El racismo que nos afecta

No hace mucho que viajaba de Segovia a Madrid en un autobús de línea regular, y entre los viajeros se encontraban cuatro gitanas y un niño de corta edad.Mi compañero de asiento era un hombre de mediana edad y de porte educado, manos finas y delicadas para ser hombre. Al sentarse junto a mí lo primero que dijo fue: "No puede uno ni viajar tranquilo, tenía que existir aquí también el derecho de admisión".

Yo repliqué con una sonrisa: "Creo que en el fondo somos unos racistas".

Él volvió a insistir: "Si al menos los pusieran aparte".

Volví a sonreír diciendo: "Seguiría siendo racismo". Era la primera vez que emitía una opinión personal ante un extraño y no sentí miedo.

Las gitanas iban al otro lado del estrecho pasillo, yo las miraba sonreía de vez en vez con cierta conmiseración, y especialmente al pequeño que llevaban entre sus brazos.

Se viene hablando últimamente del aumento vertiginoso del racismo en Europa. ¿Y en España? Me parece que no es menos, pero tampoco de ahora; son muchas generaciones de una educación racista.

He oído muchas veces hablar a personas de mi entorno con verdadero dolor por las vejaciones que sufren los negros en África (su propio continente) o América, donde fueron llevados.

Se erigen en paladines de la causa negra, lejana y adversa, pero se olvidan de practicarlo (o mejor dicho, nos olvidamos) con personas más cercanas, como ahora es el caso de la raza gitana. Para terminar me pregunto: ¿no será que el racismo está latente en todo ser humano como instinto de supervivencia?- María Luisa Bermejo.