Alianza para el comercio
Los PRESIDENTES Bush y Salinas se reúnen hoy y mañana en la ciudad mexicana de Monterrey para analizar una agenda común que desde hace años tiene como tema más sensible las negociaciones para incluir a México en una zona de libre comercio que ya abarca a Estados Unidos y Canadá. Un acuerdo que, si ha podido ser articulado con cierta armonía entre los dos últimos, plantea cuando menos graves dudas respecto del tercero.Hace dos años, en Canadá, los conservadores resultaron vencedores en unas elecciones generales disputadas casi completamente, en torno a la conveniencia -que ellos apoyaban- de poner en funcionamiento el Acuerdo de Libre Comercio firmado con Washington a principios de 1988. La complementariedad de ambas economías, el nivel de intercambio ya existente y la similitud de las estructuras sociales respectivas facilitaron la puesta en marcha del engranaje. Pese a ello existían reticencias respecto de un acuerdo que iba a ser nocivo, se decía, para la identidad cultural y nacional de Canadá y para su superior nivel de vida, mientras que los únicos verdaderamente beneficiados iban a ser los grandes grupos económicos del país.
El salario medio en la industria, canadiense es de 12 dólares por hora (1.140 pesetas, aproximadamente), mientras que en EE UU es de 10 dólares (unas 950 pesetas). En México es de 84 centavos de dólar (unas 88 pesetas). ¿Qué puede ocurrirle a una economía como la mexicana al unirse a potencias como Estados Unidos o Canadá (que además es muy reticente a la firma del acuerdo)?
La economía mexicana tiene al norte un incómodo vecino que actúa desde siempre como un enorme aspirador capaz de absorber cuanto pueda suministrarle; y así, México se ha convertido en el tercer cliente de Estados Unidos, después de Canadá y Japón. La acción, incluso económica, de los Gobiernos mexicanos herederos de la revolución estuvo siempre inspirada en el axioma de que sólo una política de corte profundamente nacionalista y defensivo podía garantizar la supervivencia del país. Carlos Salinas ha tenido la audacia de tirar a la basura uno de los tópicos menos discutidos de su partido para sustituirlo por su contrario: la economía mexicana no tiene otra posibilidad para reactivarse que la entrada sin reservas en el gran mercado norteamericano. Sólo así podrá atenuarse a largo plazo la constante sangría migratoria que cruza el río Bravo y la industria mexicana recibirá una inyección de capital y tecnología por parte de empresas de EE UU, atraídas por condiciones favorables, mano de obra barata y controles de polución mucho más laxos.
Para preparar este camino, el Gobierno mexicano ha dado un espectacular recorte a las tarifas aduaneras en los últimos cinco años y ha liberalizado el mercado interior mediante la cancelación de subvenciones y la privatización de numerosas empresas públicas. En definitiva, ha introducido con decisión a México en la senda del mercado.
Washington mantiene, sin embargo, algunas dudas sobre la seriedad negociadora de México debido a que Salinas no ha aceptado hasta ahora incluir en el paquete liberalizador el comercio del petróleo, única mercancía que le proporciona ventajas relativas en los mercados internacionales, y especialmente en el de EE UU.
Tampoco parece demasiado realista creer que la instalación de industrias norteamericanas en México, además de mejorar automáticamente el nivel de salarios -lo que no deja de ser una ingenuidad-, constituirá un freno natural a la emigración ilegal.
Pero la mayor sombra en los planes de Salinas no viene de sus intenciones económicas, sino de su escasa voluntad de aplicar una paralela liberalización política. Así lo demuestra el escandaloso resultado de las elecciones en el Estado de México a principio de mes, que, ha supuesto la desaparición total de una oposición que hace apenas dos años hizo tambalear el control omnímodo ejercido por el Partido Revolucionario Institucional. Cuestiones así sugieren que negocia con la vista puesta más en el futuro de su formación política que en el del país.
Para el presidente Bush, por otra parte, la negociación de un tratado de libre comercio con México y Canadá responde a una estrategia económica evidente. Es su respuesta al mercado único europeo, que funcionará a partir de 1993 -a una fortaleza Europa-, y a un Japón que ya tiene acorralada a la industria norteamericana.
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