se sitúan allí donde se dilata algún punto débil de las paredes de los vasos sanguíneos del cerebro o la aorta. Cuando las dilataciones son pequeñas y accesibles, los cirujanos pueden corregirlas con la sangre fluyendo.

Pero cuando los aneurismas son grandes y están situados en profundidad dentro del cerebro el flujo de la sangre hace demasiado peligrosa la reparación. Un neurocirujano de Kansas City (Misuri) había dado a Rogers un 10% de posibilidades de supervivencia si en la intervención se utilizaba anestesia convencional.

"Con una presión sanguínea normal, operar sobre un aneurisma gigante es como operar sobre un balón inflado", manifestó el doctor Solomon.

"Un aneurisma así está tenso y es frágil, y una vez que se rompe, el paciente está perdido. Pero sin circulación y sin presión sanguínea la situación es mucho mejor. Los vasos se colapsan y se hacen blandos y manejables".

Eso sucedió en la intervención de Rogers. A medida que Solomon exploraba sus límites, el aneurisma mostró ser aún más impresionante de lo que esperaban: en lugar de surgir lateralmente de una arteria, lo cual hubiera permitido cortarlo limpiamente por su base, todo el vaso sanguíneo estaba dilatado. Para reparar el aneurisma tendría que cortar el flujo sanguíneo a toda la arteria y a todas las partes del delicado tronco encefálico regado por elia.

Sabiendo que muchas partes del cerebro reciben sangre de más de una fuente, el doctor Solomon se arriesgó. Después de varios minutos de explorar y mamobrar, puso una pequeña grapa alrededor de la arteria justo antes de donde empezaba la dilatación y aseguró el cierre de la grapa. Privado de sangre, el aneurisma se contrajo y se desinfló; una bomba desactivada. "Muy bien, que comience a circular la sangre, por favor", dijo el doctor Solomon.

Una señal

Y cuando comenzó a zumbar la máquina, enviando de nuevo la sangre a todo el cuerpo de Donald Rogers, sobre la pantalla un pequeño vaso sanguíneo pasaba del color todavía blanco al rojo palpitante. Era una señal, explicó el doctor Solomon: el tronco encefálico parecía estar obteniendo sangre de otra parte. El calentamiento que siguió fue tan bien recibido como la primavera, con varios monitores saltando a la vida a medida que subía la temperatura del cuerpo del paciente.

"La razón principal por la cual tenemos que hacer todo esto es que el cerebro solamente resiste de tres a cinco minutos si no tiene flujo sanguíneo", dijo el anestesista William L. Young. Pero a una temperatura corporal de 15,5 grados centígrados, más de 20 por debajo de lo normal, el cerebro puede sobrevivir una hora sin flujo sanguíneo.

"Estamos forzando los límites de la resistencia del cuerpo humano", afirmó el doctor Eric Raps, un neurólogo que estudia cómo afecta este tipo de procedimiento a los pacientes. Un paso arriesgado, reservado únicamente a los casos más extremos.

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